Durante las últimas semanas ha sido cada vez más evidente en la ciudad de México la presencia y expresión de grupos de jóvenes que en primera instancia, por su apariencia, conducta y algunas acciones, podrían pasar por violentos, aunque en principio sólo busquen divertirse colectivamente. Son conocidos como “reguetoneros” o “chakas” (según algunas versiones, la nueva denominación de los “nacos”, aunque en realidad este despectivo sea más amplio). También ha surgido su contraparte, sus rivales, los anti-“chakas”, quienes odian a sus antagonistas.
Sin embargo, no se trata solamente de ellos. Hay otras porciones de la juventud que demanda atención inmediata a riesgo de convertirse en un problema irresoluble: los jóvenes que se han quedado sin escuelas, los desempleados, los que viven del ambulantaje en las salidas clave del transporte público, los que causan serias molestias a los pasajeros y al mismo servicio público vendiendo mercancías dudosas en la red del sistema metro; en fin, todos aquellos que a falta de una normalidad en el mecanismo estudio-trabajo, encuentran una salida, cualquiera, a su condición humana. El problema se magnifica cuando la salida es el crimen.
Algunos periodistas irresponsables han querido, no sin cierto odio (Ricardo Alemán, por ejemplo), incorporar en el grupo de jóvenes-problema a los del #YoSoy132 acusándolos de violentos, cuando en realidad, este movimiento es un extraordinario ejemplo de la juventud organizándose para promover y procurar mejores cauces para la democracia del país. Hasta ahora, es manifiesto cómo sus acciones han sido absolutamente pacíficas y cabría esperar de ellos aún importantes contribuciones a la vida del país. Tan importante o más todavía que aquella que puso de manifiesto –para quienes lo dudaran- el verdadero “nuevo rostro” de Peña Nieto y el PRI en la Universidad Iberoamericana, origen de su surgimiento.
Volviendo al punto inicial, hace pocas semanas, el 15 de julio, fueron detenidos 120 “reguetoneros” en las inmediaciones de la colonia Roma-Metro Insurgentes-Zona Rosa, luego de que un grupo de entre 300-600 de ellos, según los reportes, armaran enorme escándalo, agredieran transeúntes y se enfrentaran a la policía a consecuencia de la cancelación de una fiesta, un “perreo”, a la que fueron convocados a través de las redes sociales(“perreo”, baile cuya modalidad principal y casi única llega al clímax cuando la muchacha fricciona el culo contra el pene del muchacho, algo muy visto desde finales de los noventa y al principio del nuevo siglo entre los jóvenes negros y boricuas de Nueva York; nada nuevo, hasta en esto se va a la zaga).
El 4 de agosto, inmediaciones del metro Chabacano, 75 personas fueron detenidas luego de un encontronazo entre “chakas” en número de 200 contra 400 de anti-“chakas”; supuestos “porristas” del Politécnico y Conalep, portando armas blancas algunos de ellos e incluso un arma con la cual se hicieron disparos.
Estos han sido los dos casos más sonados que involucran a chicos menores de veinte años, pero en realidad, se trata de una experiencia si no cotidiana, al menos de cada fin de semana. ¿Quién no ha visto a estos grupos con su peculiar manera de vestir (viva la piratería) y usar el cabello en cualquier estación del metro de la ciudad? ¿Quién no los ha observado agredir a algún pasajero que se molesta con ellos o a quien ha opuesto resistencia a ser asaltado? ¿Quién no los ha mirado entrar a los vagones gritando y portando enormes imágenes, coloridas esculturas en yeso de San Judas Tadeo, un santo al cual veneran? ¿Quién no ha padecido la agresión de su presencia grupal que les llena de vigor -pues en solitario no se atreven ni a levantar la mirada-, agresión presencial que cuando menos se espera se dirige contra cualquier pasajero o ciudadano de la calle?
El “reguetonismo” tiene como base el surgimiento del elemental baile del reggaetón cuya progresión de gestación es: reggae jamaicano-reggae en español- rap-reggaetón boricua de Nueva York. Los extraordinarios traseros de jóvenes negras y boricuas neoyorquinas han sido los protagonistas de ese baile tan elemental y decadente que nunca cambia de ritmo y melodía, sólo de letra (no es cuestión de prejuicio, no únicamente es evidente la simpleza musical de este “género”, estudios serios señalan la decadencia general de la música popular en los últimos 50 años, manifestada en el uso cada vez más reducido de las posibilidades y la riqueza potencial de la composición). Y siempre ha sido posible verlas en el subterráneo, en sus fiestas o en videos, menear sus no siempre suculentos culos (por excesivamente gordos) de manera básicamente animalesca y luego restregarlos contra los miembros de sus parejas. Sin embargo, la condición social distinta y aun los mismos niveles de seguridad no permitieron que esta popular expresión cultural bailable se convirtiera en algún tipo de bandera grupal y mucho menos en una manifestación violenta.
Si las chicas “chakas” mexicanas con un trasero muchísimo menor que el de las neoyorquinas desean “perrear”, muy sus nalgas y su gusto, quizá. Pero las autoridades de la ciudad deben hacer su tarea y, desde las educativas hasta las de seguridad, pasando por las de prevención y empleo, debieran urgentemente hacer estudios e implementar acciones efectivas sobre las condiciones y las conductas violentas de estos grupos antagónicos –“chakas” y anti-“chakas”- a fin de evitar problemas serios y, hacia el futuro, anticipar que una supuesta conducta festiva concluya en un acto criminal. También debieran vincularse de alguna manera con las del Estado de México, pues muchos de estos jóvenes provienen de allí o de las zonas conurbadas.
Evidentemente, los “chakas” y anti-“chakas” son parte ya de una problemática acumulativa, expresión de años de descuido y olvido que si no se atiende con urgencia, podría propiciar graves consecuencias a la ciudad de México.