El pesimismo, la aridez, no son tan buenos finales en el arte y la política. Sin embargo, el arte puede ser o no desolador por convicción del artista, pero cuando en el terreno social se queda el hombre sin esperanza, se deprime el sentido de vida grupal.

El individuo puede descreer todo lo que quiera y abrazar lo que desee, aun la muerte. Mejor, la muerte a mano propia. El suicidio, cuando consciente, es una válida expresión de afirmación antes que una cobardía. Lebiadkin, el personaje de Dostoievski en Los demonios, se da un tiro para confirmar que o bien dios no existe o él mismo se asemeja a dios pues puede disponer de su vida a placer.  

Sófocles, en Edipo en Colono, le hace decir al viejo ciego de la mano de su hija-hermana Antígona: “Todo está bien”. No importaba ya que por condición del destino, del oráculo, hubiere sufrido tanto infortunio al ser el asesino de su padre, el esposo amante de su madre y el hermano de sus hijos. Arrancados los ojos a mano propia como terrible auto flagelo, expulsado como maldito de todos los pueblos, camina hacia el final con la entereza del hombre que ha experimentado en carne propia la tragedia humana de vivir. Aquí aún hay cierta luz.

Cuando se ha atravesado por la intrincada dificultad de vivir –vida que nunca debió ser, de acuerdo al sabio Sileno invocado por Midas y citado por Nietzsche-, al individuo le está permitida casi cualquier opción. No obstante, si la persona tiene una posición ascendente o de efecto sobre el arte o la sociedad y está en condición de exponer masivamente su percepción al respecto, ¿tiene el derecho de dejar sin aliento y sin luz a quienes están bajo su ámbito de influencia? En el arte no hay duda, la libertad debiera ser absoluta, pero ¿en lo social, en lo político?

El inteligente, hábil y aun gracioso periodista Julio Hernández de La Jornada, entra en esta categoría de persona influyente que aunque con la libertad de establecer cualquier crítica -lo cual hace extraordinariamente bien y significa una suerte de oasis frente a los practicantes del supuesto periodismo objetivo que no es más que un subterfugio nada inocente-, me parece que también carga con la responsabilidad de quienes le leen, que son muchos.

En un tema particular, el de López Obrador, existe un recurrente desencuentro entre la perspectiva de Hernández y sus lectores. Y no porque el columnista desconozca el valor de AMLO como líder social, sino porque básicamente le parece insuficiente o incorrecto o fallido mucho de lo que el político dice y hace alejando con ello las mejores posibilidades para una izquierda que no sea meramente electoral.

Julio ha criticado en Astillero, su columna, la al parecer inevitable creación partidaria del MORENA, pues esta propuesta, establece, cae en el consabido juego del rompecabezas de la izquierda como si se tratase de una corriente más dentro de las tribus del PRD, “partidiza” todas las luchas de la izquierda actuales y por venir (reformas), diluye la protesta contra la imposición priista, deja camino abierto a la negociación “chucha” y, finalmente, convalida la partidocracia mexicana. Ha criticado también el abandono de la protesta civil postelectoral y el repliegue incluso en relación al lenguaje antes usado por AMLO para describir al sistema que le ha impedido en dos ocasiones llegar a la presidencia. Concluye refiriéndose al mensaje del político: “Dominical discurso de aceptación de una realidad que parece inconmovible: la compra de voluntades, la ignorancia política, los factores amafiados para seguir en el poder (ah, no, perdón, ya no se habla en esos términos: ‘mafias’) y la enorme tardanza que suele darse entre el inicio de una lucha por ideales y la consecución de estos…”.

Críticas tan firmes del admirado periodista ha dejado a muchos de sus lectores de izquierda sin aliento, desarmados, prácticamente colgando de la nada, con fuerte dosis de frustración; estos incluso le han reclamado con dureza y hasta cierto fanatismo en ocasiones, es verdad. Porque ellos creen que la salida del PRD (aunque fuere temporal, pues no se ha anunciado ruptura, otro punto crítico de Julio) y la construcción de otro partido es una acción que se ha venido postergado desde hace tiempo (algunos la ven como tardía y tal vez ya estéril; debió haber sido después de 2006, dicen). Porque en la circunstancia mexicana y con todo y sus puntos críticos, ven en AMLO a la única figura política capaz de modificar en algo esa circunstancia. Y acaso también porque esperarían no solo la crítica, también la propuesta. Un hombre solo no lo puede todo.

Alguien sugiere correctamente que no es labor del periodista hacer propuestas sino solo la crítica pensando que ya con ello sería más que suficiente para dar señales. Sin embargo, si se acepta que no hay periodismo objetivo, entonces, ¿por qué no contribuir con propuestas como cualquier ciudadano? ¿Hay razón para no plantearlas?  Lo que ha dicho Hernández en twitter es: “Como ciudadano, me gustaría encontrar opción de lucha cívica, social, (no especifica cuál, aunque ha criticado que incluso se hayan abandonado anteriores cauces de lucha como el plantón y las marchas) con lo electoral como accesorio“.

Y concluye en twitter mismo: “Sólo cuando, por presión social extrema, cambiaran reglas electorales, tendría sentido crear nuevo partido. AMLO, dejando de lado cálculos electorales, debería encabezar lucha firme, a fondo, arriesgada, por cambios verdaderos Sólo un estremecimiento social, con fuerza pero sin violencia punible, podrá cambiar reglas y formas del sist político actual.“.

Si bien es cierto que la idea del plantón de Reforma como algo dañino es propiamente un mito ampliamente explotado por los detractores de López Obrador pues no se ha manifestado seis años después en las urnas, lo cierto es que no es lo mismo 0.56% de diferencia que más de tres millones de votos, como quiera que estos hayan sido obtenidos. Si el TRIFE está solo para opinar y no investigar, si su presidente establece dos días después de la elección que nadie ganará en la mesa lo que no haya ganado en las urnas, entonces todo está de entrada “institucionalmente” perdido. El sistema ha instaurado muy bien el mecanismo para convalidar cualquier irregularidad.

Ante este panorama, además de la crítica, ¿no le correspondería al periodista con simpatías evidentes hacia la izquierda y con influencia entre sus lectores, no se diga la tarea, sino simplemente la responsabilidad ética de dar un aliento, una luz, una sensación de posibilidades hacia el futuro?

Los columnistas con marcada ideología de derecha y los autoproclamados periodistas “objetivos” cumplen todo el tiempo con su tarea de denostar y agredir las propuestas contrarias y en particular, en México, a la figura de López Obrador y el proyecto que representa. ¿No hay quien del otro lado, otra vez, más allá de la valiosa crítica y más allá del falso objetivismo, asuma una postura, digamos, comprometida? Naturalmente, esto requiere de un acto de personal convicción.

Los demonios, es una extraordinaria novela, una ficción, en la cual Lebiadkin encarna la decisión personal. Edipo encarna el destino preestablecido por el oráculo. Nada que hacer. Sin embargo, ha sido decisión del artista propiciar determinado ánimo entre el lector y el espectador. Asimismo, el periodista está en situación de generar sí, la crítica, la reflexión, pero como “opinante profesional” con influencia social cotidiana, también cierta condición anímica, aun cierta esperanza entre sus lectores; a menos que ello no importe en absoluto. El escepticismo individual entra en contradicción con la esperanza social, sin embargo, soy partidario de ambos.