En el gafete de la sobrecargo de Aeroméxico se leía “Villamil”. Mi compañero de asiento en un vuelo reciente del Distrito Federal a Monterrey le preguntó a la chica: “¿Usted es familiar de Jenaro Villamil, el de Proceso?”. Ella respondió que no lo sabía, “pero somos tan poquitos los Villamil que seguramente sí estamos emparentados”.
El pasajero, divertido, le hizo otra pregunta a la joven: “¿Usted también escribe contra Televisa y Peña Nieto?”. La mujer sonrió y ya no dijo nada. Creo que no entendió por qué un cliente de la aerolínea relacionaba su apellido con críticas a la televisora y al presidente electo.
Lo anterior prueba que ya es famoso Jenaro Villamil, aunque no tanto como para ser conocido por una jovencita que dedica la mayor parte de su tiempo al trabajo. Pero el periodista tiene prestigio entre personas maduras de clase media, dedicadas a los pequeños negocios, alejadas de la política, como el pasajero de Aeroméxico que bromeó con la azafata.
Villamil, un periodista que me cae muy bien, debe su fama a Enrique Peña Nieto. Blanche Petrich lo dice hoy sábado en La Jornada con las siguientes palabras: “Durante cinco años, Jenaro Villamil ha escudriñado la figura del hoy presidente electo Enrique Peña Nieto”.
Recientemente, informa Blanche Petrich, el señor Villamil “publicó su tercer libro sobre el tema, Peña Nieto, el gran montaje”.
Tres libros acerca de Peña Nieto, tres. Y el sexenio todavía no empieza.
A Villamil le interesan, sobre todo, las relaciones de Peña Nieto con Televisa, que han llevado a un “presidencialismo de pantalla” que “confunde la comunicación política con la mercadotecnia. Creen que por gastar mucho en espots, campañas, imagen, se comunica mejor. Esa confusión la viene acarreando Peña. Por eso él es un rehén de los medios, que le hacen creer que lo importante no es ser, sino parecer. Parecer eficaz, parecer fuerte, aunque no lo sea”.
Y, bueno, tal vez la mejor síntesis de su nuevo libro la proporciona Villamil en la entrevista que le hizo La Jornada: “Lo que mejor describe el sistema del pasado es la famosa frase del Tigre Azcárraga: ‘somos soldados del PRI’. Ahora todos los políticos son soldados de Televisa”.
Voy a leer la obra de Jenaro Villamil. Con cuidado. Porque el tema es importante. Espero que Jenaro aclare o, al menos, que intente esclarecer la duda que Enrique Peña Nieto planteó a Andrés Manuel López Obrador en el primer debate: “Si la televisión hiciera presidentes, usted sería presidente”.
Peña Nieto le recordó a Andrés Manuel que este último tuvo una gran presencia en las pantallas de Televisa durante su gestión al frente de la jefatura de gobierno del Distrito Federal.
Y esa presencia en Televisa, Andrés Manuel la aprovechó sin duda: ganó las elecciones de 2006 (no llegó al poder porque hubo, ese año, un gran fraude).
Creo que la duda expresada por Peña Nieto tiene más sentido si se ejemplifica con Marcelo Ebrard en vez de con López Obrador.
El punto es el siguiente: Peña Nieto y AMLO, cada uno en su tiempo, cada uno como gobernante, el primero del Estado de México y el segundo del DF, fueron muy favorecidos por la empresa de Emilio Azcárraga.
Los dos, Peña Nieto y López Obrador, lograron ser candidatos presidenciales muy fuertes después de haber gozado de los favores de Televisa (por los que, claro está, cobraron buen dinero, en ambos casos, los contadores de la televisora).
Es un hecho: Peña Nieto y López Obrador fueron buenos clientes de Televisa y ambos elevaron impresionantemente sus niveles de popularidad.
Pero, ¿y Ebrard?
Otro gobernante que fue muy bien tratado por Televisa (hasta galletitas cocinaba en sus programas) fue Marcelo Ebrard.
Mientras Peña Nieto, como gobernador del Edomex, pagaba publicidad en Televisa, Ebrard hacía lo mismo como jefe de gobierno del DF. Los dos entregaban a la tesorería de Azcárraga más o menos las mismas cantidades.
¿Si gastaron aproximadamente lo mismo en la misma empresa… por qué Peña Nieto es presidente y Ebrard ni a candidato llegó? Porque Peña Nieto hizo un adecuado trabajo político que lo llevó a superar en la carrera por la candidatura del PRI a Manlio Fabio Beltrones, mientras que el trabajo político de Ebrard fue tan malo que tuvo que ceder el liderazgo de la izquierda a López Obrador, un hombre que si años antes gozó la dicha inicua de la mercadotecnia política de la TV, había pasado todo un sexenio marginado por los grandes medios.
Mencioné a Manlio Fabio Beltrones. Como líder del Senado aparecía a diario en la TV y su popularidad no creció. En cambio, Miguel Ángel Mancera…
¿Mancera? Es también un producto de la TV. Derrotó aplastantemente a la hoy senadora Alejandra Barrales en la competencia por la candidatura a la jefatura de gobierno del DF porque las actividades de Mancera fueron mejor cubiertas y, sobre todo, con más frecuencia, que las de Barrales.
Mancera se hizo popular en las pantallas de Televisa cuando, como procurador del DF, anunciaba casi a diario las aprehensiones de peligrosas bandas de delincuentes.
Tanta televisión como Mancera tuvo el favorito de Ebrard para la candidatura al GDF, Mario Delgado, actualmente en el Senado. Pero Mario no se volvió popular.
Y bueno, de la anterior generación de gobernadores (priistas y no priistas) no solo Peña Nieto gastaba en comprar publicidad en Televisa. ¡Todos lo hacían! Algunos inclusive escandalosamente, como el de Jalisco, el panista Emilio González Márquez. ¿Por qué a estos gobernadores no llegó a conocerles nadie, a pesar de estar a diario en la TV nacional? Cuando González Márquez quiso ver si tenía posibilidades de disputar la Presidencia, las encuestas lo ubicaron en los niveles de menos del 2% de popularidad.
La mercadotecnia les funcionó a Peña Nieto y a López Obrador porque, además de confiar en el poder de la TV, hicieron buena política.
La mercadotecnia no les funcionó a Ebrard y a González Márquez porque, confiados en la fuerza de la TV, decidieron que no necesitaban realizar un buen trabajo político.
Es curiosa la política mexicana. Ya ha empezado, lo admitan o no sus participantes, la carrera por el 2018. Ganará el que combine mejor la propaganda (en TV, radio, diarios, redes sociales) con el buen trabajo político.
El buen producto, el que está bien diseñado y fabricado, se vende sin publicidad. Y con publicidad se vende todavía más. El mal producto no sale ni poniéndolo a cocinar galletitas todo el día en la tele.