Cada 8 de marzo la dignidad de las mujeres podrá seguir sacudiendo nuestros espíritus, pero no revertiremos las realidades y cifras impactantes de las desigualdades de género y todo tipo de violencia en su contra si no cambiamos en los hechos cinco cosas.

La primera es la “C” de la cultura de los derechos y los deberes en todas las instituciones sociales, en particular desde el ámbito familiar, el cual se erige en como el semillero básico de la sociedad democrática o autoritaria.

La segunda “C” corresponde a que los hombres compartan con las mujeres los deberes de cuidado a todas las personas débiles, desde las niñas y niños hasta las personas adultas mayores o con discapacidad, dentro y fuera del ámbito familiar, pues el recurso crucial que es el tiempo las las absorbe y limita en su crecimiento integral.

La tercera “C” es la capacitación para la vida y el trabajo profesional y no profesional, de tal manera que se rompan las brechas persistentes entre los géneros y se remonte la crucial desventaja formativa y educativa femenina.

La cuarta “C” toca al “cash” o nivel de ingresos y patrimonio reales de las mujeres frente a los hombres ya que sin este factor su independencia resulta ilusoria y su condición de subordinación se reproducirá.

Finalmente, la quinta “C” es la “conciencia social”, en el sentido de la solidaridad entre géneros y la sororidad entre mujeres, pero en serio y no en apariencia, lo que implica garantizar con recursos y conductas la coherencia entre pensamientos y acciones y entre dichos y hechos en favor de quienes más sufren y no pueden emprender un plan de vida con integridad.

No se requiere más, pero no menos y no cada año, sino todos los días.

Así podríamos en verdad vivir una “C” integradora y emancipatoria: la constitucionalidad de género.