El presidente volvió a soltar un nuevo calificativo mafufo: los “aspiracionistas” (anteriormente ya había señalado a los “fifís” y a los “machuchones”, adjetivos que parecen sacados de una historieta de “La Familia Burrón”), logrando, una vez más, que sus detractores se rasgaran las vestiduras: “¿Cómo se atreve a llamarme así? Yo soy clase media y no soy nada de eso… a propósito, ¿qué es eso?”

Sabrá Dios de dónde se surtirá de sus palabras domingueras, pero me gustaría ser su vocero por un día, distinguiendo al aspiracionista positivo del negativo, pues estoy seguro que se refería al segundo.

El aspiracionista positivo se refiere al clásico mito norteamericano de la persona que, a pesar de las adversidades, y aprovechando las ventajas de vivir en el país de las oportunidades, hace realidad sus sueños, luchando con esfuerzo y heroísmo. Es quien asciende desde el escalafón más bajo del organigrama, hasta la cima de la opulencia económica; este aspiracionista no necesariamente es un ser malo (aunque sí bastante cursi), pues puede conmoverse con la gente humilde (pues alguna vez fue así) y ser altruista, benefactor, mecenas, donador y ayudar a otros a superarse.

El aspiracionista negativo en realidad es una persona envidiosa, resentida social, mamona, artificial, vacía, hipócrita, cuyo único valor es un elevado status económico para apantallar a los demás, y son mayoría en el planeta Tierra, no solo en México. La mayor parte de la humanidad es así, ricos y pobres, todos desean que se les respete por lo que tienen, no por lo que son.

Me queda claro que López Obrador se refería al aspiracionista negativo por el contexto de su declaración: “Hay un sector que siempre ha sido así, muy individualista, que le da la espalda al prójimo, aspiracionista, que lo que quiere es ser como los de arriba y encaramarse lo más que se pueda, sin escrúpulos morales de ninguna índole, son partidarios de ‘el que no transa no avanza’, Es increíble cómo apoyan a gobiernos corruptos”.

Lo que AMLO llama “aspiracionista” es lo que yo llamo “naco”. Yo sé que algunas personas le dicen “naco” a quien es de clase social baja, con poca educación académica, sin poder adquisitivo, que se viste con ropa barata e incluso de rasgos indígenas; pero para mí, “naco” es “pretencioso”, es quien, con muchos esfuerzos económicos, préstamos y tarjetas de crédito, tiene antena parabólica, coche del año, hijos en escuela particular (aunque sean “patito”), membresías en clubs exclusivos (si son varones, teibols mamalones) y compran botellas de tequilas y rones reposados (aunque, a diferencia de los licores blancos, sepan a barniz de muebles) nomás porque son más caros.

Antes que “aspiracionista”, recuerdo la palabra “aspiracional”, para referirse a aquellas películas que mostraban personajes de clase alta o media alta: “Solo con tu pareja” (Alfonso Cuarón, 1991), “Cilantro y Perejil” (Enrique Quezadas Luna, 1996), “Sexo, pudor y lágrimas” (Antonio Serrano Argüeyes, 1999), “Todo el poder” (Fernando Sariñana, 1999) “Crónica de un desayuno” (Benjamín Cann, E. Varranza, 2000), etc. Pues algunos productores cinematográficos descubrieron que una gran parte del público no quería verse reflejado en pantalla, sino a lo que aspiraban verse.

Mi querido “Peje” se equivoca, no son las clases medias las más “aspiracionista”, sino las clases más bajas las más “aspiracionales”, por ello, en cualquier barrio popular vas a ver “gyms” y no gimnasios, y “bistros” en vez de fondas, porque si algo le desagrada a la gente pobre es que le restrieguen su condición en su cara, cuantimás cuando en la televisión, la publicidad y las redes sociales se exaltan los símbolos de status y la supremacía económica (basta ver la cantidad de fotos que sube la gente presumiendo sus “actividades sociales”, en antros de moda, con bebidas caras, platillos apantallantes, con “gente bonita”).

El pueblo está educado para “tener mucho” como valor vital; un ejemplo son las quinceañeras que andan trepadas con sus damas y chambelanes en limusinas, paseando en la ciudad, y los enajenantes videoclips de bandas sinaloenses y música grupera, en mansiones, en carrazos, con modelos, chupando Buchannans. Si el “Peje” cree que la gente pobre es izquierdista por naturaleza está muy equivocado, detestan a Marx y hablan como fresas, imitando a Samuel García y Mariana Rodríguez, los Kardashian de Petatiux.

Insisto en que el presidente hace mal en desdeñar la labor cultural; por el contrario, debería reforzarla, sensibilizar a la población, pero a la voz de ya, de lo contrario seguirá prevaleciendo la cultura de “el que no transa no avanza”.