Un Héctor predestinado

En 1992 realicé dos documentales para TV UNAM, sobre el XIII el Festival de la Cultura del Caribe, en Santiago de Cuba.

En una reunión previa al viaje, una actriz me dijo: “Un amigo va a ir a `la Fiesta del Fuego’ por parte de TV UNAM, se llama Héctor Domínguez, seguro lo conoces”. Le corregí: “Querrás decir Héctor Ramírez, el director de Difusión Cultural”, pero ella insistió en que era Héctor Domínguez.

En el Aeropuerto vi a un individuo que me llamó la atención, ataviado con un Rosario Yaqui colgando del cuello, confeccionado con ojos de venado. No le di importancia y me formé para documentarme. En la cola, el asistente de fotografía preguntó: “¿Sí era importante traer el pasaporte?”, le explicamos que si no lo mostraba, no lo dejarían salir del país, pero él insistió en que hablaría con el encargado.

Lo mandamos en un taxi por su pasaporte. El avión lo esperó lo más que pudo, pero despegamos sin él. La nave estaba llena de artistas y comenzamos a indagar si alguien estaba dispuesto a trabajar como asistente de fotografía; finalmente, Héctor Ramírez nos informó que alguien haría ese trabajo: su primo Héctor Domínguez, el individuo del Rosario Yaqui.

Concursante ganador

En cuanto llegamos, nos fuimos de reventón (supuestamente leve, pues al día siguiente comenzábamos a grabar muy temprano). Rumbo al bar más cercano, conocimos a un grupo de estudiantes (hombres y mujeres), que se volvieron nuestros amigos durante nuestra estancia.

En el bar hubo un concurso de baile, con una botella de ron como premio. Para mi sorpresa, otra pareja y la mía, éramos los finalistas. Animado por el alcohol, le arrebaté el micrófono al animador e improvisé un rap con la música de fondo. La gente me aplaudió y gané el concurso.

Bailé, bebí y perdí el conocimiento. Al amanecer, desperté en una cabaña, en una zona montañosa. Me sorprendí, creyendo que estaba en el Ajusco (no sabía que además de palmeras, había pinos, junto a la Sierra Maestra).

Conseguí un taxi y volví al hotel. Entré a mi recámara justo cuando estaba sonando el despertador de radio Reloj. Después descubriría que sería imposible dormir allí, pues siempre hubo fiesta en nuestros cuartos de hotel, además de las calles. Me sorprendió la capacidad de, un pueblo tan pobre, para celebrar todo el tiempo, desde niños hasta ancianos. Esa fue una de las razones por las que me enamoré del pueblo cubano.

Cubanos bloqueados por dentro y por fuera

Grabamos un montón de eventos culturales y artísticos, incluyendo una ceremonia de bendición de palos, de la religión afro-caribeña: Palo Mayombe, que me impactó profundamente (sobre todo cuando a una alemana “se le subió el Santo” y entró en convulsiones). Eso, más el libro de “Los Orishas en Cuba”, de Natalia Bolívar Arostegui, hicieron que durante casi quince años practicara la religión yoruba de Ifá (una de las raíces africanas de Santería), antes de dejarla por el Dios de la Biblia (en Cuba, muchas personas tienen Orishas por tradición familiar, pero no creen en Santería; o son ateas o creyentes de otras religiones).

En Santiago, muchas personas te pedían zapatos tenis, ropa, relojes, dinero, comida (o hasta discos de Madonna, como me pasó con una superfan de la Reina del Pop, a quien apodamos la Madonna Cubana), a cambio de puros Cohiba, botellas de ron Paticruzado, o libros: “El Diaro del Che en Bolivia” y “Los Orishas en Cuba”.

Una imagen que se me quedó grabada: Un negrito con su pareja, diciéndole al de la entrada de un restaurante: “¿Y nosotros porqué no podemos pasar, si somos cubanos?” En Cuba, sus ciudadanos tenían restringido el paso a ciertos lugares exclusivos para turistas (al menos en los noventa). Después, un amigo cubano de tez blanca, me dijo su secreto para entrar a los lugares prohibidos: se hacía pasar por mexicano: “me meto sin preguntar, y si me hablan los del negocio, pongo cala de comemielda y respondo ‘¿mande?’”).

En la Casa del Caribe hubo un gran bembé (fiesta de origen africano), le impidieron el paso a nuestras amigas, y cuando salimos de la grabación, estaban peleando con la policía: “Estas mujeres dicen que están casadas con funcionarios del Estado de México para colarse”.  Intercedimos por ellas, para que no se las llevaran detenidas.

La boda.

Héctor Domínguez se hizo novio de la Madonna cubana y por un tiempo no quiso salir, pues le temía a su ex novio. Una noche se atrevió a salir con ella y regresó muy tarde. Nos confió que tomó un taxi pirata para regresar y el conductor era el ex novio, quien conducía a gran velocidad, Héctor le dijo a la Madonna Cubana que lo calmara, pues podían accidentarse, ella le explicó que conducía así porque en Cuba escaseaba la gasolina y apenas tenía un tanque que debían aprovechar, además de que su ex estaba aprendiendo a manejar.

Héctor Domínguez nos anunció que se casaría con ella, en una borrachera donde toqué las claves, donde, a pesar de estar ebrio, no perdí un solo golpe; un músico exclamó sobre mí: “¡Pero este caballero es negro!”

La boda se hizo meses después, en Santiago de Cuba, me invitaron pero no pude asistir. Vivieron medio año en México y medio año en Cuba, hasta que se divorciaron.

El regreso

De vuelta, descubrí que había dejado mi pasaporte en un cajón del hotel. Tenía el tiempo contado para ir por él, pero aún así, le ayude a un cubano a entrar a una tienda del aeropuerto, para hacer unas compras de productos cuya venta estaba prohibida a los cubanos, y hasta me dio el dinero (aún así, la despachadora sabía que no eran para mí, pues todo el tiempo habló con él).

Recuperé mi pasaporte; al salir del hotel, pasé por una tienda donde encontré a Héctor Domínguez, cotorreando. Le dije que apenas y teníamos tiempo de tomar el vuelo, compró unas botellas de aguardiente y salimos de ahí.

En el avión, descorchamos una botella de aguardiente y a bebimos, en honor al noble, trabajador, culto, optimista, festivo y castigado pueblo cubano.

Una cosa sí les aseguro: En el comunismo también hay clases sociales, y el bloqueo no aplica para todos.