El día de ayer Steve Jobs, gerente
general de Apple, anunció su nueva campaña de venta de humo y
espejitos con la presentación de la segunda iteración de la
fracasada MacBook Air. Además de eso, se anunció una nueva tienda
de "apps" (mamonsísimo nombre para referirse simple y
sencillamente a... programas), curada completamente por Apple la cual
"empujará" con trato preferencial a ciertos programas por encima
de las aplicaciones libres.
Poco me ha sorprendido ver como los
(pocos) usuarios del ecosistema Mac van perdiendo paulatinamente el
control sobre "sus" aparatos, pero lo anunciado ayer por Jobs
equivale a una invasión de Checoslovaquia tecnológica, a un cruzar
el Rubicón hacia el totalitarismo enfermizo de un hombre enfermo de
mente y cuerpo como lo es Jobs.
El pretender "curar" todas y cada
una de las aplicaciones del repositorio central de programas de Apple
(idea, por cierto, copiada del repositorio de Ubuntu Linux) mediante
reglas estúpidas como "no se aceptan aplicaciones beta" y "no
se acepta duplicación de programas" demuestra lo que he venido
sosteniendo con datos duros desde hace buen tiempo: Apple y Steve
Jobs se han convertido en los enemigos de la innovación tecnológica
de nuestra era.
Los que nos quejamos del "jardín
cerrado" con el que AOL pretendía encerrar el Internet a
principios de los noventa y de como Microsoft acabó con una de las
compañías de tecnología más innovadoras como fue Netscape a
finales de la misma década tenemos la obligación de hacer lo mismo
con Apple y sus medidas de control enfermizo. Más aún porque la
verdadera innovación surge no de un mecanismo corporativo
totalitario como el de Apple, sino de los programadores, hackers y
desarrolladores que desde sus recámaras han revolucionado una y otra
vez el mundo tecnológico.
Por lo tanto, opino que Apple debe
ser destruida.