Resulta que, mientras he vivido en provincia, he
sentido que la vida se me ha complicado mucho más, a cuando vivía en
Chilangolandia: inestabilidad laboral, incremento de deudas, menos salidas de
divertimento, más explicaciones a mi hija del por qué no puede darle
importancia a las cosas, sino a los "momentos", menos oportunidad de ver a mis
amigas y amigos, e incluso a mi familia; en fin, cosas que vivimos la mayoría
de las y los mexicanos a diario. Sin embargo en mi caso, ahí vamos, comida no
nos falta, ni un lugar donde vivir, además, claro está, mi vicio a internet me
es alentado todos los días. Así que, mis necesidades y las creadas por mi
familia son satisfechas someramente. Me sé afortunada.
Por ello, en toda está vorágine de rutinas
estresantes, de cosas pendientes por hacer, de proyectos, de buscar la papa, de
hacer las tareas con mi hija, de ayudarle a leer, de comer sano, de mantener
una casa, de responder a compromisos sociales, etc; se me olvida que en México
nos gusta vivir de las apariencias, y se vive tan al día y tan al vapor que
solemos dar por hecho muchas cosas, incluso las apariencias.
Cuando mi madre me dice que venga a festejar
su cumpleaños a la ciudad de México, que ella corre con los gastos con tal de
que pase el día con ella, y muy quitada de la pena me deposita el dinero para
mi boleto, yo doy por hecho, que tiene dinero para ello. También, he de
confesar, doy por sentado, que puedo seguir tomando un poco del gasto corriente
de nuestra quincena en casa. Entonces, llego a la ciudad de México a una
realidad que se me olvidó: la casa de mis padres está cayéndose, le faltan
muchas reparaciones, el tráfico está espantoso, -y eso que está más leve por
las vacaciones de las y los estudiantes- el servicio de transporte público es
espantoso, la comida se encarece, los antojos son un lujo en su casa, los
recibos de servicios se están acumulando sin ser pagados, y sin embargo, ahí
están, dispuestos a comprar un pastel de supermercado para festejar el
cumpleaños número 52 de mi madre.
La apariencia que me generó mi mamá de que todo estaba bien, ante la acostumbrada
pregunta ¿Cómo estás?me la tragué
por completo y sin chistar y hasta debería de aceptar que me resultó cómoda en
mi vida diaria. Dicha comodidad se fue extinguiendo cuando, al visitar a varias
amigas intimas, también vi esa realidad que no veo por teléfono ni internet,
pues su situación es claramente idéntica a la de mis padres, y supongo que a la
de millones que no veo y sólo leo por periódicos o escucho por los medios de
comunicación. A través de una pantalla parece que todas y todos estamos en una
misma sintonía. Creo que no he visto a profundidad ni en carne propia como la
clase media se ha estado extinguiendo en mi ciudad de México, pues desde mi
residencia se vive y se ve diferente. Ya tendré ocasión de hacer la
comparación. Es decir, no es lo mismo saberlo a vivirlo. Ni ser conscientes a
estar conscientemente sufriéndolo.
Pido una sincera disculpa por la tranquilidad
con la que he dejado que la apariencia del estátodo bien, o igual, me haya hecho creer que estaba mejor de lo querealmente está en todo el país, pero, especialmente en mi amada ciudad, querealmente la veo a punto del colapso, en todos los sentidos.