Después del apremiante ejercicio democrático en las elecciones presidenciales de 2000, cuyo efímero éxito fijó su límite en la toma de posesión de Vicente Fox Quesada, baluarte moderno de la oligofrenia proactiva, reconocido iconoclasta de la mexicanidad, trágico prójimo connacional de rígido intelecto prenatal, que a fines de su sexenio dejó una importante derrama de vergüenza y un estelar, cuasi inalcanzable record de ridículas exposiciones mitológicas sobre cada porqué de la incompetencia de su gestión, nace el calderonismo en el óbito de la democracia mexicana, vituperado, malquisto, impopular, preñado de la agudeza discursiva de un obrero de la construcción, obsecuente con el yankismo romántico del siútico diestro ambivalente y ansioso del poder que la militarización ofrece a los hombres pequeños, que intentan cubrir con uniformes los complejos creados en el desarrollo por la inseguridad, misma que el comandante supremo de este espectro manifiesta en el timbre chillón ylaobstinación infundada.
La accidentada entronización fue sólo un ridículo comienzo; que puso en la conciencia del nouveau régime, la difícil realidad de gobernar un país en el que la ciudadanía decantó libremente, de manera flagrante y concisa a favor de otro candidato
Lo que sigue es una historia de sangre, un masacroso impasse que funde en su degradante oscuridad, el crimen, la impunidad y la impotencia, generosamente repartidos en todo el territorio nacional
Es demasiado... salimos a diario con malas noticias de nuestras casas, hacia los trabajos en los que mediante la internet o la convivencia, recibimos otras nuevas peores, estamos viviendo una realidad difícil de creer, difícil de asimilar... violencia ejemplar estirando los lindes de nuestra cordura, demostrándonos cómo un régimen violento es capaz de poner en jaque a una nación entera, que después de bordear las vías del desarrollo, se ha estancado en un baldío infértil a todo tipo de esperanza
Más allá de la costumbre de desayunarse con las noticias de los crímenes diarios, que la incompetencia de los poderes ejecutivo y judicial no pueden investigar y combatir respectivamente, está el capricho presidencial, crimen que alterna con todas las alternativas de crimen y que sangra al país en el camino de una derrota anunciada.
La muerte no es lo peor... lo peor es el miedo cotidiano que se respira... el temor constante de quedar en el fuego cruzado, de que la portación de un libro o mochila nos ponga bajo sospecha de algún convoy militar... de que ni en la morgue podamos librarnos de la difamación que el gobierno suele usar como argumento defensivo de los "errores" del ejército.
La ruptura de la legalidad, trasladó la opinión desde el escepticismo hasta la repugnancia; porque el autoritarismo que sostiene una guerra para combatir la delincuencia que el sistema mismo propicia, no es capaz de borrar la incongruencia de la ilegalidad combatiendo sin decoro al delito, en un constante reto a la sociedad que sufre los abusos de ambos bandos delictivos... narcotráfico y gobierno.
El saldo a la fecha, es un país resquebrajándose frente al vano triunfalismo repulsivo del infame discurso de un panismo genuflexo; que no puede ocultar que la guerra está matando a México... literalmente