Hay virus peores que el AH1N1, claro que sí. Y no estoy hablando de Carlos Ahumada ni de Carlos Salinas de Gortari ni de Diego Fernández de Cevallos. Tampoco hago referencia a Rosario Robles ni a Rafael Macedo de la Concha ni a ninguno de los orquestadores del complot de los video escándalos contra Andrés Manuel López Obrador. Hablo de virus que enferman si uno no se lava las manos, que llegan incluso a matar si se empieza a toser y no se visita al médico. Contra estos virus, la higiene y la ciencia médica.

En eso pensaba, es decir, en redactar un artículo con recomendaciones para cuidar la salud, cuando leí en el SDP que Ciro Gómez Leyva dio a conocer, en Radio Fórmula, fragmentos del libro de Ahumada que esta semana empieza a circular en México. En esa obra Carlos Ahumada confiesa el complot contra AMLO y atribuye la autoría intelectual del mismo a Carlos Salinas y a Diego Fernández. Es decir, no dice nada nuevo. Eso es algo que ya todos sabíamos en México.

Mientras leía lo anterior, recordé la única vez que vi en persona al señor Ahumada. Sucedió en un restaurante del hotel Presidente Intercontinental, en el Au Pied de Couhon. Una tarde de 2003 llegamos a ese sitio, para comer juntos, Carlos Marín y yo. Eran los tiempos en los que Carlos Ahumada se estrenaba como editor de diarios. Recientemente había lanzado el periódico El Independiente,que dirigía en el área editorial Raymundo Riva Palacio. A Marín y a mí nos molestaba lo que Ahumada y Riva Palacio habían hecho: contratar a uno de los encargados de la circulación de Milenioquien, sin ética profesional, se había llevado consigo una de nuestras bases de datos de suscriptores. Debo precisar, para quienes no lo sepan, que yo era entonces el director general de Milenioy Marín el director editorial. Los dos estábamos convencidos de que Ahumada era un pillo. No solo por lo que nos había hecho, sino por otras cosas que le sabíamos y que habíamos investigado y aun publicado.

Cuando entramos al Au Pied de Cochon vimos en una de las mesas del fondo a Ahumada sentado con uno de los abogados de Carlos Salinas (Juan Collado si no recuerdo mal) y con el hijo de Raúl Salinas de Gortari, Juan José Salinas Pasalagua.

El abogado, a quien yo no conocía, saludó a Marín, lo que nos obligó a acercarnos a ellos. Carlos Marín, fiel a su estilo, muy ruidosamente estrechó las manos de Collado, de Ahumada y de Salinas Pasalagua. Yo hice lo mismo, pero solo con el litigante y con el hijo de Salinas. A Ahumada simplemente no le tendí mi mano. Por tal razón, Ahumada me preguntó que si no lo iba a saludar. Le contesté: "No, a ti no te saludo. Porque eres inmoral".

Unos minutos después de eso, Salinas Pasalagua se acercó a la mesa en la que yo comía con Marín. Me pidió un favor: "Sé que conoces a López Obrador. Dile que le suplico, como hijo de un padre que sufre en la cárcel, que no vaya a criticar a los jueces que pronto van a decidir acerca del último recurso que queda para que mi papá pueda ser liberado. Es la petición de un hijo, no de un abogado ni de un político".

Esa misma tarde acudí a la oficina de Andrés Manuel en la jefatura de Gobierno del Distrito Federal. Le transmití el mensaje del hijo de Raúl Salinas. Lo está suplicando como hijo, no como político, subrayé varias veces mientras narraba el hecho.

Muchos meses después, en 2005, me reuní con Carlos Salinas de Gortari en la casa de este. El presidente de Milenio, Francisco González, me pidió que aceptara esa reunión. Pancho ya no soportaba mis frecuentes críticas al ex presidente, en particular todo lo que escribí durante años acerca del papel de Salinas en el asesinato de Colosio.

Salinas y yo no tuvimos tiempo de hablar de Luis Donaldo. Prácticamente toda la reunión discutimos sobre López Obrador. Lo narré en un libro. Como todas las palabras del ex presidente iban dirigidas a probar que AMLO odiaba a los Salinas, le conté lo que me había pedido su sobrino. Lo hice porque, cuando esta conversación ocurrió, Raúl Salinas ya estaba en libertad. No voy a juzgar si los jueces actuaron correctamente o no: lo ignoro por completo. Lo que me consta es que, mientras se desarrolló el último proceso del caso Salinas, el político más influyente de México, López Obrador, no tocó el tema para no presionar a nadie en ningún sentido. Andrés no lo hizo, en primer lugar, porque no le correspondía hacerlo. En segundo, y sobre todo, porque atendió la súplica de un hijo desesperado por el infortunio de su padre. No creo que Salinas ni Ahumada ni Diego sean capaces de un gesto semejante.