Mucha gente me va a criticar por lo que a continuación voy a decir. Pero
es lo que pienso. Admito que puedo estar equivocado, desde luego. Y, para
anticipar objeciones, aclararé que no mueve la cobardía, sino el sentido común.
En mi opinión, el gobierno mexicano debe abandonar cuanto antes la
guerra contra el narcotráfico tal como la ha llevado hasta el momento. Para
replantear su estrategia. Porque lo realizado en este terreno desde el arranque
del sexenio de Felipe Calderón simplemente no ha funcionado.
Hablo de rendición, sí, por más desagradable que esta palabra suene.
Busqué en internet para saber si existe algo parecido al arte de la
rendición. Encontré una sola referencia.
María José (así, a secas, sin apellidos) escribió en un blog que está
convencida de que ese arte existe: "Conocer, o más bien reconocer, el límite
antes de traspasarlo es, además de arte, pura supervivencia. Rendirse es
cuestión de vida o muerte a veces. Admitir que las fuerzas fallan, reconocer
que no se es invencible, puede producir una paz absoluta".
María José habla de ese modo por causa de algún problema emocional o
sentimental, pero sus palabras son perfectamente aplicables a la actual
situación mexicana: reconocer el límite antes de traspasarlo es, además de
arte, pura supervivencia.
Calderón, por desgracia, está a punto de traspasar ese límite.
Creo que el segundo gobierno panista, que ya no tiene fuerza, debe
rendirse. Ha perdido su guerra contra el narcotráfico. Antes de que los
carteles de las drogas se transformen en verdaderos ejércitos -algo que cada
día parece más cercano- debe buscar otra manera de combatirlos.
El uso de la violencia legítima que es capaz de aplicar el gobierno
contra el crimen organizado, ha fracasado indudablemente.
Las fuerzas armadas mexicanas, pese a su eficiencia y a su buena reputación,
han ganado no pocas batallas a las bandas de proveedores y distribuidores de
drogas ilegales, pero empiezan a perder lo más importante en un conflicto
bélico: la ofensiva.
De atacantes, los soldados y los policías han pasado a ser atacados, de
perseguidores han pasado a ser perseguidos. Las recientes batallas de Michoacán
hablan con claridad de que está haciendo falta una retirada estratégica. Insisto,
antes de que los comerciantes de estupefacientes, que cuentan con bases
sociales en numerosos lugares del país, dejen de considerarse a sí mismos
simples vendedores que se han visto obligados a defenderse, para empezar a sentirse
como un poder militar tan grande y con la misma estructura logística que el del
Estado.
¿Cómo podría el gobierno mexicano retirarse de esa insensata guerra? No
será sencillo. Pero tal estrategia debe partir del reconocimiento de que Calderón
se equivocó al combatir tan frontalmente al narcotráfico.
Lo único que ahora está claro es que si no se replantea la forma en que
se ha intentado acabar con el comercio ilegal de drogas, en México podría haber
una guerra civil en forma.
Ya casi la hay, si no por otra cosa, porque en los últimos dos años han
sido miles las bajas en los enfrentamientos de todos los días, en todo el
territorio nacional, entre los agentes del gobierno y los sicarios de la mafia.
Lo peor, tristemente, es que estamos a unos cuantos meses de que se
celebre el centenario de la Revolución.
¿Lo peor? Pues sí. Como dice un amigo cada vez que hablamos del tema,
Pancho Villa, antes de convertirse en un revolucionario bendecido por los
apóstoles del sufragio efectivo, era alguien que actuaba al margen de la ley;
no un narcotraficante porque en 1909 este oficio no estaba de moda, pero sí un
bandolero que actuaba con la misma ferocidad que hoy muestran los integrantes
de los Zetas o de la Familia.
Y el Centauro del Norte, desde luego, tenía el mismo origen social que
tienen prácticamente todos los matones actuales del narco: la pobreza, esa maldición
que no ha desaparecido en México y que agobia en este 2009 a muchos más
mexicanos que en 1909.