Recibí esta carta
de un amigo que con frecuencia me escribe para contarme cosas que a él le dan
risa:
"¿Quién es el líder
político peor vestido? ¿No lo sabes? Te doy los resultados de una encuesta
de la prensa española, frívola siempre excepto cuando tiene que bromear, que es
cuando los periodistas ibéricos se ponen más formales: Evo
Morales es el peor vestido, le sigue Kim Jong Il
y a este Muammar Gaddafi, Hugo Chávez, Fidel Castro, Mahmud Ahmadineyad, Augusto
Pinochet, Vladimir Putin y Mao Zedong. La encuestita no incluye a nuestro
presidente ‘espurio'. Pero si se cumplieran las amenazas del narco y en un
arreglo político se decidiera que la autóctona Beatriz Paredes sucediera al fenecido
Felipe Calderón, te aseguro que nuestra presidenta sustituta tendría que ir a
dar a la lista anterior, y yo votaría por ubicarla como todavía peor vestida
que el autóctono Evo, ya que Morales al menos no ha engordado y no terminan de
lucirle tan mal sus chompas. Y ya me despido, antes de que te tomes esta ironía
demasiado en serio. Con tu trauma por lo de Colosio seguro que te asustan los
narcomensajes que le han enviado a Calderón. Ja, ja, ja, no pasa nada,
tranquilo".
¿Mi
trauma por lo de Colosio? Tal vez será por eso, pero me preocupa que alguien
esté (en el mejor de los casos) jugando a amenazar de muerte a Felipe Calderón.
He leído comentarios y caricaturas cuyos autores se burlan de tales amenazas.
De hecho, no conozco a nadie que las haya tomado con seriedad. Casi todos mis
amigos piensan que se trata de inventos del propio Calderón o de su partido, el
PAN, para ganar popularidad. Alguien hasta me ha recordado la historia del
gobernante ateniense Alcibíades, quien le cortó la cola a su hermoso perro para
que la gente se entretuviera preguntándose por qué habría hecho Alcibíades semejante
cosa, con lo que logró que nadie cuestionara sus actos de gobierno. "No te
preocupes, Federico, eso es pura propaganda panista", es lo que me han dicho
prácticamente todas las personas con las que he tocado el tema. "Es una
estrategia de Calderón para desviar la atención de la crisis".
Pero sí
me preocupo, ni hablar. Acaso por mi trauma por lo de Colosio.
Un par
de semanas antes de que a Luis Donaldo lo asesinaran, charlando con él en una
sala de algún hotel de Monterrey, le pregunté su opinión acerca de lo que un
columnista había publicado: Que aunque la campaña ya había avanzado, el PRI
todavía podía, legalmente, encontrar un candidato sustituto si Colosio moría.
Mi pregunta inquietó a Donaldo que quiso tocar madera en cuanto me escuchó (se
hablaba de su muerte en un diario, y el gesto le salió natural). Pero nada en
aquel salón era de madera. Los muebles o eran de vidrio o estaban forrados de
tela. Cuando esto lo comenté con el general del Estado Mayor Presidencial
encargado de la seguridad de Luis Donaldo, me dijo absolutamente convencido: "No
se preocupe usted, don Federico, eso no va a pasar".
Una
semana más tarde, antes de salir de gira rumbo a Michoacán, mientras
esperábamos que llegara Donaldo para empezar el viaje, en el lugar de la Ciudad
de México en el que estábamos reunidos uno de los doctores de la comitiva me dijo
que había escuchado rumores de que podía haber un atentado. Se lo conté al
general que cuidaba a Colosio y este, otra vez totalmente seguro de lo que
decía, expresó: "Que ya no se preocupe, don Federico, que para eso estamos
nosotros, para proteger al candidato".
Meses
antes, cuando el recorrido electoral iba a iniciar, el coordinador de la
campaña, Ernesto Zedillo, me pidió que hablara con Luis Donaldo para
convencerlo de que no viajáramos por tierra, desde el Distrito Federal, a la Huasteca
del Estado de Hidalgo, porque el recorrido era muy peligroso, que mejor
voláramos a Tampico, y de aquí en autobús a Huejutla en un trayecto mucho más
seguro. Lo hablé con Donaldo y aceptó la sugerencia de Zedillo. Por supuesto,
los militares me dijeron que el cambio de recorrido era una buena idea, aunque
por ningún motivo iba a pasar nada: "Todo va a estar bien, estese tranquilo",
me sugirieron.
No fue
esa la primera vez en la que alguien me habló de la posibilidad de un atentado
contra Colosio. Inmediatamente después del alzamiento zapatista, en la oficina
del entonces subsecretario de Vivienda del gobierno federal Ricardo Canavati,
me encontré con el líder del PT, Alberto Anaya. Este me pidió que le dijera
algo a Colosio: Que se cuidara porque los dinosaurios del PRI lo querían matar.
Lo comenté con mucha gente que participaba en aquella campaña, incluido el
candidato, y todos me dijeron que no me preocupara, que no pasaba nada.
Tantas
veces tranquilizado con eso de "No te preocupes, Federico, aquí no pasa nada",
decidí en cuanto llegamos a Lomas Taurinas, aquel 23 de en marzo de 1994, que
valía la pena aceptar la invitación que alguien me había hecho de abandonar por
unas horas Tijuana para ir a cenar a la ciudad californiana de San Diego. Es lo
que iba a hacer en cuanto terminara el primer acto de campaña en la metrópoli
fronteriza. Total, no iba a pasar nada. Si no cené en San Diego en esa ocasión
se debió a que, no obstante la protección del Estado Mayor Presidencial, a Luis
Donaldo le dieron dos balazos enfrente de sus guardias, de sus colaboradores,
de cientos de vecinos y de sus amigos que le acompañábamos en aquel su último
acto político.
No veo
en la administración de Felipe Calderón nada positivo. Desaprueba todo lo que
ha hecho este personaje desde 2006. Jamás lo he llamado presidente porque para
mí el legítimo presidente de México es Andrés Manuel López Obrador. Pero, me
guste o no, Calderón controla el poder ejecutivo de México. Ha usado muy mal el
poder que tiene y por eso estamos en una guerra perdida contra el narco y,
además, hundidos en la peor crisis económica de la historia reciente. Pero no
quiero que Calderón deje su cargo antes de tiempo porque, en mi opinión, sería
lo peor que podría pasarle al país. Y menos quiero que él se vaya de mala
manera, no solo porque se incendiaría nuestra sociedad sino también,
naturalmente, porque ni él ni su familia lo merecen.
Por eso tomo en serio, muy en serio, las
amenazas de las que se ha hablado en los últimos días. De todo corazón deseo
que esta vez el Estado Mayor Presidencial haga su trabajo con la eficiencia y, particularmente,
con la lealtad que no exhibió en 1994.