Mientras en

otros países los economistas, los empresarios, los periodistas, los políticos y

las personas comunes y corrientes discuten acerca de si ya ha empezado la

recuperación -debido a los buenos resultados que sus economías han mostrado

recientemente-, en México al fin todos nos hemos puesto de acuerdo: las cosas

están peor que nunca y seguirán empeorando.

México está

paralizado. No hay ventas, y los pocos que logran vender alguna mercancía

encuentran que no hay modo de cobrarla. El desempleo sigue creciendo. Los

precios aumentan. Las obras públicas diseñadas para reactivar la economía se

han suspendido. Los turistas se han ido y no quieren volver y los mexicanos,

por supuesto, los entendemos: nosotros tampoco deseamos gastar nuestro dinero

paseando por países en guerra civil. Los

padres de familia de clase media están cambiando a sus hijos a colegios cada

vez más baratos y algunos han tenido que aceptar, horror de horrores,

matricularlos en escuelas públicas. No hay crédito o es muy caro. Los restaurantes

ya no se llenan. Los taxistas se están quedando sin clientes. Hasta el

gobierno, especialista en mentir, ha tenido que aceptar la verdad: que este

2009 la caída de la economía mexicana será histórica.

Vivimos, sin

duda, en el peor de los mundos posibles.

Vicente Fox

dice que la culpa la tienen los astros. Andrés Manuel López Obrador corrige al esposo

de la señora Marta Sahagún y le aclara que la crisis se ha agravado por culpa

de la mafia política y económica que se resiste a renunciar a sus privilegios.

Fox, desde luego, habla como lo que es: un ignorante. Y, AMLO, otra vez, está

en lo cierto.

Recomiendo

leer en el diario mexicano El Economista

un artículo titulado "Un buen plan y una pizca de fantasía" escrito por Luis

Miguel González. El periodista empieza citando a Calderón: "No hay mucho que inventar: reducimos gastos, aumentamos

impuestos o tenemos un mayor déficit... No hay mucho que inventar, dice Calderón

y ésa es la parte más desafortunada de su discurso. Todo está por inventarse,

en un país donde es más fácil recortar programas esenciales que privilegios de

mandarines y sindicatos".

Felipe Calderón, por ejemplo, podría

inventar la forma de obligar a los magnates mexicanos a pagar correctamente sus

impuestos. No le resultaría tan difícil si tuviera poder. Pero no lo tiene.

Calderón, por desgracia, actúa como subordinado de unos cuantos

multimillonarios y de algunos dirigentes políticos. Y eso es: un empleado de la

mafia de la política y la economía a la que se refiere López Obrador. La mafia

llevó a Calderón a Los Pinos y, por lo tanto, a la mafia se debe.

Luis Miguel González pregunta: "¿Cuánto

se podría bajar el gasto público si hubiera un combate efectivo a la

corrupción? No es exagerado hablar de 10 o 15 por ciento. Serían 200 o 300,000

millones de pesos. La cifra es enorme y similar al boquete que abre la caída de

los ingresos. Por desgracia es imposible de alcanzar". Y dice más el periodista: "Hay más de una

forma de incrementar la captación fiscal. Todas pasan por la voluntad política.

Cobrar más impuestos a las grandes corporaciones tiene un costo".

Resulta simplemente imposible, para

Calderón, combatir la corrupción y obligar a los potentados a pagar impuestos.

En la mafia, recordemos las películas de El Padrino, los jefes menores no se

rebelan ante los capos mayores. Esta es la triste realidad de nuestra economía.

Cualquier otro análisis es hacerle al tonto.