Felipe Calderón viaja protegido por miles de soldados. Su actual vivienda se encuentra resguardada por todavía más militares. Todos los integrantes de su familia se mueven en vehículos blindados y cuentan con choferes y guardaespaldas. Lo mismo los integrantes de su gabinete y los parientes de estos. La seguridad, pues, no es un problema para el presidente espurio y los suyos. Por eso, minimiza la muerte de inocentes o civiles en los enfrentamientos a balazos que a diario se dan en todo el país entre bandas rivales del narcotráfico o entre grupos mafiosos y las fuerzas armadas del estado mexicano. Son "los menos", dijo Calderón. Qué descaro. Y también aseguró que son pocos los soldados y policías caídos en los combates: ni el 5 por ciento de 22 mil acribillados en lo que va del sexenio. Lo peor es que lo dijo en serio y hasta con orgullo.

Suponiendo que hayan muerto 20 mil narcotraficantes en 3 años y medio... Un momento, ¿cuántos? Eso, 20 mil integrantes del ejército mafioso o como se le quiera llamar. ¿Ejército el de los narcos? Así es, según Calderón. Este nos ha refutado a los que pensábamos que el Ejército mexicano era uno solo y que peleaba contra civiles contratados por la delincuencia organizada. Pues no. Si los narcos no son civiles, entonces son soldados, y si son soldados pelean agrupados en un ejército, y como ellos son tan mexicanos como cualquiera (el cometer delitos no priva a nadie de la nacionalidad), luego entonces tenemos que hay dos ejércitos en México, el de los malos y el de los buenos, aunque a veces por obra y gracia de los cañonazos de miles de dólares los del segundo se pasan alegremente al primero.

El problema real es que el ejército de los narcos parece inmenso. Ha sufrido 20 mil bajas y sigue tan campante. ¿Cuántos hay? Dicen en la frontera tamaulipeca que el cielo, a los Zetas, un soldado en cada lavacoches les dio. Y lavacoches y similares hay millones, decenas de millones en México. Se les conoce también como "pobres" que no solo carecen de empleo formal, sino de la menor esperanza de conseguirlo.

"Qué pequeño es el mundo", decimos los mexicanos que viajamos al extranjero cada vez que, en los exclusivos restaurantes o centros comerciales de Madrid, Londres, París o Nueva York, nos topamos con algún conocido de nacionalidad mexicana. Y es que, carajo, viaja uno tan lejos solo para encontrarse con los mismos paisanos que a diario vemos en San Pedro Garza García, Nuevo León; en las Lomas o Polanco en el Distrito Federal o durante los puentes vacacionales en Los Cabos o Cancún. En realidad, el mundo no es pequeño. Lo que pasa es que, en México, los que podemos viajar somos unos cuantos. Así es el subdesarrollo: Mucho para muy pocos y nada para la inmensa mayoría. Lo mismo sienten los argentinos, los brasileños, los guatemaltecos, etcétera, cuando viajan.

Seguramente varios de los viajeros mexicanos conocían al ya asesinado Arturo Beltrán Leyva y hasta hacían negocios con él (hoy los harán con el Mayo, con el Lazca o con el Chapo, da igual). Es que Beltrán, como los otros jefes de la mafia, ya había adquirido un estatus. Pero, ¿los mexicanos que viajamos a cuántos conocemos de los 20 mil sicarios de abajo, tan mexicanos como nosotros, que han quedado baleados en nuestras calles o que han sido descabezados o colgados? En esto, de plano, no cabe la frase de que el mundo es pequeño, sino que aplica otra: México es tan grande y está tan poblado de miserables.

Pero, aunque nada sepamos de ellos, alguien llora a esos delincuentes. Como nosotros, tienen madre, padre, hermanos, parejas, amigos. Qué fácil considerar "culpables" a 20 mil mexicanos. Muchos lo eran, sin duda. Pero otros no. O no lo eran tanto. Algunos tal vez solo participaban como choferes, otros quizá andaban ahí obligados, amenazados. No lo sé. Lo triste es que no hubo para ellos ningún juicio, no se les aprehendió, no se les respetó ningún derecho. Lo entiendo, hay una guerra. Y estaban con el ejército equivocado, el de los narcos. Es decir, ha dicho Calderón, no eran civiles. Eran soldados, los del otro ejército mexicano. Porque, hasta donde se sabe, prácticamente no hay extranjeros echando bala en esta guerra.

Ahora bien, ¿cómo estar seguros de que algunos de los 20 mil muertos no eran, de plano, totalmente inocentes? Esto es, si los dos estudiantes de maestría acribillados en el Tecnológico de Monterrey hubieran caído lejos del instituto, casi seguramente se les consideraría en la estadística parte de la mayoría de delincuentes muertos. De hecho, así se les consideró al principio. Así los clasificó la autoridad inmediatamente después de la balacera: murieron dos sicarios en una batalla de 30 minutos en la que se lanzaron granadas de fragmentación. Solo dos sicarios habían muerto. ¡Solo dos en 30 larguísimos minutos de tiroteo! Después, por la fuerza del Tec, se supo que no lo eran. Y ahí quedó todo. No murió nadie más, o no se supo, en el combate más terrible que se recuerde en Monterrey.

Bueno, pues ya tiene Calderón al menos una batalla en la que no murieron soldados ni del Ejército bueno ni del ejército malo, en la que solo murieron civiles inocentes. Para su contabilidad. Para su récord.