Tengo muy buenos amigos en Barcelona, lo mismo que en Madrid. Los primeros no se sienten españoles, sino "europeos". Tal vez piensen que España está ubicada en África. A mí me da igual...
Charlando, en días pasados, con algunos catalanes les decía que se vieran en el espejo de Europa: no funciona la unión económica sin la unión política. Les puse como ejemplo a Grecia y a California.
Las finanzas públicas griegas son un desastre. Las californianas también. Y no es exagerado decir que en California ha habido más derroche e irresponsabilidad fiscal que en Grecia. La diferencia radica en que, en Europa, ha costado mucho trabajo diseñar y llevar a la práctica un programa que rescate a los griegos. Los ciudadanos alemanes, por ejemplo, se molestan porque deben con su trabajo y su dinero pagar los excesos de los habitantes de Grecia. Tienen razón, pero sus dudas, que los llevan a debatir largamente acerca de si tienen que ayudar o no a Grecia, solo complican las cosas. En Estados Unidos, en cambio, la gente de Nueva York, que en este artículo supondré más trabajadora y ahorrativa que la de California, ni siquiera se cuestiona, o no con excesiva fuerza, si el sistema estadounidense debe apoyar o no a los californianos para que estos no terminen de hundirse: se les ayuda, y ya.
Por eso Estados Unidos resiste, a pesar de las dificultades, y Europa empieza ahora a tambalearse.
Después de cansados debates, La Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional han ayudado a Grecia con una enorme cantidad de dinero. A cambio de ello, los líderes griegos se han comprometido a aplicar severas medidas de austeridad económica. Pero la ayuda no solo llegó muy tarde y ha salido por lo mismo mucho más costosa, sino que, evidentemente, no será suficiente para salvar a ese país en ruinas, que según estimaciones de Standard Poor's volverá a su PIB nominal de 2009, si bien le va, hasta 2017. Por esa razón, el futuro de Grecia, como el de otros países de Europa, se presenta simplemente oscuro. El sur del viejo continente carece de fuerza financiera para sostenerse y, tal vez, podría arrastrar en su ¿inevitable? caída a las naciones europeas más potentes.
En el Financial Times, en un texto titulado "Europa tendrá que elegir entre la integración o la desintegración", Wolfang Münchau dice que, según sus cálculos, "el volumen total de la ayuda a Grecia, Portugal, España, Irlanda y posiblemente Italia podría ascender a una cifra entre los 500 mil millones de euros y el billón de euros. Todos estos países afrontan subidas de los tipos de interés en un momento en el que, o bien están en recesión, o avanzan con dificultad tras salir de ella. El sector privado en algunos de esos países sencillamente no es viable con esos tipos de interés más altos".
Terrible.
El mismo Münchau sostiene que "son necesarias tres cosas si la eurozona quiere sobrevivir a medio plazo: un sistema de resolución de crisis, una mejor coordinación en política fiscal, y políticas para reducir los desequilibrios dentro de la eurozona", algo que no es posible sin una unión política. Es decir, la sola unión monetaria no fue suficiente para que Europa recorriera un largo camino sin dificultades.
Lástima.
Para Europa, pues, lo que viene es la integración plena. O, de plano, la desintegración. Con todas las consecuencias, buenas o malas, que ello acaree no solo para la economía del continente europeo, sino para la de todo el planeta.
Creo que mis amigos catalanes deberían pensar menos en ellos mismos y más en la región a la que, todavía, están políticamente integrados. Para que no terminen pagando costos mayores en el futuro.