Conocí a Manuel Camacho Solís en 1992. Si no recuerdo mal,

me lo presentó en El Norte de Monterrey el señor Alejandro Junco de la Vega,

principal accionista de ese diario que, un año más tarde, llegó a la Ciudad de

México con el nombre de "Reforma".

En aquella ocasión solo lo saludé en la oficina de Junco, es

decir, hablé muy poco con Camacho. Fue a mediados de 1993 cuando conversé por

primera vez más o menos largamente con el mencionado político. El tema de

nuestra charla fue Luis Donaldo Colosio, que era mi amigo.

Colosio y Camacho competían por la candidatura presidencial

del PRI. Camacho sabía de mi amistad con Colosio, así que me había convocado

nada más para decirme que Luis Donaldo no tenía ninguna posibilidad de ser el

elegido. Tan mal informado estaba.

Vi a Camacho como un tipo penosamente ingenuo y

extremadamente ambicioso. En la plática se negó a aceptar la menor posibilidad

de que Colosio lo derrotara."Imposible", repitió hasta volverme loco. Como

todos sabemos, Colosio y Camacho compitieron bajo las reglas de aquel PRI. Los

dos las aceptaron, no intentaron cambiarlas y se comprometieron a respetar el

resultado del juego. Perdió Camacho, ganó Colosio.

Mal perdedor, Manuel Camacho se negó a acepar en noviembre

de 1993 su derrota. Y desde ese momento trabajó exclusivamente para perjudicar

a Luis Donaldo Colosio. Fue tan desleal

la actuación de Camacho durante varios meses que, cuando asesinaron a Luis

Donaldo, en el funeral, Diana Laura Riojas de Colosio ordenó que lo echaran. Fui

testigo de cómo Alfonso Durazo le dijo: "La señora le pide respetuosamente que

se retire".

Volví a hablar con Camacho en 1997. El que me pidió verlo

fue Óscar Argüelles, actual director de Comunicación de Marcelo Ebrard. En este

nuevo encuentro Manuel Camacho solo quería preguntarme qué era lo que

verdaderamente opinaba Diana Laura de él, porque no podía creer que esta

maravillosa mujer se hubiese ido a la tumba sin perdonarlo. "Lo siento, Manuel",

le dije, "la última vez que hablé con Diana ella seguía despreciándote".

La tercera vez que hablé con Camacho ocurrió en 2004, en la

época del proceso de desafuero de Andrés Manuel López Obrador. Camacho le había

pedido a Carlos Marín, a la sazón mi subordinado en Milenio, que me convenciera

de hablar con él. Acepté. Camacho me pidió que convocara a Manlio Fabio

Beltrones a la casa de Javier Moreno Valle para pedirle a ese político priista

que actuara con sensatez e impidiera que le quitaran rápidamente el fuero a

AMLO. Manlio aceptó y el desafuero se dio muchos meses después, lo que le dio a

López Obrador tiempo para organizar una defensa política y aun jurídica.

Cuando dejé la dirección de Milenio y fui invitado por López

Obrador a su campaña electoral presidencial, Andrés Manuel me dijo que uno de

mis compañeros en el equipo iba a ser Camacho. Le dije a AMLO que aceptaba colaborar

aunque yo no confiaba en el tipo que tanto daño le había hecho a Colosio.

Decidí trabajar al lado de Camacho porque, evidentemente, el

jefe del grupo era AMLO y este tenía el derecho de invitar a quien se le pegara

la gana. En la campaña no me llevé bien con Camacho. Lo intenté, pero el

recuerdo de su traición a Luis Donaldo siempre fue más fuerte que mi disciplina.

Ahora, Camacho, como el alacrán, fiel a su naturaleza ha

traicionado a López Obrador. Varias veces, solo por molestar, le he dicho a

AMLO: "Te lo dije". Y es que, perro que come huevo, aunque le quemen el hocico.

La traición de Camacho no consiste en preferir a Marcelo

Ebrard como candidato presidencial del PRD para 2012, lo que es su derecho. Nada

de eso. Manuel Camacho es un traidor a todo un movimiento político por otra

cosa: ser en la actualidad uno de los principales operadores políticos de

Felipe Calderón Hinojosa, el panista que en 2006 recurrió al fraude electoral

para llegar al poder.

Ayer martes, por la tarde, vi a Andrés Manuel y le dije: "Por

algo Diana Laura ordenó que echaran a Camacho del funeral de Donaldo". Por

falso, por chueco, por inmoralmente ambicioso.

El caso es que no desprecio en 2010, a ese grillito menor,

más de lo que le despreciaba en 1994. Pero tampoco le desprecio menos.