Gracias a dios soy ateo.

El célebre músico Wagner dijo:

"Creo

en Dios Padre, en Mozart y en Beethoven, así como en sus discípulos y en sus

apóstoles. Creo en el Espíritu Santo y en la verdad del Arte uno e indivisible.

Creo que este arte procede de Dios y vive en el corazón de todos los hombres

iluminados por el cielo. Creo que quien ha paladeado una sola vez sus sublimes

dulzuras se convierte a él y jamás será un renegado. Creo que todos pueden

alcanzar la felicidad por medio de él. Creo que, en el juicio final, serán

afrentosamente condenados todos los que, en esta tierra, se hayan atrevido a

comerciar con este arte sublime, al cual deshonran por maldad de corazón y

grosera sensualidad. Creo, por el contrario, que sus fieles discípulos serán

glorificados en una esencia celeste, radiante, con el brillo de todos los

soles, en medio de los perfumes y los acordes más perfectos, y que estarán

reunidos, por toda la eternidad, en la divina fuente de toda armonía. ¡Ojalá me

sea otorgada tal gracia! Amén".

Wagner no conoció a ese hombre de dios llamado Juan Sandoval

Íñiguez, de oficio cardenal y de vocación pobre pendejo. Utilizo estos términos

para que él me entienda. Porque así es como habla don Juan, como el pueblo, chingao,

diría este santo personaje. De haberlo conocido, el músico habría escrito: "Creo

en Mozart y en Beethoven", sin el Dios Padre. Porque los representantes de la

divinidad en la tierra son, por fortuna, grandes y eficaces fábricas de ateos.

Sandoval Íñiguez ha dejado en claro que, al menos, el dios

bondadoso no existe. El único que parece andar por los templos es el dios malo,

es decir, el diablo. Los curas, pues, no son emisarios del amor celestial, sino

del odio satánico.

Más allá de las calumnias contra Marcelo Ebrard Casaubón y

los ministros de la Corte (ojalá el jefe de Gobierno del Distrito Federal lo

demande, como ha prometido), Sandoval se exhibió a sí mismo y exhibió a su

iglesia y a su dios como promotores del odio entre los seres humanos. La forma

en que ha tratado a la comunidad homosexual ha sido, simplemente, miserable. Eso

sí, digna de todo un señor cardenal, esto es, de un nuncio del dios perverso,

el diablo que vive en él, el único ser todopoderoso al que adoran los prelados

enriquecidos como don Juan.