Diego, al ser liberado, citó al Quijote. O eso dicen. Se

entiende: Don Quijote es el personaje adecuado para toda ocasión.

Seguro estoy que Diego Fernández de Cevallos sabe, debe ser

experto en la materia, que antes de enloquecer Don Quijote se llamaba Alonso

Quijano. ¿Y qué? Pues, nada. El señor Quijano a nadie le importa, excepto tal

vez a Borges y a Cervantes: "Y al final, cuando Alonso Quijano descubre que

nunca ha sido Don Quijote, que Don Quijote es una mera ilusión, y que está por

morirse, la tristeza nos arrasa, y también a Cervantes".

No creo que ninguna otra persona, además de Borges y

Cervantes, se haya entristecido por el destino de Alonso de Quijano. Porque,

admitámoslo, el héroe de las mayorías es Don Quijote, que no solo existe, sino

que es inmortal. Y sirve, claro está, para todo.

Las palabras de Don Quijote, bien pronunciadas por supuesto,

invariablemente representan la coartada perfecta.

En estos días, en nuestro país, los dichos de Don Quijote han

servido para darle sentido romántico a una farsa político-policiaca que, a pesar

de lo bien montada que está, yo no me trago. Y no se tragan miles y aun

millones de mexicanos.

Las innumerables burlas que leí en Twitter acerca del show

armado por Televisa para el lucimiento de Diego, me remitieron de inmediato a

Don Quijote: "¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues, ¡por

Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se

espanta de los leones".

En las redes sociales de internet, la gente dijo algo

parecido cuando el Diego-Show fue dado a conocer por el presentador estelar de

Televisa, Joaquín López-Dóriga: "¿Dieguitos a mí? ¿A mí Dieguitos, y a tales

horas". Y empezó el pitorreo que no para y no parará. Porque a estos, los del

PAN aliados de los de la tele, ya no les creemos nada.