Fui amigo de Ciro Gómez Leyva. Trabajé con él
durante varios años. En alguna época admiré su trabajo periodístico, que era en
mi opinión profesionalmente impecable y éticamente irreprochable.
Si algo guiaba a Ciro en aquellos años era el
humanismo, entendido como el respeto absoluto a la dignidad de las personas, de
todas las personas. Todas. Sin excepción. Tanto los santos como los peores
pecadores.
Hoy lo leo en Milenio,
y me duele ver su cambio. Ya no me sorprende lo que escribe. Y hasta puedo decir
que en términos racionales lo entiendo. Claro que lo entiendo. El diagnóstico
es sencillo: el señor Gómez Leyva perdió la brújula moral o encontró el tesoro
del pirata, una de dos. O las dos. Pero no deja de entristecerme su
transformación.
Este jueves, en su columna "¡Vamos por ti, JJ!,
hace suyas las palabras de uno de sus colegas y afirma que el JJ "tiene una
mirada de reptil". Y se lanza al ataque: "Es la cara del enemigo contra el que se pelea en
esta guerra de espanto. Sus frases, lógica, agresividad, desdén, desplantes
registrados en la espléndida entrevista que le hizo Carlos Loret de Mola
formarán parte del mejor archivo para tratar de comprender los tiempos que
vivimos".
Y
concluye que a los reptiles hay que perseguirlos: "... ir por ellos, localizarlos,
desmantelarlos, castigarlos. Si es necesario, matarlos. Tengan miradas de
reptil o no".
¿Y la
ley? ¿Los derechos humanos? ¿La garantía de que todas las personas, por más
delitos que hayan cometido, tienen derecho a defenderse en un juicio justo?
Eso a
Ciro, y a muchos como Ciro, les tiene muy sin cuidado. Ellos han decidido primero
odiar y después existir.
Pero
el odio solo genera odio. Y la sangre, sangre. Si no rompemos el círculo
vicioso, a la larga todos vamos a perder.