Acepto que fui el que inició el rumor del alcoholismo de

Felipe Calderón. Lo hice en 2006, en el programad radiofónico de Joaquín

López-Dóriga, después de que Calderón me calumnió miserablemente. A una mentira

respondí con otra. Hice mal, lo reconozco. No hay más que decir.

Como no hay ninguna evidencia que Calderón sea alcohólico,

al menos yo no la conozco, afirmo que no lo es.

Pero Calderón sí es un presidente espurio. Lo es porque no

ganó las elecciones de 2006. Porque él y su partido, el PAN, apoyados por los

poderes fácticos (esto es, los oligopolios industriales, financieros y

mediáticos) recurrieron al más burdo fraude electoral de la historia para

detener a Andrés Manuel López Obrador.

Calderón, además de espurio, es autoritario. No hay la menor

duda. Una prueba está en las presiones de su gobierno a la empresa MVS, de

Joaquín Vargas, para sacar del aire a la mejor periodista de México, Carmen

Aristegui.

Calderón, hay consenso, es un pésimo gobernante. Durante su

periodo no se han generado empleos, no se han construido grandes obras de

infraestructura y, en el colmo de la incompetencia, lanzó, a tontas y a locas,

a las fuerzas armadas mexicanas a una guerra, perdida desde antes de iniciarse,

en contra de las mafias del narcotráfico que ha costado ya decenas de miles de

vidas de mexicanos culpables e inocentes y que ha sembrado el terror en

prácticamente todo el territorio nacional.

Así que, dado lo anterior, lo único que puedo decir es que,

naturalmente, a partir de 2012 estaremos mejor con López Obrador.