Es un lugar común pero hay que
repetirlo: la izquierda es más sectaria que la derecha y en ello radica en
alguna medida su debilidad.
Ciertos comunicadores no reparan
en detalles que cambian radicalmente el sentido de las cosas que se dicen.
Cuando López Obrador mandó al diablo a las instituciones que están al servicio
de una oligarquía (de acuerdo con su diagnóstico y diciendo al diablo con sus
instituciones), Televisa se empeñó en presentarlo como el peligro para México
que los spots decían que era. Los comentaristas de radio y televisión se
esforzaron por hacer notar su tono sobresaltado y el impulso antiinstitucional
que, de haber llegado a la presidencia, no habría reparado en derrumbar las
instituciones que sudor y sangre costaron a los mexicanos. Pasaron por alto,
inaceptablemente por alto, que la expresión no mandaba al diablo a las
instituciones de modo genérico. Se refería a unas en particular, a esas: a las que
pertenecen a aquellos que han influido
para coparlas de ciertos nombres de personas incapaces: a la Suprema Corte con
ministros recomendados por Diego Fernández de Cevallos y al IFE con un
presidente impuesto por la misma Elba Esther Gordillo. Ciertos intelectuales de
gran talla como Roger Bartra, y otros de menor calado en sus reflexiones,
aunque respetables igual que todos, como Denise Dresser, tomaron la interpretación de Televisa y en
ella se apoyan hasta el día de hoy para calificar como arcaico y populista al
movimiento encabezado por AMLO.
Fue Lorenzo Meyer quien con el
poder de la televisión desmintió lo que en Televisa y en todos lados se decía.
La respuesta del poder fue quitar de youtubey otros sitios de videos el
tan repetido "al diablo con sus instituciones" para dejar lugar a la duda. Por
más que los diarios, como Crónicao aún más serios como El País,
hubieran dado cuenta en el cuerpo de sus notas del énfasis puesto en la palabra
sus,
sus,el mito del antiinstitucionalista loco que no sabía perder estaba
creado y había echado raíces aún en la izquierda intelectual. Las críticas son
contradictorias y revelan una discrepancia en las formas y no en los
planteamientos de fondo.Largo sería citar cada crítica a López Obrador y decir
por qué son erradas o por qué se trata de temas que afectan más la
superficialidad de la imagen televisiva que a un eventual gobierno encabezado
por él. Tocaré las más persistentes.
Unas veces lo descalifican por
purista y otras por cínico. Una vez por no aliarse con Gordillo para las
elecciones y otra por defender "intereses creados" si se trata del SME. Lo
hacen mostrando el presupuesto destinado a mantener a Luz y Fuerza pero no
reparan en los matices que hacen las cosas distintas, al revés de lo que ellos
plantean. No reparan en el abismo que hay entre este dinero,el del SME, y los
miles de millones entregados al SNTE por los dos últimos gobiernos; en la
diferencia que supone que estos recursos se destinen a derechos laborales y
aquellos a operación política, en que el SNTE es un obstáculo al desarrollo de
la niñez y la juventud y en que el SME, con terribles vicios y todo (debe
decirse que consentidos por los gobiernos federales en turno), es un aliado en
la defensa de la propiedad nacional de la energía y brindó un servicio más
llevadero que el que brinda la CFE, responsable de la pérdida de no pocos
aparatos eléctricos en nuestras casas.
Denise Dresser ha dicho que AMLO
debe pronunciarse contra algunos de sus aliados para tener credibilidad y luego
le reclama: debes --porque le habla de tú--- ser un político profesional con un
menor contenido moral. Esto puede explicarse así: quizá Dresser es moralista
cuando se trata de protestar por alianzas con la vieja izquierda nacionalista y
quisiera borrar el pasado de un plumazo, pero es muy profesional si se trata de
pactar reformas económicas que dejan la repartición de la riqueza a la buena
voluntad de algunas empresas. Así parece mostrarlo cuando hace preguntas mal
intencionadas como la siguiente: si, como tú quieres, México deja de exportar
petróleo crudo ¿estarías dispuesto a subir tremendamente los impuestos, dado
que esto sería necesario? Aquí, por ejemplo, Dresser hace de cuenta que la
palabra crudoes irrelevante cuando forma parte del planteamiento
esencial de AMLO. En este caso se trata de dejar de vender crudo y vender, en
cambio, derivados (plásticos, combustibles, fibras, etc), con una ganacia que
excedería en gran medida a lo que se obtiene hoy de vender barriles de petróleo
sin procesar.
Existe también el mito de
pobrelandia. Lo que se ha repetido con más insistencia es que se quiere hacer
un país donde sólo tengan cabida los pobres y esto ha tenido una gran
repercusión, pues ha asustado a no pocos integrantes de la clase media. Su
sustento, sin embargo, es débil y no tiene más asidero que el viejo lema de
"por el bien todos primero los pobres", que lo que plantea es una igualación
hacia arriba. Quizá habría que decir para que se nos entendiera mejor: por una
sana clase media, más trabajo --y mejor pagado-- para todos. Pero la
negatividad del discurso no es gratuita, debe decirse que lo que intenta López
Obrador es no borrar la miseria. Hay que darle un lugar simbólico a los pobres y esto no implica quitárselo a la
clase media. Si se remarca la existencia de la pobreza es porque se priorizará
su erradicación.
También está bien difundida la
falacia de ver en López Obrador a quien divide y no hacerlo, en cambio, en las
demás fracciones y facciones de la izquierda. Si el movimiento encabezado por
él es el que le ha dado a la izquierda mexicana el mayor impulso que ha tenido
en la historia, sería torpe, por decir lo menos, que éste pusiera su línea
política a disposición de todos los demás. Falta diálogo y retroalimentación,
siempre que no se pida a López Obrador claudicar en sus causas fundamentales.
Existe el material para lograr un gran bloque progresista, lo que abordaré
rumbo al final de esta serie de artículos.
Las diferencias de estos
intelectuales con López Obrador son más bien de forma. El mismo Bartra ha dicho:
"se mantuvo en una actitud agresiva más simbólica que real" y sigue "no es Fidel Castro ni Che Guevara".
"tiene un poco de Keynes, un poco de Roosevelt y un poco de nacionalismo
revolucionario. Entonces, ¿para qué esa agresividad tan terrible?" (La Crónica
de hoy, 26 de julio de 2006) Mi respuesta es que en México las propuestas de
López Obrador se tienen que plantear como radicales porque México no es un país con una normalidad
liberal. Hacer una reforma fiscal es un acto osado porque los grandes empresarios
están acostumbrados a no pagar un quinto al erario a pesar de que ya tienen un
desarrollo suficiente como para hacerlo (ni Televisa ni Bimbo ni Telmex son
empresitas vapuleadas por el capital trasnacional). Desgraciadamente no pocos
comentaristas e intelectuales han hecho esta advertencia extensiva a los
pequeños empresarios y a la clase media, cuando su papel debería de ser el de
aclarar su verdadero destino.
Aunque debo reconocer que a mí
también me gustaría que López Obrador fuera un orador más agudo y un estudioso
más preciso no puedo juzgarlo por lo que le falta ser: la noticia es que se
trata de un líder político y no un mesías, y es por lo mismo que los
desacuerdos acerca de su estilo durarán tanto como puede durar la diferencia en
los gustos de la gente. No se puede caer en la pretensión fascista de que a
todos nos satisfagan los mismos modos, pero sí puede pedirse que la izquierda,
y más aún la que se dice intelectual, privilegie los planteamientos de fondo y
en ellos centre el debate. Si López Obrador tuviera otro tono... Otro
vocabulario: más sociedad civil y menos pueblo. Otro estilo. Más elegancia: no
decir que es una mafia sino un conglomerado de destacados empresarios que han
acumulado concesiones poco sanas para el bienestar de una buena parte de los
menos favorecidos. Quizá así todo sería más bonito, como los discursos de
Denisse Dresser y las novelas (no los ensayos) de Jorge Volpi. El griterío y
las marchas no son políticamente correctos, por lo menos no si van combinados.
La confrontación y la divergencia
son normales en la política y su existencia no debería asustar a nadie. Debe
llamar la atención, en cambio, que sea un gran franja de nuestra izquierda
intelectual la que prefiere confrontar a quienes más que antagonistas son probables
aliados según las convicciones que dicen defender. Ser de izquierda implica
mínimamente un compromiso con la igualdad y con la justicia social. Aunque no
soy yo un intelectual me gustaría llamar a los que sí lo son --no obstante que
es muy difícil que lean este modesto artículo--- a entablar una diálogo crítico
sistemático. La crítica del centro-izquierda a las formas de AMLO es atendible
pero las críticas a ese centro provenientes de otra izquierda, más radical,
también lo son. Los intelectuales socialdemócratas tienden a poner oídos sordos
a los intelectuales más volcados a la izquierda que los han criticado con
lucidez. Ni Octavio Rodríguez Araujo, ni Héctor Díaz Polanco ni Arnaldo Córdova
tienen los espacios mediáticos que sí tienen Denise Dresser, Denise Maerker
(antes tan digna) o Jorge Volpi. Sin embargo, los segundos se comportan como si
no leyeran los diarios y no supieran, por ello, lo que dicen sus colegas, dando
nulo espacio al debate. ¿Es soberbia o temor a la polémica?