Se entregó en escénica

y existencia y lo traicionaron. Les ofreció su seno, su calor, su morada, su

mano y su cuerpo. Siempre con ellos, para ellos y con ellos. Y un día, lo

secuestraron y comenzaron a asesinarlo, muy lentamente, torturándolo,

humillándolo, violándolo. Hasta que un día, logró escapar de sus captores.

La víctima fue y sigue siendo México. Por eso

ahora, con una herida mortal en el cuerpo, se aleja, como puede, de quienes lo

mutilaron y profanaron. Y ahí va, aullando de dolor, miserable y sorprendido. Se

pregunta de cómo puede haber tanta maldad en el mundo. Llora desconsoladamente

mientras sigue su camino, solitario y desamparado, muerto de miedo, ahogándose

en rabia, tratando de salvarse.

Rogando por ayuda, entre sollozos, gemidos y

alaridos, se arrastra, rasguñando y manchando la tierra de sangre, México, por

el desierto de su presente. Las lágrimas que brotan de sus almendrados y

afligidos ojos van dejando una hermosa senda de flores amarillas, blancas,

azules y rojas tras de sí. Pero el camino que vislumbra su mirada, llena de

amargura, que se extiende, pareciera ser que hasta el infinito, es desértico y

proyecta confusos espejismos.

Ahora el dolor se intensifica. México brama, se

tensa y se detiene, ¿querrá morirse ya?, ¿se habrá rendido ante el dolor? No,

ahora, robándole fuerzas al sol, al tiempo, se incorpora y sigue su rumbo hacia

lo incierto. Cualquier destino será mejor. Aún suplica por socorro, a la arena,

al cielo, al aire... No hay nadie más. México camina, entre atropellos, solo.

Huye de quien lo hirió hiriéndose así mismo a la vez, traicionándolo y

traicionándose, lastimándolo y lastimándose.

Vuelve a caer México. Esta vez sí titubea; duda si

claudicar o no. La muerte comienza a antojársele mejor que su sufrimiento.

Ruge. Comienzan a quebrarse, uno por uno, cada uno de sus huesos. Siente en su

interior como su sangre, cual río, desemboca su caudal en su herida. Empieza a

perder la vista, mas no deja de llorar. Lleva llorando ya muchos años. Lleva

sufriendo ya muchos años. Lleva muriendo ya muchos años. No obstante, ahora sí

dejará de llorar y de sufrir. Muerto ya no se llora ni se sufre.

Y la muerte seduce a México acariciándolo con sus

pálidos dedos, besándolo con sus helados labios. Y ahora sí, bañado en

lágrimas, sudor y sangre, México, recuerda sus años de gloria, de paz, de

justicia, de libertad. Y se mezclan sus recuerdos con sus sueños. Y se

estremece al recordar la furia de quien lo acribilló, por ambición, por

injusticia, por maldad y por soberbia: la oligarquía. Y poco a poco la

distancia entre México y el cielo se acorta. Comienza, luego de muchos años, a

sentir nuevamente tranquilidad, paz, armonía. Entonces, instantes antes de

morir, le dice a la muerte: eres el amor de mi vida.