En presencia de lo sucedido en Haití, reflexiono en lo que sucede cuando se amalgama la extrema pobreza a la falta de gobernabilidad, una gran debilidad para cualquier nación, ya no se diga bajo los efectos de ser víctima de la destrucción de un terremoto. La carencia de liderazgo político dirigido hacia el progreso de la población fuera de la marginación, es un gran rezago. Leo la columna del día 14 del editor de este informativo, Federico Arreola, y me encuentro con esta realidad plasmada claramente: la imagen de los dirigentes y políticos de nuestra gran nación ha sido degradada a niveles indeseados. Hace rato que no somos líderes en América Latina. El pueblo de México no desea que se le asemeje a sus gobernantes, pero tampoco se une en una sola voz para vetar sus ineptitudes.
El problema o el reto, radica en el hecho de que una cantidad considerable de compatriotas educados padecen de un bloqueo emocional para aceptar dichas realidades, han sido fuertemente adoctrinados y siendo causa de vergüenza, un golpe al orgullo, al ego colectivo de nuestra identidad civil, quizá por ello también su reacción. Pero mientras las clases medias no aceptemos esta realidad, no aportemos la convicción necesaria para la transformación estructural del país que deseamos, no aceleraremos el cambio de raíz en la representación gubernamental que debería antecedernos como ciudadanos satisfechos con su proceder.
Con el PAN, y tan culpable es Fox como Calderón, el gobierno de México ha sufrido una pérdida palpable de credibilidad, de honorabilidad, de prestancia diplomática y política en el exterior. Un presidencialismo decadente es la cara pública del gobierno mexicano. Un respeto obligado a sus formas el que rinden los de fuera por básica cortesía. Los dirigentes homólogos coinciden en que no se debe interceder en los asuntos internos, pero le es evidente, al igual que nos lo es a nosotros, que las autoridades que nos representan, no entregan el corazón por el bienestar de su pueblo y por ello no merecen respeto de la comunidad.
Digamos que desde que logró el triunfo la alternancia en el 2000, que resultó falsa, una verdadera timada para la población que votó para lograr dicho triunfo, no se respeta a las autoridades mexicanas en el extranjero. La razón es la poca profesionalidad y manejo deficiente de su autoridad, de su sentido común. El servilismo a los intereses superiores que han penosamente mostrado, aunada a la evidente falta de gobernabilidad en el país, de efectividad en las decisiones tomadas, de transparencia en todos los rubros de la vida pública, de compromiso ético y solidario con los representados.
Esto obvia y naturalmente nos duele a los mexicanos. Por lo que surge el problema psicológico del que se hizo mención al principio. Si aceptásemos esta realidad, que somos una nación sin liderazgo por tanto una nación débil, ya hubiésemos exigido al honorable congreso de la unión que en congruencia con dicha honorabilidad se le destituyera al presidente en funciones. A cualquier elemento que lo amerite. Quienes no han satisfecho sino causado desprestigio a la nación. No debería amedrentarnos una exigencia pacífica y concensuada de este tipo, cuando se actúa conforme la lógica, conforme lo que dicta la justicia. No me cabe la duda de que nos fortalecería y nos cohesionaría civilmente para rescatar nuestra autoridad moral perdida, en el 2012.