Acostumbro a irme en el asiento delantero de la combi, ya saben esa frustración oligarca subconsciente hace que uno prefiera ir adelante para no estar en los apretujaderos de los asientos de atrás que, en proporción de medidas son para tres pero ¡caben cuatro! Me tocó estar al lado del chofer, un chico amable que me contó dos historias muy simpáticas:
Hablábamos del tráfico, quién sabe por qué. Evidentemente la combi en la que venía avanzaba a diez kilómetros por hora.
Platicábamos del cierre de las carreteras y cuando los carriles de alta velocidad parecen estacionamiento, hablamos de la crisis que se sufre cuando se tienen ganas de hacer pipí, le comenté que para un pasajero es más sencillo porque se baja, va a algún lugar a liberar el asunto y listo, puede tomar la combi que sigue. En esta acalorada charla (en realidad hacía mucho calor), el chofer tuvo un lapsus de sinceridad y me contó cuando en una ocasión un tráfico de estacionamiento le tomó por sorpresa, ese cruel día había estado con molestias estomacales (una diarrea de las buenas); en su drama interior, no veía la hora de desahogar sus emociones, así que tomó una cruel decisión: detenerse en una gasolinera. Antes de hacerlo, le informó al "pasaje" que tenía un apuro y tendría que detenerse, les dio la libertad de elegir entre subir a otra combi o esperarlo. En decisión unánime le esperaron.
Siguiendo la amena charla de tráfico, me comentó de su hija de 7 años (me mostró una fotografía de la niña sentada en la moto de carreras del papá), había decidido vender la moto al ver que la hija comenzaba a gustarle. Yo reía (como casi no me gusta) porque le decía que no es lo mismo "hacer" a que los hijos "hagan".
Entonces me platicó que su esposa y él se habían separado tiempo atrás, claro que él en su dolor por la ruptura conquistó a una chica, de esas que tienen un papá con empresa. Iniciaron un noviazgo (a conveniencia del chico por supuesto) y llegado el día, el papá de la chica decidió ofrecerle un trabajo. Ganaría 150 mil dólares (eso dijo), tendría casa, coche y todo eso por lo que las personas normalmente batallamos. Lo único que tendría que hacer era firmar el acta de matrimonio. Durante algunos días caviló preocupado, en realidad quería a la chica pero para nada deseaba casarse, aún le movía mucho la condición de su ex pareja. Un día de esos de... bueno, cuando no les importa mucho lo que pase, decidió aceptar.
Nada de ceremonias, los dos contratos a su mano. Todo parecía ir de maravilla, se abrieron los contratos y ya saben, le orecieron una pluma para firmar, no servía; otra pluma ¡urgente!, tampoco sirvió; la tercera pluma al fin funcionó, y cuando estaba a punto de asentar la firma en ambos contratos una llamada de teléfono detuvo la ceremonia. Su hija hablaba para decirle que su mamá y ella no habían comido, que un problema serio, un pleito con la tía, les tenía en esa situación.
Al verlo y detectar lo que pasaba por la mente del joven, el "suegro frustrado" le extendió la mano y le dio su comprensión al son de "también soy papá". Así, el contrato de matrimonio se vio irrumpido, junto con los 150 mil dólares que decía ganaría al año. Tuve que detenerme a preguntarle si acaso no le había dado algún premio de consolación, no lo sé, algunos dolaritos para que les llevara de comer a su mujer e hija. Pero creí impertinente la pregunta.
A los tres días regresó con ellas y ahora está por llegar el nuevo bebé y él manejando esa combi. En eso estábamos de la charla cuando escuché: "Me bajo en Coppel". ¡Ah, chirriones, yo también bajo ahí!
Mientras caminaba, cavilaba en la historia de las tres plumas. Me pregunto, ¿por qué será que una buena parte de los hombres me cuentan historias de mujeres que los habrían hecho ricos al casarse? Comencé a recordar y muchos nombres saltaron a mi memoria, por supuesto que no diré la lista, pero todos cuentan cosas semejantes, ¿Será cierto que las mujeres con dinero buscan comprar marido? ¿O será acaso que la imaginación de éstos es sumamente abundante? No lo sé, lo que es un hecho es que un par de horas de tráfico se volvieron amenas con esa historia en la combi, entre muchas historias que se están acumulando, pero creo que después se las cuento. Porque ahorita ya llegó la otra combi que tengo que tomar.
Disfruten el viernes y ¡no beban demasiado!