Carlos Ahumada narra la manera en como Rosario Robles participó en las reuniones que este sostuvo con el ex preisdente Carlos Salinas, lo detalla de la siguiente manera:

"...De los viajes a Londres y Cuba surgió otra reunión, que resultó

decisiva para lo que se dio en llamar los videoescándalos. Para ese

entonces, noviembre de 2003, Rosario ya no tenía tanto temor de ver a

Salinas en México, por lo que aceptó verlo en su casa de Camino a Santa

Teresa".

"Tomamos todas las precauciones del caso para que nadie se

percatara de que Rosario lo vería en su casa. El día de la cita

llegamos ella y yo solos, sin chofer, al estacionamiento de Perisur. A

los pocos minutos llegó el ayudante de Salinas, Adán Ruiz. Se nos

emparejó, abrió la puerta trasera del vehículo y Rosario se subió. A

pesar de que era de noche, ella llevaba unos grandes lentes oscuros y

una mascada que le cubría la cabeza. Yo me bajé, cerré su portezuela y

me subí en el asiento del copiloto. Así emprendimos el trayecto de sólo

unos minutos".

"Al llegar a la caseta del fraccionamiento, Rosario se

recostó en el asunto para ocultarse, a pesar de que Adán hizo un cambio

de luces y nos dejaron pasar sin preguntar nada. Llegamos frente a la

casa, se abrió la puerta automática y Adán metió el coche en el

estacionamiento. Todo estaba oscuro. Nos bajamos, caminamos unos pasos

y apareció Salinas. Era la misma casa donde habíamos desayunado

anteriormente Raymundo Rivapalacio, Javier Solórzano y yo con Salinas,

porque él me había pedido que los invitara, ya que le interesaba hablar

con ellos".

"Nos saludamos, entramos en la casa y nos llevó

inmediatamente a su majestuosa biblioteca. Nos propuso que bajáramos a

la cava, donde hay una pequeña sala muy bien decorada. Ahí nos ofreció

unas exquisitas botanas y disfrutamos unos magníficos vinos franceses".

"Al

rato de haber iniciado la reunión, abordamos el tema por el cual

íbamos: enseñarle uno de los videos de Bejarano y el de Ímaz, el cual

cabe señalar había sido elegido por él de entre los muchos nombres que

yo le había mencionado. Yo los llevaba en un disco compacto. Para

verlos, nos pidió que pasáramos nuevamente a la biblioteca. Rosario nos

dijo que fuéramos nosotros y que ella nos esperaba abajo, no quería

tener nada que ver con ese tema. Su actitud era ridícula, ya que ella

incluso había participado en la edición y selección del material".

"Subimos.

Salinas prendió su computadora, puso el disco y comenzaron a aparecer

las imágenes de Bejarano en la pantalla. Debo confesar que durante el

tiempo que lo traté, nunca lo vi tan emocionado: le brillaban los ojos

y sonreía. Dijo algo así como: "Es muy, muy duro, devastador. Con esto

están acabados". Aunque hacía todo por disimular su emoción, ésta lo

sobrepasaba".

"Después puso el de Carlos Ímaz, al que ya no le prestó

tanta atención, aunque también le pareció muy bueno, y bajamos a

reunirnos con Rosario. El había quedado totalmente complacido con la

muestra que le había dado, tan lo estaba que la reunión se alargó hasta

las 5 de la mañana, acompañada de varias botellas de vino francés que

nos ofreció".

"Esa noche, Salinas estaba muy entusiasmado, muy alegre.

En repetidas ocasiones, cuando por cualquier motivo salían asuntos

relacionados con Televisa o Tv Azteca, nos decía de manera muy

presuntuosa: "Si quieren, ahorita le hablo al güey de Bernardo Gómez o

al pendejo de Jorge Mendoza". En fin, daba a entender que estas

televisoras estaban dentro de su ámbito de influencia"...

"...En

la madrugada, antes de despedirnos, surgió una de las escenas más

impactantes que he visto en mi vida. Salinas le mostró su biblioteca a

Rosario. Había condecoraciones y fotografías, entre otros recuerdos".

"Cuando llegamos a la vitrina donde conserva sus bandas presidenciales,

Rosario le comentó que debíaser un gran honor y un orgullo portar la

banda presidencial. Salinas inmediatamente tomó una escalerita para

poder subir a abrir la vitrina y sacó una de las bandas presidenciales.

Yo creía que nos la quería mostrar, y en efecto así lo hizo, pero no

fue sólo eso, sino que la tomó y se la puso a Rosario cruzándole el

pecho y le dijo: "Te luce muy bien".

"Sé que al lector le puede

resultar muy difícil creerme. Yo mismo, a pesar de la gran cantidad de

vino tinto que tenía encima, no podía dar crédito a lo que veía. Quedé

estupefacto. Me pareció una escena increíble y vergonzosa, me dio pena

ajena. Rosario se quitó la banda presidencial y se la entregó a Adán,

quien acaba de entrar en la biblioteca.

"Conversamos unos minutos más,

nos despedimos y nos fuimos". Nos retiramos con las mismas precauciones,

y como ya estaba cerrado el estacionamiento de Perisur, Adán nos llevó

a la casa donde vivía Rosario en ese entonces, Reforma número 9, en San

Angel.