México, 12 May. (Notimex).- Convencida de que en el siglo XXI continúa abierta la polémica sobre la influencia de la literatura en los cambios sociales, la investigadora Laura Angélica Martínez se pregunta si esta expresión mantiene intacta su supuesta capacidad de cambiar el mundo o por el contrario ha sido transformada en un lujo dentro de la sociedad de consumo.Graduada de la carrera de letras hispanoamericanas, Martínez escribe actualmente con el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el libro "Literatura y arte bajo el castillo", en el que desempolva y cuestiona algunos de los textos más polémicos de pensadores del siglo XX respecto a la relación entre literatura, arte y las revoluciones culturales."Aquello del arte puro, del "art pour l"art" o de la literatura y la poesía como armas cargadas de futuro, son afirmaciones que en épocas de globalización y cambios tecnológicos nos obligan a cuestionarnos si hay una retórica al preguntarse si han contribuido a algún cambio profundo en las últimas décadas".En el libro, la escritora se pregunta a manera de introducción si el arte y la literatura han ejercido alguna influencia sobre la sociedad fuera del placer intelectual o espiritual."En realidad se trata de un ensayo para ventilar mis propias ideas e investigaciones respecto a este tema para el que debo confesar, aún no encuentro una respuesta contundente", comenta.En este sentido, abunda que en la cultura actual, colmada de intereses comerciales y políticos, cada vez es más difícil delimitar los terrenos la literatura con los de otros ámbitos.Una tendencia de muchos escritores es aliarse con el "stablishment", revestirse de poder, colocarse una armadura sagrada de forma que sus lectores sientan respeto y reverencia. Un pecado comprensible, pues ¨quién se resigna a permanecer ignorado?, Pero aun así difícilmente perdonable porque tanto brillo adquiere la persona del escritor como pierden sus libros.Precisamente por estas tendencias culturales, Martínez considera que una de las principales funciones de la literatura y el arte, la de reflejar su propio tiempo, se encuentra cada vez más difusa al ser influida por los intereses de sus autores con respecto a su inserción en la sociedad."Literatura y arte deben ir más allá, destripar la realidad, pero no es acaso una labor para un bisturí delicado o un juego de cerebros refinados?".El retrete de Marcel Dumchamp reflejó una época, pero no cambió las que venían. Sin embargo, si miras a tu alrededor sientes que el arte existe porque lo ves en los museos, protegido y blindado, o lo estudias en los libros, pero cuál es el proceso por el que incide en la sociedad una obra encerrada en un castillo o plasmada en ediciones impersonales?, añade.Sobre este último planteamiento, en su libro dedica todo un capítulo a reformular la eterna discusión sobre las cualidades utilitarias de la literatura y el arte."Tendemos a hacer una distinción casi canónica entre el artesano y el artista. La confluencia de los cánones occidentales ha predispuesto siempre que el objeto que aparte de esencia estética tiene un uso y finalidad pierde su trascendencia. Acaso no es más artesano que artista un Dylan Thomas, que en sus escritos detalla la realidad de una sociedad a manera de manual para su uso?"."Al igual que el balero que divierte al niño, las espadas del artesano samurai, los kakis del papelero chino, todas son muestras de expresión que expresan la contextualización de sus usos y sus modificaciones conceptuales en la posmodernidad".Así, literatura y arte tienen una deuda con la realidad de la sociedad. La poesía que tiene sólo a la misma poesía como influencia está incompleta, debe mostrar respiros, olores, sabores, humanidad. Salvador Elizondo en "El grafógrafo" muestra esta esencia fractal del lenguaje poético por sobre todas las cosas: el arte como verbo, como pasado y por supuesto como futuro.