“Veinte años son muchos”, pensé cuando Federico Arreola me pidió hiciera un escrito sobre qué estaba haciendo el día que me enteré del asesinato de mi amigo Luis Donaldo Colosio.
Es que, por mucho tiempo más, he ocupado mi pensamiento en imaginar qué México habríamos tenido si Donaldo hubiera llegado a la Presidencia de la República, en lugar de recordar el triste momento en que ese 23 de marzo, al estar presidiendo una reunión de trabajo con mis más cercanos colaboradores, me dieron la noticia de que mi candidato a presidente de la República había sufrido un atentado en Tijuana.
Apenas hacía un día, desde Mazatlán, me había hablado muy contento para preguntarme si había escuchado las declaraciones de Manuel Camacho Solís en las que afirmaba no intentar ser candidato del PRI a la Presidencia, como si se necesitara esa definición para dejar que la campaña de Donaldo tomara mayor fuerza. No obstante, habría que decir que ese tema era constante los domingos, cuando otro de sus amigos, Emilio Gamboa, y yo nos reuníamos con él a analizar los avances de la campaña presidencial.
En esa llamada me encargaba que, después de las declaraciones de Manuel Camacho, estuviera seguro de que su gira por su natal Sonora, fuera tan exitosa que hiciera las veces de relanzamiento de su campaña presidencial. Por eso reunía constantemente a mis colaboradores a fin de que no se nos escapara ningún detalle, ya que estaba por iniciar la Semana Santa de ese 1994 y todos planeaban sus vacaciones.
La verdad es que el simple hecho de saber que Colosio estaría en Sonora, hacía que sus paisanos se entusiasmaran recordando que sería el quinto sonorense que ocuparía la Presidencia de México, después de que asesinaran a Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles dejara la presidencia en manos de Lázaro Cárdenas. Qué orgullosos nos sentíamos.
De ahí que, en ese momento, sentimos un gran dolor al saber que las noticias nos venían confirmando la gravedad del hecho. Era una tragedia. ¿Cómo decírselo a su padre, don Luis Colosio, que entusiasmado nos acompañaba en esa reunión de gabinete, en su calidad de secretario de Ganadería de mi gobierno?
Me armé de valor y junto con otro de los amigos de Donaldo, mi secretario de Salud, Ernesto Rivera Claisse, le dimos las primeras noticias del atentado. Su reacción fue la de un padre amoroso que confirma un mal presentimiento. Me dijo: “Me lo mataron; mi hijo está muerto”. Casi desfallece en el sillón de mi oficina de gobernador de Sonora.
Hice varias llamadas sin obtener una información clara del estado de salud de Donaldo, hasta que hablé con el presidente de la República, quien me confirmó el hecho, pero no el deceso de mi amigo. Le dije que nos trasladaríamos a Tijuana para que la familia de Donaldo estuviera con él. Pidió no lo hiciéramos todavía, hasta tener más noticias.
Ya todos los medios hablaban del desastre que se vivía en Tijuana. Fue así que entonces recibí una llamada del presidente, quien decía tener a su lado al procurador General de la República, a quien le ordenaba trasladarse a Tijuana y le daba instrucciones de informarnos de los acontecimientos que se produjeran de ahí en adelante para que mantuviera al tanto a la familia de Colosio.
Preparamos nuestra partida a Tijuana. El Dr. Rivera Claisse también médico de la familia pidió sangre del tipo de Donaldo, por si no hubiera suficiente y recomendó que no lleváramos a don Luis quien ya para ese momento mostraba los estragos de la consternación que le habían causado los acontecimientos.
Durante el vuelo hice un rápido recorrido en mi memoria de los intensos momentos que viví al lado de Donaldo. Desde que lo conocí en 1983 cuando, en un desayuno, me lo presentó un común amigo, Francisco Trelles, quien me dijo: “Tienes que conocer a un paisano brillante y preparado; se van a hacer muy buenos amigos; es de mi pueblo, Magdalena de Kino”.
Y así fue. Todavía recuerdo en 1991 su expresión, él como presidente del CEN del PRI y yo subsecretario de Gobernación, cuando fui electo candidato del PRI a gobernador por nuestro Estado me dijo emocionado: “Siento un dulce dolor de saber que no voy a ser yo pero vas a ser tú”. Estaba parafraseando una canción que había aprendido y cantado cuando fue delegado de la CNOP en Sinaloa. Le respondí, agradecido, que si él en esta ocasión no era el candidato sólo lo explicaba una razón: estaba destinado para volar más alto.
No tuvimos que esperar mucho tiempo para comprobarlo. En noviembre de 1993, siendo él secretario de Estado y yo gobernador, en Ciudad Obregón, en una gira presidencial, escuchamos del primer priista de México la frase que todos estábamos esperando: “Sonora le ha dado mucho a México; hoy le toca a México darle más a Sonora”. Ya no había para nosotros ninguna duda: el próximo candidato del PRI y presidente de México, sería un sonorense, Luis Donaldo Colosio.
Al terminar el mitin, dos de los más reconocidos reporteros nacionales, Joaquín López-Dóriga y Fidel Samaniego, se acercaron al vehículo donde viajábamos los tres (el presidente, Luis Donaldo Colosio y el gobernador) y urgían desde la ventana de la Suburban a que se les confirmara si esas expresiones eran el banderazo de salida de la sucesión presidencial.
Sin responder las preguntas el convoy de vehículos se enfiló a una casa de clase media en la colonia residencial de ITSON, donde se hospedaba el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, y en la que se había preparado una cena sorpresa. Asistían los papás de Donaldo, sus hermanas y hermano (sin sus cónyuges), José Carreño Carlón, el presidente Carlos Salinas de Gortari, Luis Donaldo y yo. Ya no tenía duda. Al finalizar la cena lleve a Donaldo a su hotel. Yo manejaba y en el transcurso conversamos sobre todo el significado de ese intenso día. Lo quería obligar a que me dijera si ya era hora de que abiertamente los sonorenses nos pronunciáramos. Él, siempre prudente, me dijo: “Tú y yo hemos hecho una leal amistad, hasta la complicidad. Hay que esperar. No tengas duda que, cuando llegue lo que habrá de venir, a Sonora y a ti les va a ir muy bien”.
Al día siguiente despedimos en el aeropuerto al presidente Salinas y antes de abordar el avión, frente a mí, éste dijo a los periodistas, sin quitarme su profunda mirada: “Ahí les dejo a Luis Donaldo, cuídenlo mucho, les conviene”. Es que Donaldo ya no seguía ese viaje presidencial a Guadalajara. Parecía que habría de iniciar el suyo propio. Antes de abordar su avión el todavía secretario de Desarrollo Social, me dijo: “Compadre, te veo la próxima semana en la Ciudad de México, hay mucho trabajo por hacer”. A los pocos días, el 28 de noviembre, se pronunció el PRI. El candidato era él. Todos fuimos a saludarlo con gran alegría. Es que él era nuestra esperanza de que a México le continuara yendo bien. Empezamos a preparar su gira como precandidato en su tierra: Sonora.
Así arribó a Hermosillo, antes de que termináramos el año. Llegó triunfador, orgulloso de su origen y su esfuerzo. Con sus recuerdos que compartíamos: él como candidato a diputado federal, yo como presidente del PRI estatal. Los dos candidatos en fórmula al Senado de la República. Sus amigos de Magdalena y los de sus escuelas. Los otros que hizo con facilidad en sus campañas políticas. Abrazando a su familia y sus querencias. Fuerte. Seguro de lo que hacía. Dispuesto a escuchar un buen consejo. Maduro al fin.
En el viaje a Tijuana me preguntaba entonces ¿cómo es que todo se complicó?; ¿qué pasó, por qué ahora lo que nos quedó fue sólo la tragedia? ¿Qué hicimos mal? ¿Quién y por qué habría de intentar hacerle tanto daño a Donaldo y a México, como para quitarle la vida? Esas y muchas más preguntas, sin una clara respuesta.
Todavía no terminaba el día. Aterrizamos y nos dirigimos al hospital. Al llegar nos confirmaron los miembros de su comitiva: Murió. Una mezcla de tristeza y coraje nos inundó. Quisimos verlo. Un coronel del Estado Mayor, que lo cuidaba, nos llevó. Lloré; creí que ya se me había olvidado hacerlo. Salí del lugar donde sólo quedaba su cuerpo y su ropa ensangrentada. Parecía que todo se había acabado para todos. Hablé por teléfono con don Luis. Sólo había silencio del otro lado del teléfono, cuando le confirmé lo que pasó. Sentí que también todos moríamos un poco, junto con él. Es lo que acompaña a la sensación de impotencia. Fui al lugar donde Diana Laura estaba con sus amigos, dentro del hospital, la abracé y me dijo: “Manlio, esto no era lo que habíamos planeado. La que se iba a morir era yo”. Algo más cerca del dolor combinado con la entereza de un ser humano nunca lo he encontrado. Siempre, su inteligencia le permitió tener control sobre sus emociones. Fue admirable.
De ahí en adelante, todo fue confusión, desorden en la información, intrigas, mezquindades, rumores interesados para distraer o dañar reputaciones. Errores de las autoridades que incrementaban las dudas sobre los acontecimientos. Cada uno, la mayoría con sus intereses muy personales, hizo su propia versión sobre el asesinato. Al final, la investigación de la autoridad fue la menos aceptada, aunque era la más apegada a los lamentables hechos. La rabia de muchos por el asesinato y las pasiones por el poder de otros, nos sentenciaron a seguir la vida, no obstante la tristeza por la ausencia del amigo.
Muchas dudas y certezas se han acumulado en todos estos años. Las platicamos muchos de nosotros que acompañamos a Luis Donaldo en su sueño-aventura por construir un mejor país. Dentro de estas, en mí sobresalen la duda de si todos quienes lo quisimos, estuvimos a la altura del reto que encabezaba Colosio en ese momento y que con claridad meridiana describió en su histórico discurso en el Monumento a la Revolución, y la certeza de que México sería hoy muy distinto si Luis Donaldo Colosio hubiera gobernado de 1994 al año 2000.
Luis Donaldo Colosio fue un político que tenía el valor, la inteligencia, la visión, el carácter y el conocimiento que se requerían. Su paso por el Congreso, por el PRI y por la administración pública, le hicieron contar también con la experiencia necesaria para hacer exitoso un gobierno. Las bases ya habían sido puestas. Sin duda habríamos iniciado mucho mejor el Siglo XXI.
Ahora, no queda más que seguir luchando y recordarlo como mejor cada quien nos lo imaginamos.
Yo lo sigo haciendo con sus palabras, con las que generosamente me dedicó la noticia de su triunfo como candidato del PRI a la Presidencia de la República.
Mi cariño para mi entrañable amigo y compañero.