¿Y ahora qué? Eso es lo que, en el generalizado desconcierto, nos preguntamos en México los ciudadanos, pero también deben estarse preguntando Del Mazo, Riquelme y sus artificieros. Y aunque todas las impugnaciones quedaran sin efecto y por fin pudiesen quedarse en el trastero, qué vendría después. ¿Gobiernos débiles, inestables, con menguante apoyo social, y una legitimidad cuestionada o negada? qué podemos esperar en México. La estoica respuesta es fácil: nada es lo mejor. Mejor, en cualquier caso, que lo que el panorama permite adivinar. En democracia para ganar no basta cumplir con el protocolo aritmético. Lo esencial es contar con legitimidad, que no es lo mismo que legalidad, apoyo social e institucional. Y una mayoría que permita legislar y aplicar las medidas de gobierno sin obstrucciones. El sistema electoral mexicano se revela ineficaz y obsoleto. Más que garante de la voluntad colectiva y de la gobernabilidad, en esta época de fragmentación política se convierte en impedimento y enemigo de la estabilidad. Fue concebido por y para el partido dominante, que ya dejó de serlo. Basta calcular el apoyo porcentual efectivo de Del Mazo, incluyendo a esa mitad de mexiquenses que ni siquiera se acercaron a votar, para hacerse una idea de lo absurdo del sistema. Imposible imaginar de qué puedan alegrarse el gobernador electo y el contubernio de Atlacomulco.
Las elecciones mexicanas han coincidido con las del Reino Unido y las legislativas francesas. Es aventurado -diríase bochornoso- comparar, más allá de la coincidencia cronológica, lo aquí acaecido con los casos francés y británico, pero aún así, sirva la comparación de espejo en que reconocer lo nuestro.
Al igual que los priístas electos, tampoco la señora May tiene motivo para reclamar la condición de líder. También se estará preguntando allá en Londres “¿y ahora qué?”. Perdió su descabellada apuesta, con ella la mayoría absoluta que tenía en la Cámara, y ahora ve que el futuro dejó de ser el que era. Ante la urgencia de formar gobierno para el inicio de las negociaciones con la Unión Europea, previsto para el próximo día 19, la sensación de inestabilidad, desorientación y debilidad, parecen empeorar aún más las cosas para Theresa May. Las últimas encuestas poselectorales otorgan al laborista Jeremy Corbyn una preferencia de varios puntos sobre la Premier para formar gobierno. Ante los graves retos a que se enfrenta el Reino Unido para gestionar el Brexit, se multiplican las voces que auguran una pronta reapertura de las urnas. Algo, por cierto, impensable en México, donde los mandatos de seis años blindan al poder contra viento y marea. Algo que, según la experiencia demuestra, solo ha dañado al país.
La crisis de poder en el Reino Unido responde a un problema de liderazgo, algo que la primera ministra no supo ejercer, pese a sus intentos de emular a Margaret Thatcher con una retórica inflexible y falta de empatía. Liderazgo lo es casi todo en política. Razón sin liderazgo no sirve en política. Este ha sido quizá el elemento detonante en las elecciones mexicanas, en las que ninguno de los contendientes, todos ellos de bajo perfil, con la sola excepción del perdedor, aunque carismático Juan Zepeda, no lograron arrastrar al electorado. Muy diferente es lo que hemos visto en Francia con Emmanuel Macron. El electorado francés ha premiado una inteligencia preclara, energía y credibilidad en los planteamientos. Sobre todo la flexibilidad intelectual que le permite al nuevo presidente mirar tanto a izquierda como a derecha sin prejuicios ni enquistamiento ideológico de ninguna especie. Liderazgo, en suma. Consciente de su papel en el gran teatro universal de la política, en sus escasas semanas en el Eliseo, Macron también ha sabido revestirse de los símbolos y la dignidad de esa suerte de monarquía republicana que tanto gusta a los franceses. Su victoria ha sido refrendada el domingo pasado en las elecciones legislativas, donde su formación ha conseguido una holgada mayoría y, sobre todo, ha producido el desplome de los ultraderechistas de Le Pen. Para la segunda vuelta del domingo 18 se le pronostica la mayoría absoluta en la Asamblea francesa. El éxito de Macron y el estancamiento de las opciones extremistas revela que el electorado es más flexible que muchos de los actores políticos y más sensato de lo que pudiera pensarse. Algo que también se manifiesta en México, como demuestra la gran volatilidad del voto en las últimas elecciones. En lugar del compadrazgo a que estamos acostumbrados, el sistema de segundas vueltas francés sería la solución más eficaz para garantizar sinergias políticas y mayorías estables en el país.
Los vencedores Macron y Corbyn -vencedor moral de los comicios británicos- tienen un rasgo en común: claridad y coherencia. Macron es nuevo, pero Corbyn, masacrado por la prensa conservadora e incluso por miembros del establishment laborista y calificado como “invotable”, al igual que en México Andrés Manuel, ha mantenido un discurso coherente durante toda su carrera política. En las bancadas traseras de los Comunes, este insobornable corredor de fondo votó durante los gobiernos laboristas, entre1997 y 2010, 428 veces contra la línea del partido (el llamado “new labour”), y fue declarado por su jefe Tony Blair como peligro de muerte para la socialdemocracia. Siempre ha sido fiel a sí mismo. Tiene credibilidad. Por ello, pese al desprecio de la clase política, siempre mantuvo el apoyo en las bases. Ahora llega su momento y son mayoritariamente los jóvenes quienes lo recuperan. Un 67% de los votantes entre 18 y 35 años le ha dado su confianza tras una campaña sin grandilocuencia y centrada en reclamar mayor justicia social y un reparto equitativo de la riqueza con más inversiones en educación, sanidad, con supresión de matrículas para los estudiantes, reestatalización de los correos, los ferrocarriles, y un largo etcétera de medidas en favor de “los más”. Este pacifista, vegetariano y rebelde, pero tranquilo y reflexivo, y casado, por cierto, con la mexicana Laura Álvarez, representa el anhelo de población de claridad, autenticidad y credibilidad. Bajo su liderazgo, el partido laborista ha multiplicado sus miembros de 200.000 en 2015 a 528.000 en la actualidad. Salvando las diferencias, no resulta difícil encontrar cierto paralelismo en México con el ascenso de Morena en un espacio crucial como es el Edomex y en la intención de voto para las presidenciales de 2018.
Otro elemento observable es el desplazamiento de votos no tanto en el eje tradicional izquierda-derecha, sino en otro en el que la edad y el nivel de formación tienen carácter definitorio. Los jóvenes franceses y británicos han sido uno de los factores esenciales de triunfo o fracaso de las candidaturas. En el movimiento de la sociedad, el factor generacional es definitorio. Lo que vence, al parecer, es lo que más oportunidades representa para las nuevas generaciones.
En México no disponemos de datos, pero resulta casi impensable que un joven, si no está guiado por un interés específico, pueda votar por el PRI, siglas que representan arbitrariedad, impunidad, corrupción, saqueo. Todas las traiciones posibles a los principios éticos en que se fundamenta la democracia. El absentismo electoral de los jóvenes británicos en el referéndum por el Brexit, produjo la victoria de los aislacionistas. Frustrados y desencantados con el resultado, esta vez acudieron a las urnas para castigar las opciones más radicales favoreciendo el mayor grado de entendimiento con Europa. Los jóvenes franceses, ante la amenaza que representaban los extremismos tanto de izquierda como de derecha, con Europa como bestia negra, acudieron en masa a votar demostrando un sentido de la responsabilidad superior al de muchos de sus mayores.
En México, la lacra del abstencionismo tiene su motivo en la exclusión social y en la desesperanza. Combatir el derrotismo nivelador por lo bajo según el “son todos iguales, para qué votar”, con el consecuente resabio y la autojustificación moral en la queja, requerirá una gran labor de pedagogía, pero también de discursos claros, honestos y asentados en la realidad.