Infancia es destino. El presidente Andrés Manuel López Obrador llega a su primer tercio de gobierno, y nada indica que en los dos restantes cambie un ápice en su parecer acerca de las prioridades nacionales y la manera de resolverlas. La pandemia no es la causante de todos los males, que tiene a México en los últimos peldaños en materia de gestión. La Covid 19 se vino a sumar a lo que ya venía en estado salvaje. Eso no lo digo yo, lo dicen las cifras oficiales y los indicadores correspondientes a 2018 y 2019, para no ir más lejos. El presidente prometió un crecimiento promedio del seis por ciento. En su primer año fue de un mediocre 0,1%. Una cifra que ni en los peores momentos del panismo y priismo corruptos, pero con una pizca de eficiencia.

El presidente de la República es el más popular y querido de cuantos han ocupado el puesto en el último medio siglo. Un verdadero fenómeno de político carismático, como califican los especialistas casos con del presidente. Aunque también hay los que afirman que se trata de la misma popularidad que para el mismo periodo observaron Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón y Vicente Fox (con variaciones menores), pero sin crisis sanitaria y económica, y sin el rechazo de la comunidad científica y cultural (para mi determinantes en la constricción de un país próspero y con libertades). El presidente López Obrador, por decirlo de alguna manera, es aprobado con más del 60% como persona, pero reprobado como gobernante. 

Se trata del político más dotado arriba del templete de la plaza pública, con una arenga que llega al corazón de la gente, y la inocula. Pero a su vez es el más ineficaz en el diseño y aplicación de políticas públicas de mediano y largo plazo. Con una caída en la economía pronosticada por especialistas de entre el 9 y 10 por ciento, el gobierno anuncia como un gran logro de gobierno un subejercicio de cerca de 400 mil millones de pesos. El gobierno ahorra cuando el país literalmente no tiene para comprar las tortillas del día (en Puebla las tortilleros están cerrando por la baja demanda), para no referir la tragedia en salud y educación.

Uno se pregunta entonces, ¿de verás el gobierno esta para darse el lujo de ahorrar, en medio de la emergencia sanitaria, económica y de salud mental más brutales del siglo?, o el gobierno tiene la responsabilidad legal y moral de elevar la calidad del gasto, invertir de la manera más eficiente, mediante diagnósticos y estudios que eleven la eficacia de cada peso invertido. Cualquiera sabe que los gobiernos no ahorraran, invierten. Incluso, por ley, la administración pública nacional esta organizada en la metodología de presupuesto basado en resultados. Pero ya sabemos que esto es sólo el mero formalismo para, llegado el caso, fastidiar a los contarios de enfrente. La versión burda de “a los amigos justicia y gracia, a los enemigos, justicia a secas”.

Hay los que afirman que el éxito de la administración del presidente López Obrado esta en la política social y sus programas de transferencias en efectivo pagados directamente a los beneficiarios. Yo creo que es justo ahí donde se encuentra el mayor fracaso de una administración de la que todos esperábamos que, por una vez, los pobres fueran primero. Pero ya se sabe que el asistencialismo no resuelve problemas estructurales. A lo mucho los administra, los cucharea y los agita a la vista de todos. Pero eso sí, arroja muy buenos dividendos para la politiquería, pues es la base sobre la que se establecer las relaciones clientelares, indispensables para que el partido en el poder, sea cual sea, gane elecciones. Justo lo que se ha hecho en los últimos años. El único programa integral con visión de largo plazo fue Progresa-Oportunidades-Prospera. Pero este gobierno lo primero que hizo fue desaparecerlo, no obstante ser modelo internacional. Como hizo con el Seguro Popular, que dizque para crear un sistema de salud como el de Noruega. (A los interesados recomiendo el número de Nexos de octubre, dedicado a la política social, y los comentarios de María Amparo Cazares en la misma revista y Excélsior).

(Yo que toda la puta vida he votado por eso que llaman izquierda) pienso que el verdadero éxito del presidente López Obrador es su retórica matutina, de todos los días, y a todas horas, y de los sábados que, debo confesar, la veo y me gusta.