En nuestro país existen alrededor de 20 millones de jóvenes entre 12 y 19 años. El cerebro humano completa su desarrollo después de los 20 años. Esto quiere decir que los adolescentes no han desarrollado completamente su capacidad de juicio, por lo que tienen poco control de impulsos y pueden ponerse constantemente en riesgo y tomar decisiones equivocadas.
Se producen muchos cambios a nivel físico, a nivel psicológico, empiezan a tener ideas propias, a cuestionar sus costumbres, sus creencias, a la autoridad, a los padres y a todo lo que les rodea.
Necesitan conocer el mundo, quieren experimentar muchas cosas, mismas que les servirán para finalmente definir su identidad. A nivel social, desean ser más independientes, sentirse libres y ahora los amigos y los grupos sociales se convierten en su prioridad. Hacen todo por pertenecer a esos grupos y desean ser aceptados.
El paso por esta etapa es pasajera y en el mejor de los casos este proceso los debe llevar a definir su identidad. El papel de los padres es estar siempre cerca de ellos. Tal vez el adolescente ya no sea tan comunicativo con los padres y muchas cosas las guarden para ellos, pero sí podemos observarlos, sí podemos estar no como sus amigos sino como una figura que además de proporcionar afecto, sea una figura de autoridad, de contención y de respeto.
En este ir y venir, los jóvenes quieren libertad y están pendientes de hasta dónde pueden llegar, están midiendo a los padres y buscando oportunidades para saltarse las normas y ver qué sucede. Pero también están diciendo a gritos "necesito límites", necesito normas, necesito saber que hay un punto del que no me puedo pasar. Necesito saber no sólo de pagar castigos sino que esos castigos sirvan para reparar algo en mí, para irme formando, para ir definiendo mi camino.
La labor de los padres más bien es observar todos los días, saber que sus cambios de estado de ánimo, de enojo, tristeza, frustración, son hasta cierto punto normales, pero hay que ayudarles a hablar de lo que sienten, que expresen las cosas, que sepan que no es malo estar triste o enojado, pero sí hacer conciencia de ello y sobre todo que aprendan a canalizar esas emociones de una manera adecuada, que no acumulen sino que aprendan a modular su carácter y a resolver las cosas de una manera asertiva. Pero ¿cómo observarlos? ¿Cómo cuidarlos si la mayor parte del tiempo no estamos? Todos tenemos obligaciones de muchos tipos, pero si nosotros no los vemos, nadie los va a ver. Si cuando ellos nos necesitan estamos en otras cosas, ellos no van a ir a buscarnos y en vez de comunicarse con nosotros lo van a hacer con otras personas que no sabemos quiénes sean. ¿Si necesitan llorar o reír o cualquier otra cosa y no nos ven?
Aparentemente tienen edad para vivir y ser independientes pero la verdad es que no saben mucho de la vida y aunque ellos tienen que experimentar o vivir las cosas, no hay que vivir todo para aprenderlo, se puede aprender de los consejos de los adultos, de lo que le pasó a otro. Eso de que nadie experimenta en cabeza ajena ya ha cambiado porque si podemos aprender sin tener que pasar por algunas cosas. Algo muy importante es que los hijos aprenden de lo que ven de nosotros de ver cómo resolvemos la vida.
Cómo decirle a un hijo que no sea violento cuando ve que nosotros resolvemos las cosas con gritos, con golpes o con insultos. Como decirle a un hijo que se haga responsable cuando le damos todo, cuando lo hemos sobreprotegido. Cómo decirle que respete a las personas, cuando nos escucha criticar, hablar mal o burlarnos de los demás. Cómo decirle que actúe con honestidad, si ve que nosotros no somos rectos en nuestro actuar. Cómo hablarle de límites cuando sabe que sus padres no representan la autoridad suficiente.
Más que preguntarnos dónde están los jóvenes, preguntémonos dónde estamos los padres de los jóvenes. Muchas veces se enojarán con nosotros, nos dirán que no somos buenos padres, pero seguramente algún día comprenderán las cosas, tal como nosotros lo hicimos. ¡Buen fin de semana!