John Boehner se conmovió, hasta las lágrimas, con la presencia del Papa Francisco en la sesión conjunta de las Cámaras del Congreso de Estados Unidos. Y cómo no estarlo: el actual Presidente de la Cámara de Representantes es un católico convencido. Lo normal es que se emocione ante la presencia del líder máximo de su Iglesia.

Emoción que no sentirán los católicos mexicanos, ya que Su Santidad no visitará este país.

No faltará el jerarca eclesiástico que pretenda justificar el desaire a México: que la agenda, que los tiempos, que no vale la pena ir para una breve visita. Lo cierto es que, en política, todos los desaires y atenciones tienen significado.

Y la visita (o no visita) de un Papa siempre tiene un carácter político. Racionalmente es injustificable que, si se hace una gira a un país vecino, el romano Pontífice no dedique, aunque sea unas horas, a la nación que más sacerdotes aporta a América. Nuevamente: en política, cuando se quiere, siempre se puede. Además, no sería la primera vez que un Papa hace una visita exprés a México.

Sin embargo, no se necesita ser vaticanólogo para comprender que el Papa Francisco no está conforme con la clase política mexicana, en especial con sus gobiernos. ¿Qué tanta culpa tienen, en esta percepción, los epigmenios, andrésmanueles, ayotzinapos y otros colectivos de izquierda? Bastante, no hay que olvidar que el actual Pontífice es jesuita y, si bien no es radical, sí tiene una fuerte vocación a lo social.

Expresado de otra forma: el desaire papal a México es un manazo para el gobierno en turno, al que le habría venido de perlas una visita de Francisco. La presencia del jefe máximo del catolicismo habría tranquilizado a un pueblo que tiene fuertes preocupaciones económicas, políticas y sociales.

Pero el Papa Francisco no es Bono Vox o un artista bajo contrato. En su estricta congruencia moral, no quiere dar su validación a un modelo político que ofende su idea del mundo. Sin embargo, Estados Unidos no está lejos de ese esquema clasista y neoliberal que considera a los pobres como los perdedores de la selección natural y, por ende, destinados a perecer. Entonces, ¿por qué Francisco sí visita al muy capitalista Estados Unidos y desaira al capitalistoide México?

Por una simple y sencilla razón: los católicos en Estados Unidos no rebasan 24 por ciento de la población y en México son 82 por ciento. Aquí, un Papa sí impacta sustancialmente en las decisión de las políticas, allá no. Por tanto, el regateo de una visita papal sí afecta a un régimen como el mexicano, lo que permite presionar e impulsar la dirección de las acciones de gobierno. Los antecedentes ahí están: baste con recordar el activismo del entonces Cardenal Bergoglio contra los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que pretendía evitar decisiones como el reconocimiento del derecho al matrimonio de personas del mismo sexo y otras políticas liberales que contradicen los planteamientos de la Iglesia Católica. Hay que recordar que Argentina no es tan laica como México, que el artículo 2° de la Constitución argentina establece que «el Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano» y que se destina recurso fiscal al apoyo de la Iglesia Católica en ese país.

En pocas palabras: en México sí hay presión eclesiástica efectiva respecto a las decisiones de gobierno.

Y mientras no haya cambios sustanciales (o al menos el compromiso real de hacerlos) las visitas del Papa Francisco a México seguirán difiriéndose.

¿Cuántos políticos y jerarcas agachones justificarán el desaire papal a los mexicanos? Muchos, unos con su silencio y otros con sofismas. Debo decir que, si bien Francisco es mi Papa favorito de los últimos 35 años, es un error eclesial grave que se castigue al pueblo de México por lo que hace (o no hace) su gobierno y clase política...