Qué se debe priorizar. Salvar vidas o salvar empleos. Combatir la crisis sanitaria, o la crisis económica.

Ese es el dilema de nuestro tiempo que enfrentan los gobiernos, que evoca la reflexión profunda de Shakespeare - de ser o no ser- ante la crisis económica que desató la pandemia.

Una de dos.

O continúan combatiendo la propagación del virus hasta tener una certidumbre razonable de que está controlado y puede costar menos vidas, pero extendiendo el confinamiento, la paralización de actividades, a un costo enorme en empleos.

O decretan volver a la normalidad económica, así sea en forma paulatina y selectiva para contener la mortandad de puestos de trabajo que alcanza proporciones no vistas, a sabiendas de que la pandemia no está controlada, que es inevitable convivir con ella, que hay que imponer protocolos estrictos en las actividades reabiertas, pero a un costo de aumentar el número de muertes.

 

CUESTIONES CANDENTES

En ese contexto, el gobierno federal tomó ayer la decisión de dar el banderazo a encender lentamente los motores de la economía, con criterios por estados según la evaluación que se tiene por parte de la Secretaría de Salud, del control de la pandemia, aplicando un criterio de semaforización a esta reapertura, que va de normas más estrictas a menos estrictos –de colores verde, amarillo, naranja y rojo- éste último, como en la ciudad de México donde sólo se permitirán las actividades laborales esenciales, añadidos los sectores de minería, construcción y automotriz.

Detrás de esta decisión de política pública hay cuestiones candentes. Primero, la calidad de la información sobre la propagación de la pandemia. La certidumbre de si la curva de contagios está aplanada, como lo han asegurado las autoridades. La suspicacia sobre la veracidad de estos datos ha sido cuestionada no sólo por especialistas dentro del país sino por la prensa internacional. Si estas dudas fueran justificadas, los riesgos de pérdida de vidas son obvios.

Importa no sólo la información fiable a nivel nacional, sino por estados, o hasta municipios, porque la semaforización se basó en las evaluaciones de la Secretaría de Salud sobre el status de la pandemia para cada uno de estos niveles.

 

AGRAVANTES

Si así fuera nos encontraríamos frente a dos agravantes de la política del gobierno de AMLO, en este dilema shakesperiano, de salvar vidas, versus salvar empleos. Haber subestimado la propagación del virus y su estela de muertes, por un beneficio cualquiera que sea, como minimizar el impacto en la imagen del presidente, amén de que por esta cuestión la gente andaría en la calle más confiada –y con mayor riesgo de infección-, pensando que la crisis sanitaria es menos grave que la que dibujan las cifras oficiales.

Y la otra, subestimar la letalidad para apresurar la reactivación de la economía, por los costos altos de la crisis, en particular el empleo, que devienen finalmente en costos en imagen para el gobierno y el presidente.

Tal suspicacia no es nueva en estos tiempos y otras latitudes. Sucedió con Trump, quien optó por una reanudación de actividades económicas aún con estadísticas muy altas de contagios y mortandad pese a las críticas, asustado por las estadísticas del desempleo que escaló a 14.7% de la fuerza laboral en abril, no visto desde la Gran Depresión, y con 20.5 millones de estadounidenses en la calle, sin trabajo, pese a que ha sembrado programas de apoyo de billones de dólares - que tampoco tienen precedentes- similares a los de un Plan Marshall, aplicado después de la Segunda Guerra Mundial para reconstruir Europa.

 

PRESIONADOS POR EL DESEMPLEO

En México, con la actividad paralizada en abril, y la población en confinamiento y los bolsillos raídos ya por la crisis, el monstruo del desempleo empezó ya asomar la cabeza, a pasos agigantados. De modo que AMLO podría en efecto haber tenido razones para supeditar la estrategia sanitaria a la económica, para reanudar las actividades productivas. Otra razón habría sido Trump, quien reabrió la llave de la economía primero, y presionó al gobierno mexicano a activar en sintonía con sus tiempos la reapertura del sector automotriz y aeronáutico, clave para el abasto de la industria de EU.

En la realidad, aunque AMLO no lo reconozca en público donde muestra mensajes de optimismo sobre la recuperación, la administración si está presionada por la pérdida de empleos, que muestra cifras nunca vistas nunca antes.

En marzo y abril, el IMSS reportó que se quedaron sin trabajo 685 mil mexicanos.

La cifra de mayo, añadirá otros cientos de miles –quizá mínimo 300 mil más desempleados- por varias razones.

El decreto de la reanudación de actividades se lanzó ya avanzado el mes. Será gradual. Y no será uniforme por estado, sino dependiendo de su color en el semáforo, que refleja el riesgo sanitario. Habrá que ver la eficacia de la operación del plan.

El desempleo escalará a niveles no vistos porque los especialistas –que ya habían descontado la vuelta gradual a la normalidad- anticiparon para el segundo trimestre (de marzo a mayo) la mayor caída en la historia del país, prevista en 14.1% por los economistas que consulta Banxico.

 

SER O NO SER

Al final, el éxito de la reanudación de México a la vida económica, y su capacidad para capotear la tormenta, y contener el desplome en la actividad productiva y el incremento del desempleo, enfrenta dos problemas internos, ajenos a la crisis mundial que si está impactando al país. México no tiene un Plan Marshall, como EU, ni siquiera uno a la medida de países similares como Perú porque AMLO se ha negado a hacerlo. Y la estrategia económica del gobierno ha detonado la desconfianza en la inversión.

Está por verse, el veredicto sobre la forma como el gobierno resuelva el dilema shakesperiano, de salvar vidas versus empleo, pero no se anticipa bueno.