Los alimentos nos dan vida y determinan en mucho nuestro estado de salud. Los alimentos determinan el crecimiento y desarrollo del cuerpo, nos brindan la energía para realizar nuestras tareas diarias y, en general, mantienen nuestra salud. Sin embargo, por paradójico que parezca, los alimentos también pueden ser fuente de enfermedad. En términos de alimentación la calidad y la cantidad cuentan de manera muy importante. Comer en demasía junto con la falta de actividad física nos lleva a la obesidad. Alimentarnos con una dieta rica en azucares, grasas y harinas puede afectar nuestra capacidad de memoria, atención y aprendizaje. Alimentarnos con una dieta que aporte mucha energía, puede provocar perjuicios importantes en las emociones, principalmente en etapas de la vida donde el cuerpo se encuentra en desarrollo, como la infancia y la adolescencia.
Desde hace ya varias décadas se conoce muy bien el impacto de los alimentos en la función del cuerpo y cuáles son las necesidades básicas para mantenernos en un estado de buena nutrición, no obstante, se desconocía que muchos alimentos también pueden influir en el funcionamiento del cerebro. Del gasto total de energía de nuestro cuerpo, el cerebro consume alrededor del 20-25%, por lo que es altamente sensible ante las variaciones energéticas. La adecuada nutrición desde la etapa prenatal garantiza el óptimo desarrollo del cerebral. Los diferentes nutrientes influyen sobre las sustancias cerebrales (neurotransmisores) encargadas de transmitir la información entre las neuronas, lo que a su vez impacta en el pensamiento, la memoria, las emociones, etc. La influencia de la dieta en la función cerebral es tan importante, que actualmente se considera que ese fue uno de los principales promotores de nuestra evolución como especie y del desarrollo del cerebro del homo sapiens.
Un ejemplo lo encontramos en sustancias como el omega-3 que es un ácido graso que se encuentra en altas concentraciones en pescados y mariscos; así como en el aceite de soja, canola, las nueces y las semillas de linaza, que son altamente favorecedoras para el funcionamiento cerebral. Su principal beneficio es la de prevenir el daño que el estrés produce en nuestro cerebro, sin importar la edad o el sexo. En etapas muy tempranas de la vida, el estrés provoca mayores perjuicios en el cerebro, y en casos muy severos, los daños pueden perdurar de por vida. Una dieta rica en omega-3 es un factor de protección contra el estrés. Una dieta deficiente en omega-3 junto con un alto consumo de grasas animales o aceite de coco puede generar focos de inflamación en el cuerpo o incluso contribuir en el desarrollo de depresión. Las grasas animales (res y cerdo), aceite de coco o alimentos altamente fritos o procesados, pueden causar afectaciones en las neuronas encargadas de la memoria, provocando una neuroinflamación.
La edad también es un factor que afecta nuestro cerebro, a lo largo de los años van sufriendo daño algunas neuronas, lo que provoca alteraciones principalmente de la memoria y la agilidad mental. Un grupo de sustancias que ayudan a prevenir dicho deterioro son los denominados polifenoles, que se encuentran en un gran número de alimentos, principalmente en las bayas, té, cerveza, uvas, vino, aceite de oliva, chocolate, nueces, cacahuates, granadas, yerba mate, frutas y verduras. Consumir estos alimentos también denominados antioxidantes, pueden ayudar a prevenir o incluso revertir algunos de los estragos que el ambiente, el estrés y la edad producen.
Otra fuente nutricional que determina una buena salud cerebral son los micronutrientes esenciales. Son elementos que a pesar de que los requerimos en cantidades muy pequeñas, siempre deben de estar presentes en nuestra dieta. Dentro de los micronutrientes necesarios encontramos: el hierro, cobalto, cobre, iodo, magnesio selenio, zinc y las vitaminas.
Por último, no debemos omitir la relación que existe entre el sistema digestivo, (estómago e intestinos) y nuestro cerebro. En el tracto digestivo existe una serie de mico organismos denominados microbiota, que contribuyen con la producción de ciertas sustancias que pueden influir sobre la función de nuestro cerebro. Por ejemplo, el consumo de edulcorantes en exceso causa cambios en la microbiota que pueden provocar alteraciones en el cerebro y la función mental. Con todo lo anterior podemos decir que somos lo que comemos y nuestro cerebro responde directamente a los alimentos. En este día mundial del cerebro hay que recordar que cuidar nuestra dieta, hacer ejercicio físico y mental, es la base de nuestra salud y de la salud de nuestro cerebro.