Carlos Martínez Amador está haciendo circular una foto en sus redes sociales en la que aparece muy sonriente con Genoveva Huerta. Lleva un cubrebocas negro, el color que denota duelo, condolencia, pérdida, pero sobre todo elegancia; la panista, al fin panista, desafía el mal; como diciendo que a ella la pandemia le hace lo que el viento a Juárez.

La dirigente anda urgida de encontrar asideros de sobrevivencia política. Ambos son presidentes de partido y ambos son hechura con escuadras del finado Rafael Moreno Valle. Sin aquel, ni la una ni el otro, estarían en el pedestal de hoy. Son la inercia del mismo impulso progenitor.

Por lo que se entrevé, siguen fieles a las pautas marcadas por aquél. “Si no tienes proyecto político ni de nada, más que económico, entonces súmate con tus pares, organiza un gran frente, y ganas”. Rafael Moreno Valle no fue un hombre de ideas; lo fue de intereses.

Genoveva subió porque persiguió y ahuyentó a sus correligionarios panistas que disentían de Moreno Valle. Carlos rompió la hegemonía ideológica de los viejos grupos fundadores del PRD, que le dieron consistencia de partido, respeto entre los votantes, hasta convertirlo en la tercera fuerza. Pero a instancias de Moreno Valle, Carlos lo convirtió en una piltrafa, que se acomoda al mejor postor. 

Es muy seguro que para ellos ser hijo putativo de Rafael Moreno Valle sea un timbre de honor y virtud de políticos de pedestal; es posible también que sigan suponiendo que la sola mención de aquél les abre las puertas más intrincadas. Afuera la opinión pública corre veloz sobre senderos contrarios.

Particularmente ahora que se sabe que la administración panista urdió una muy eficaz estratega de corrupción estructural de muy largo plazo, a través de los magnos proyectos de infraestructura. Los que fueron vendidos como los conquistadores vendieron espejitos a los indios recién hallados, para llevarse el oro.

Se ha revelado el timo multimillonario de Ruta (el nuevo transporte público), los mil millones de Flor del Bosque, el tráfico con el otorgamiento de nuevas notarías (los que saben afirman que el costo de un permiso de fedatario rebasa los cien millones de pesos), la privatización del agua, el invento de un museo de pretensión mundial en una administración que le horrorizaba la creación cultural, y (lo más grave) sin tener una colección propia que exhibir, y así donde se le rasque. Una veinte de ex colaboradores de primer nivel se encuentra en capilla.

Por lo bajo en ambos partidos ha hecho corre la especie de que para gobernar Barbosa Huerta precisa de una buena relación con ellos. En la medida que son cabezas de los partido grandes y porque tienen los cuadros ganadores; en consecuencia se hayan en tratos de aliarse. Ciertamente, en la precariedad partidista, son partidos importantes.

Las encuestas, sin embargo, indican que ninguno de ellos acaba de reponerse de los destrozos provocados por el tsunami del 2018. Luego de gobernar durante nueve años al hilo, el PAN perdió sus principales plazas, pero sobre todo a sus votantes. El PRD mantiene como plaza mayor el municipio de Pahuatlán; con la salvedad de que su alcaldesa no se siente perredista, sino panista, y a mucha honra.

Tehuacán, San Martín Texmelucan, Teziutlán, Amozoc, y San Pedro y San Andrés Cholula son gobernados por Morena. Al parecer sólo en Puebla y Atlixco mantiene sus adeptos. En el primer caso es entendible. Se debe más al mal gobierno hecho por Morena que a lealtades ideológicas. En el segundo, es resultado de los ordinarios pleitos internos en ese partido.

¿En que fincan su apuesta panistas y perredistas frente a Miguel Barbosa? En dos razones. La falta de institucionalidad que caracteriza a Morena, y la baja legitimidad del nuevo gobierno. Morena no es un partido, como los propios morenistas suelen afirmar cada que tiene oportunidad de hacerlo. Es un movimiento.

En el curso de un año no logran ponerse de acuerdo sobre quién debe de dirigirlos. Interviene la máxima institución electoral del país, y ni así. Por lo menos hasta ayer domingo.

Los movimientos sociales actúan movidos por la inercia opositora y sobre cuestiones focalizadas de coyuntura. Los partidos obedecen a reglas y principios doctrinarios con arraigo. Los primeros actúan en función de ser oposición; los segundos, participan con la finalidad de ganar en elecciones y gobernar. En los primeros reina la improvisación; en los segundos, la experiencia. Entre Muñoz-Ledo y Mario Delgado se cruza el mar.

La otra razón que aducen tiene que ver con los resultados electorales y con la baja participación. Barbosa Huerta fue electo en una elección extraordinaria, un año después de su derrota en 2018. En la primera elección la afluencia fue del 67.6% del padrón; en la segunda apenas llegaron tres de cada diez (32.7%). Con los extranjeros, se movilizaron 1,532,589 votantes, entre los tres candidatos y las tres alianzas.

Por las razones que sean, el gobernador no ha logrado dar un golpe de reafirmación, ni en política ni en desarrollo. Tal vez por la pandemia, tal vez por el estilo del presidente. Puebla se encuentra sumido en el pozo de las inmundicias, arrojado allí por priistas y panistas. Tengo la sospecha, como muchos, que es su último lance. Ahora desde la izquierda nacionalista. Si fracasa, fracasaremos todos, y el futuro se habrá cerrado indefinidamente.

@ocielmora