Aquí las mujeres...¡Valemos madre!
Ya no soportaba las golpizas que nos daban a mi mamá y a mí cuando mi papá y hermano llegaban ebrios después del trabajo. Desde hace meses he estado ahorrando algo de dinero para poder irme de aquí, de este maldito pueblo al que llaman “mágico”. La gente viene los fines de semana para ver la belleza de nuestra iglesia, para comprar las artesanías que elaboramos escondiendo nuestra desdicha en cada pieza; nos visitan para tomar café en los coloridos portales; esta gente que nos ve tan de cerca, pero ignora la violencia que hay tras las paredes de adobe de cada una de nuestras casas…
Aquí las mujeres valemos madre. Eso nos dicen a diario todos los hombres, incluidos mi padre y mi hermano. Dicen que solo servimos para atenderlos y para darles todos los hijos que ellos quieran…
¡Pinches viejas! ¡No sirven para nada!
Y en mi pensamiento..
“Maldita suerte la mía de haber nacido mujer”,
Siempre pensaba eso mientras veía a mi padre y a mi hermano sentados en el comedor tomando cerveza y jugando dominó. Mientras mi mamá y yo hacíamos la comida, nos interrumpían a cada rato para que les diéramos otra cerveza. Pobre de la que no se la diera rápido, porque en ese momento mi papá se levantaba y agarraba a mi mamá de los hombros sacudiéndola con tal fuerza, que el pánico se apoderaba de ella y perdía el color. “¡Qué no oíste, pendeja!” “¡Rápido!”, aventándola contra la pared… yo no podía hacer nada, porque mi hermano tenía el mismo “derecho de hombre”; podía insultarme y golpearme si yo lo hacía perder la paciencia.
Conocí a Juan en el mercado. Seguido me decía que me sacaría del pueblo y que me llevaría a la capital. Que ahí ya tenía asegurado un trabajo, que alquilaríamos un cuarto y que siempre cuidaría de mí. “No le digas a nadie, porque eres menor de edad. Será nuestro secreto…”. Pocas palabras dulces bastaron para que rápido me convenciera…
El engaño
Una madrugada, mientras mi hermano y mi padre estaban como de costumbre ahogados de tanto beber, salí de mi casa y me fui con Juan. Cuando me vio en el umbral de la puerta, me tomó en sus brazos, y con desesperación arrancó mi ropa. Yo solo cerré los ojos, le dije que me estaba lastimando; me gritó que cerrara el hocico; después del puñetazo vi todo negro… cuando desperté la cara me dolía, me ardía. Como pude me vestí, Juan me sacó a empujones de su cuarto diciéndome que era pinche cualquiera. “¿En serio pensaste pendeja que te llevaría conmigo a la capital? ¡Todas las viejas son iguales!”
Sin rumbo
Estaba segura que todo el pueblo sabría lo que había sucedido. Mi papá o mi hermano me matarían a golpes… saqué el poco dinero que tenía escondido para comprar un boleto de camión para irme a la Ciudad de México. Guardé en silencio las pocas cosas que tenía y salí de la casa para jamás volver. Sentada en el camión, miré a través de la ventana, no se podía distinguir nada, todo era negro… “a donde quiera que llegue, no puede irme peor”, pensé.
Nadie ha reclamado mi cuerpo, nadie sabe quién soy, solo soy una más…
Feminicidio en CDMX
El día de ayer fue encontrado el cuerpo de Lucía en la calle de Zamora en la Colonia Condesa en la Ciudad de México.
Los vecinos del lugar, denunciaron los hechos después de percibir un fétido olor. Las autoridades confirmaron el feminicidio y agentes de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México resguardaron el inmueble a la espera de servicios periciales.
Lucía tenía aproximadamente 35 años de edad y se dedicaba al trabajo doméstico. Fue encontrada en un cuarto de la azotea de dicho inmueble. Lucía estaba atada de pies y manos con cinta canela y presentaba golpes en el cuerpo.
Hasta el momento no se sabe de de los presuntos culpables…
En México, son asesinadas en promedio diez mujeres-niñas al día. La mayoría de los casos quedan sin resolver. En este país se cometen todo tipo de asesinatos con la certidumbre de que la impunidad, la complicidad, y la indiferencia los cobijará.
Debemos exigir justicia por todas ellas y el derecho, como mujer, de poder vivir con libertad y sin miedo…