Cada persona en su vida diaria tiene un sinnúmero de necesidades o requerimientos que busca satisfacer. En ocasiones, alcanzar lo que se desea se convierte en una tarea que puede ocupar gran parte de nuestros pensamientos o de nuestras acciones. La búsqueda de soluciones pone en juego la inteligencia y la personalidad de cada uno. Sin embargo, para alcanzar nuestros objetivos dependemos en gran medida de la interacción con los otros. Vivimos en una esfera eminentemente social, donde nuestras acciones tienen el propósito de generar respuestas puntuales. En un ambiente que se considere sano, la conducta debe de mantenerse dentro de las reglas sociales y de respeto. Por lo que es necesario que desde edades muy tempranas se empiecen a desarrollar las habilidades sociales de convivencia.
Todo lo anterior parece algo natural y hasta obvio, no obstante, desde el punto de vista del funcionamiento mental corresponde a algo bastante complejo. Al mecanismo mediante el cual tratamos de inferir qué piensa otra persona y en función de eso, ajustamos nuestra conducta para que responda de una forma determinada, se le denomina teoría de la mente. Los humanos empezamos a desarrollar esta habilidad desde los 2 o 3 años y puede seguir enriqueciéndose por décadas, siempre dependiente de la convivencia con los otros. En este sentido los niños que son hijos únicos o que se encuentran inmersos en ambientes socialmente empobrecidos, tienden a mostrar un desarrollo de habilidades sociales más lento, comparados con los niños rodeados de hermanos o de intensa estimulación social.
Vivir rodeado de hermanos brindan la oportunidad del juego creando un ambiente donde se involucra de manera importante el diálogo, el intercambio de ideas y dudas. Es en ese ambiente donde los niños pueden aprender sobre aspectos morales distintos a los de los adultos. Gracias a los hermanos se pueden aprender habilidades prosociales como: compartir, ayudar y cuidar. Sin embargo, también se pueden crear ambientes de conflicto y competencia donde se presenten conductas antisociales como discutir, engañar, robar y sobre todo mentir. Es de todos conocidos que una de las herramientas de la conducta para satisfacer nuestras necesidades es la mentira y el engaño. En este contexto, mentir y engañar suele ser una conducta habitual desde la infancia, que en el caso de fomentarse puede generar una mala adaptación social.
Un dato muy importante es que una vez que un niño de alrededor de 4 años empieza a mentir, seguirá mintiendo y su práctica se mantendrá muy intensamente hasta en un 80% de los casos. Si un niño tiene hermanos, es más propenso a hacer trampa comparado con los niños sin hermanos. Y los niños con hermanos menores y con una diferencia de edad mayor entre ellos, tienden a mentir más. A medida que el niño crece, miente de forma más elaborada y compleja. Sin embargo, si las mentiras son muy frecuentes y buscan la manipulación con el objetivo de tomar ventaja de los otros, ya estaríamos hablando de una conducta mal adaptativa y suele ser condenada por la sociedad, al grado de ser sancionada por la ley cuando producen un daño a terceros.
Algunos expertos han considerado que la tendencia a mentir es parte de la personalidad. Generalmente se reconoce que las personas con mayores habilidades de razonamiento y memoria cuentan con mejores habilidades para mentir y suelen ser más convincentes. Nuevos estudios han arrojado resultados sorprendentes en este tema, un grupo de investigadores multidisciplinarios de Polonia y Alemania demostraron que las personas con mayor tendencia a mentir son aquellas que fueron determinadas socialmente como “poco agradables”, de comportamiento extrovertido y que obtuvieron mejores puntajes de inteligencia. Sin embargo, también establecieron que la inteligencia y el entorno social son dos factores muy importantes para establecen límites y contener las conductas antisociales. Si en el medio social ya sea a nivel familiar o colectivo no se establecen limites, la mentira será una practica más frecuente, que puede generar consecuencias dañinas. Es importante tener claro que la mentira no es solo un acto más de nuestra conducta, fomentarla puede causar una verdadera descomposición de nuestra sociedad. Hacer un ejercicio de reflexión sobre las consecuencias de la mentira y tratar de frenar su uso, es una responsabilidad que todos tenemos con nuestros niños y nuestra sociedad.