La vida en cualquier época o circunstancia implica riesgos de los cuales hay que cuidarse, es una regla básica de sobrevivencia. Nuestro cerebro cuenta con diferentes estructuras destinadas a responder en casos de peligro. A través de los sentidos captamos información que vamos almacenando en nuestra memoria, lo que posteriormente nos ayudará a determinar si algo es peligroso o inocuo. Así, vamos creando un banco de información que podremos usar en cualquier momento y que nos ayude a reaccionar con eficacia. De esta forma si el estímulo representa algo inofensivo, seguiremos con nuestras actividades e intereses, pero si corresponde a algo peligroso, reaccionaremos generando el miedo. En términos estrictos el miedo es una emoción defensiva ante algo que pudiera representar una amenaza. Los expertos han identificado que la respuesta del miedo se compone de tres partes importantes: uno, se tiende a eludir el objeto o la fuente del miedo. Dos, se busca comunicar verbalmente la presencia del objeto o causa del miedo. Tres, el cuerpo tiende a generar respuestas fisiológicas como el aumento de la frecuencia cardíaca o respiratoria, sudoración y hasta se produce un aumento de la presión arterial.
Conocer nuestro cuerpo, nuestras emociones y cómo reaccionamos ante ellas, es algo trascendente para nuestro bienestar individual y de convivencia social. Las emociones y su manejo no están limitadas a la pura experiencia personal, sino que también podemos aprender a conocerlas y manejarlas gracias a la experiencia de otros. Por ejemplo, en los niños es primordial la participación de los padres, ya que ellos son los responsables de su cuidado. Los adultos influyen de manera directa en la forma en cómo un niño puede percibir el miedo. Al crearse un ambiente de protección, se ayudará a disminuir el miedo o, todo lo contrario, un ambiente que intensifique lo negativo favorecerá el miedo. La conducta de un adulto frente al miedo deja una enseñanza en los niños y determinará en gran medida cómo percibirán su ambiente, es decir con cuánta seguridad pueda interactuar en él. Otro aspecto importante de considerar es que, en el caso de los niños, la sola presencia de un adulto cercano puede ser suficiente para “bloquear” respuestas de estrés o miedo al brindarles una figura protectora y de seguridad.
En casos extremos en los que no hay un buen manejo del miedo, trátese de un adulto o niño, las respuestas y sensaciones que experimenten serán muy intensas pudiendo generar alteraciones de ansiedad. Así, una situación inocua podría ser percibida como altamente peligrosa o dañina, y esto provocará que la persona fije exageradamente su atención en detalles específicos que le puedan representar algo para identificar el posible riesgo, aunque sea equivocado. En otras palabras, se produce una respuesta excesiva de miedo ante un estímulo ya sea real o imaginario. En contextos muy particulares donde predomina la desinformación, la ambigüedad o la inseguridad de un grupo de personas, el miedo puede propagarse generando una respuesta colectiva desproporcionada.
Indudablemente reaccionar indiscriminadamente con miedo ante múltiples estímulos o ideas, es algo negativo que conlleva mucho sufrimiento. En ese momento se hace necesaria una atención profesional para evitar que el problema escale a un trastorno de ansiedad en el que se pueden presentar ideas catastróficas. Los trastornos de ansiedad pueden ser incapacitantes, paralizantes y generar otras enfermedades como insomnio, hipertensión o hasta infartos. Algunas personas tienen ideas persistentes de que padecen una enfermedad, de que pueden encontrarse en peligro o que son victimas de alguna amenaza, y pasan mucho tiempo pensando en las consecuencias que les puede acarrear. Las personas suelen tener la idea de que morirán por alguna causa o enfermedad catastrófica y que necesariamente el transcurrir hacia su muerte será doloroso y de sufrimiento.
Sentir miedo es una emoción normal, es una emoción que nos ayuda a mantenernos alertas y cuidar de nuestra integridad. Aprender a manejar la emoción del miedo es de vital importancia para niños y adultos. El miedo no es una emoción de sufrimiento sino de protección, no es adecuado percibir amenazas constantes, ya que puede complicarse en un trastorno de ansiedad. El miedo debe manejarse adecuadamente con objetividad ante qué es una amenaza y qué no lo es, así también puede ser contagioso si el ambiente lo favorece. En caso de encontrarnos sufriendo por miedo es importante recurrir ante un profesional de la salud mental que es el indicado para ayudarnos con su manejo. No hay por qué sentir miedo en exceso e injustificadamente, hay que aprender a conocerlo y reaccionar con tranquilidad. Un individuo con un buen manejo del miedo también ayuda a crear sociedades cooperativas y funcionales.