Una de las palabras más recurrentes en los medios de comunicación especializados en negocios, a lo largo de toda esta pandemia, ha sido de la transformación. Con ello implican que la eventual conclusión del confinamiento y del riesgo sanitario, no significará una vuelta a la normalidad. No me refiero a quienes temen una nueva ola de contagios, con cierres intermitentes por razones médicas. Me interesan las opiniones de quienes observan en esta situación crítica, un experimento radical, forzoso, para los modelos de producción y educación en el mundo. En un lapso de semanas, nos vimos obligados a probar qué tan conectados estábamos y para qué tanto servía estarlo. Los avances tecnológicos permitieron un laboratorio masivo y resignado para convertir toda la educación, en educación a distancia. Para hacer uso de las video llamadas en lugar de las reuniones presenciales y para que las personas desconfiadas hicieran las paces con las compras en línea. Todo esto, porque no había opción.

Dejo al final uno de los aspectos más interesantes; la posibilidad de que una importante cantidad de trabajos puedan hacerse a distancia, o desde casa. Cabe mencionar que esto, al igual que la educación en línea como único futuro viable, son armas de varios filos. Me explico.

Creo que hasta el momento, la mayoría de los artículos de opinión y reportajes sobre el home office se ha concentrado en su lado positivo. Las personas, se asume, prefieren estar en su casa que en la oficina, y esto representa de forma automática una mejora en su calidad de vida. Podemos imaginar un escenario donde todo esto es cierto. Una persona que vive en el norte de la Ciudad de México, o en uno de los municipios conurbados, y trabaja en el sur. En lugar de utilizar dos horas en la mañana y dos horas en la tarde peleando con el tránsito pesado, dispone de ese tiempo para cualquier otra cosa, porque cualquier cosa que uno haga es mejor que eso. Además, dicen, ha aumentado la productividad de las empresas con este esquema. Creo que este momento es el menos idóneo para medir la productividad de quien sea, pero sigamos el juego.

¿Estarían dispuestas las personas a sacrificar una parte de su ingreso por seguir trabajando desde casa? Porque creer que los salarios permanecerían iguales o que habría aumentos, es ingenuo. Los ahorros que en espacio de oficinas y logística tendrían las organizaciones, no los convertirán en compensaciones salariales. Serían, precisamente, parte de una reducción de costos para aumentar sus utilidades. Nada más. Y para los nuevos empleos, ¿no incitaría este movimiento de trabajo en casa una oleada de contrataciones de servicios independientes, sin seguridad social ni prestaciones? Cuando el empleado ni conoce las oficinas y sólo manda correos electrónicos, sería más fácil para la empresa demostrar que no había una relación laboral en sentido estricto. Y esto es preocupante porque, si algo dejó en claro la crisis del coronavirus, es que se necesita fortalecer el sistema de salud y de seguridad social de todos los países, incluyendo el nuestro. Y no se puede hacer si no se amplía la base de trabajadores formales y se cuidan sus derechos laborales. Convertir el aparato productivo en una serie de cadenas de subcontratación, sería un efecto perverso que acentuaría la crisis de pensiones y dejaría al mundo aún más vulnerable ante otra contingencia sanitaria.

Pero además hay otra posible consecuencia. Una de las pocas seguridades que permite el trabajo presencial, es que las empresas locales contraten personas residentes de la misma localidad. Cuando todo el trabajo es a distancia, por correos y videollamadas, ¿qué impedirá a una empresa del interior de la República, contratar a todo el personal posible en la Ciudad de México, o de Los Ángeles? No hablo solamente de la dirección general de la organización (que eso ya sucede) sino de cualquier empleo que, se decida, no requiere presencia diaria. Esto representaría una amenaza importante para los trabajadores y profesionistas, si el entusiasmo por la productividad a través del distanciamiento se lleva demasiado lejos. Es bueno que tengamos la posibilidad de mantener un mínimo de funcionalidad a través de la tecnología, sin contacto humano. Es mejor que nada, bajo las actuales circunstancias. Pero no debemos convertir una herramienta en un límite auto impuesto, y menos en un pretexto para que la nueva normalidad sea peor que la anterior.