Leo un par de tuits, provenientes de un sujeto que hasta entonces creía inteligente. El primero dice:
«Neta sí se les hace muy cuesta arriba barrer la banqueta frente a sus casas, hermanos chilangos? Neta neta neta?».
Vaya.
Uno de los problemas usuales del enfoque políticamente correcto es la ausencia de fundamentos racionales: hay que hacer (o no hacer) algo porque alguien sostiene que así debe ser. Ese deber proviene de una petición de principio, un sentimiento, acto de fe o cualquier otra cosa que sirva para sostener que la exigencia es incuestionable.
El espectro de ocurrencias de los seudocorrecto van desde inventar palabras hasta a imponer deberes. En el caso de las banquetas, alguien interpoló la virtud cívica de arreglar el espacio común con el deber de hacerlo. Aunque parezca obvio, no es lo mismo donar esfuerzo y tiempo para limpiar una banqueta, jardinera o parque y la supuesta responsabilidad de efectuar esas actividades. ¿Y por qué no es deber el de barrer la banqueta? Por una razón básica: porque no es propiedad del vecino que la tiene afuera de su casa.
Sin embargo, la segunda cuestión que nubla el pensamiento seudocívico aparece en este punto. Si el interlocutor medio entiende la diferencia entre propiedad privada y propiedad gubernamental, tendrá que reconocer que la mentada banqueta no es del vecino y que, por ende, no tiene el deber de cuidar bienes ajenos. Más aún, se pagan impuestos y contribuciones para que esos espacios, propiedad del gobierno, se mantengan aseados. A pesar de todo esto, no faltará el que se saque de la manga que existe un deber de limpiar la banqueta porque se aprovecha, ese fue el argumento del otro pienso de nuestro otrora brillante tuitero:
«Gente a la que le parece un exceso barrer la banqueta frente a su casa, porque no es suya. Del aprovechamiento ni hablar. Mexiquito, S.A».
¿Será que el vecino aprovecha la banqueta? En realidad no. De hecho, cualquier aprovechamiento de ese espacio implicaría una apropiación ilegítima de lo público. En buen cristiano: los que usan la banqueta (que es de todos) para inventarse un estacionamiento exclusivo (cuando no hay cochera) o poner unas mesitas (para tomar el café) o vender limonada, están aprovechándose sin derecho de un espacio de todos. No faltará el pasado de listo que argumente que el supuesto aprovechamiento radica en circular, entrar y salir por esa banqueta, rollo barato que se refuta fácilmente: si alguien vive en una avenida, obviamente hay cientos de personas que aprovechan más la banqueta que el vecino en cuestión. ¿Les exigimos que la barran? Sería divertido que lo intentaran.
No obstante la evidencia jurídica del asunto, pareciera que el altruismo a fuerzas es parte de una «buena educación» o, lo que es lo mismo, que es loable que el Estado cobre por hacer algo y le transfiera ese deber a los ciudadanos. En consecuencia, si alguien se molesta porque un gobierno inútil no limpia las banquetas y calles, automáticamente pasa a ser un mal ciudadano, hijo del subdesarrollo, Lord del Sith o maleducado por sus padres (al menos eso es lo que concluyen las supuestas «buenas conciencias», en su estolidez inexpugnable).
Los gobiernos ya nos sacan bastante dinero (entre contribuciones y deuda pública) para que no se encarguen de sus atributos esenciales. Bajo la misma lógica poco inteligente de los adalides de la responsabilidad de barrer la banqueta, ¿no deberá el vecino pagar los focos de las luminarias puestas afuera de su casa? ¿Y el mantenimiento del poste de teléfonos y energía eléctrica? ¿Y del semáforo en la esquina de su domicilio?
Para plantearlo en términos de economía liberal, si el Estado no cobrara impuestos hasta por tener vivienda propia (el nefasto predial), sería bastante interesante un enfoque en que cada propietario financiara su pavimento, banquetas, jardineras y equipamiento externo a su casa. Sin embargo, ese modelo también implicaría que todo aquel que circulara por esos espacios aportara a su costeo y mantenimiento. Ahí sí se podría hablar, racionalmente, de aprovechamiento y de deberes de mantenimiento.
En suma, el pequeño chairo que todos llevan dentro suele jugar con una válvula de doble moral muy graciosa: exigir responsabilidades privadas sobre lo público no es más que la otra cara de su apropiación indebida. Para ser buenos ciudadanos en las sociedades contemporáneas, basta con cumplir los contratos y las leyes justas, que en el caso implican no tirar basura en la calle y pagar los impuestos. Lo demás es la versión hipócrita de un modelo de corte soviético: el de imponer al otro los deberes y responsabilidades del gobierno.
Con ese nivel de confusión mental entre lo público y lo privado, ¿por qué debería sorprendernos que se culpe al presidente Peña de una desaparición de normalistas ordenada por un alcalde o que se diga que la última detención del Chapo es una cortina de humo para distraer a la gente de la depreciación del peso? Entre la paranoica izquierda irracional y las (muy brutas) «buenas conciencias» de lo seudocorrecto, la diferencia solo es el objeto de sus obsesiones: los errores mentales (y la deshonestidad intelectual) son comunes.