El rumor ya llegó a las redacciones de los diarios nacionales: el gobernador de Jalisco es una pieza a considerar en los reacomodos del Partido Revolucionario Institucional con miras al 2018.

Aristóteles Sandoval es un político que creció mucho en el estado y que es visto, desde ahí, como un elemento para ampliar la influencia del equipo jalisciense allende las fronteras de Vallarta y, desde afuera, como un soldado que puede ayudar al priismo nacional a cerrar el ciclo y reacomodarse para la pelea electoral. Sandoval puede ser un comodín para el gabinete federal, puede subirse al área de capitanes del partido nacional o puede quedarse en Jalisco.

La tercera opción, que parece la más triste, la que menos brillo le da a su carrera y la que no quieren quienes a su sombra babean por meterse a los círculos tricolores federales, es la más conveniente.  Lo planteo en serio, sin importar qué pase con Movimiento Ciudadano, con Morena, el PRI, el PAN o la Presidencia, la mejor opción para este político es mantenerse donde está y trabajar como priista si su partido gana la gubernatura o si Enrique Alfaro se vuelve gobernador en el 2018.

Sería un error que el gobernador buscara o aceptara subirse al trasatlántico nacional. ¿Por qué? Me preguntan. ¿Quién le va a hacer el feo a estar en las ligas federales, a hacerle un favor al Presidente, a codearse con los dinosaurios que deciden el destino de su partido  del país?

Pues muchos. Muchos deberían hacerle el feo a es escenario. Para empezar por lo obvio: porque el trasatlántico hace agua y porque está a punto de llegar a su destino. Quién quiere jugar a mano derecha del capitán al final del viaje en un barco que ya no sirve, cuando ya no se puede decidir el rumbo.

El priismo no se agota en el 2018, claro está, pero el priismo del “señor presidente” con todo el ímpetu que tuvo en el 2012, sí que termina, y termina con una imagen desastrosa. En cambio, el gobernador de Jalisco está a punto de cerrar su periodo con fuerza en su partido, desligado de la llamada nueva generación de gobernadores impresentables (él y tres más, son los únicos que se salvan), con una aceptable imagen como gobernante y, lo más importante con menos de 40 años y nuevos estatutos en su partido. Le queda una vida por delante.

El gobernador debe recordar que su fuerza y su imagen no le dan el suficiente capital político como para ser un senior en cualquier espacio federal que le ofrezcan –o busque. Hay que decirlo: difícilmente iría como un par. Pero aun en el improbable caso de que impusiera su carácter entre los lobos de esas estepas, lo haría para cerrar un ciclo tricolor que nunca fue el suyo y que lo va enlodar.

Este gobernador no debe irse aún.