El pasado 26 de octubre ocurrió un suceso que ocurre de manera muy frecuente en todos los negocios, el robo de un producto. Sucedió en la librería El Ateneo Grand Splendid, en Argentina. El tema sería menor si es que el que cometió el hurto hubiera sido cualquier persona, sin embargo, lo hizo el embajador de México en el país, Oscar Ricardo Valero. El libro costaba el equivalente a 10 dólares, aunque la discusión no debe ser si es muy alto el precio o si es poquito, ya que todo acto de robo es condenable y tiene que haber una sanción.
Las explicaciones pueden ser muchas. Puede ser que se lo haya llevado por error o por olvido, por senilidad, o por la pena por llevarse una biografía del aventurero y seductor Giácomo Casanova. Incluso, por lo burdo del acto no se puede descartarse un trastorno que explique una conducta tan extraña, por lo que se debe investigar más a fondo. No se entiende que una persona con un sueldo como embajador no pueda pagar un libro. Robar está mal, y no debe haber discusión en eso.
La Secretaría de Relaciones Exteriores advirtió que, de comprobarse la veracidad del video en el que el embajador aparece presuntamente robando, será separado del cargo y debidamente sancionado. El canciller, Marcelo Ebrard, incluso señaló que esto es por la política de "cero tolerancia a la deshonestidad", por lo que se está a la espera de que el Comité de Ética analice el caso.
El embajador cometió un hecho a todas luces censurable, pero lo que no se entiende es la sobre reacción que se ha dado, especialmente en las redes sociales. La consecuencia debe ser proporcional a la falta cometida, por lo que es innecesario que se pida la cárcel para el embajador. Lo peor han sido las comparaciones, diciendo que el embajador es un delincuente internacional, que es comparable con un narcotraficante y que este es el gran robo de la 4T. Y la condena que se pide contra el embajador ha sido poco más que exagerada, una inhabilitación de por vida, mano dura contra el funcionario y hasta el linchamiento público.
Hay que tratar el asunto en su justa dimensión, y como lo mencionó el presidente, "sin que se destruya la dignidad del embajador". Sin embargo, no se comprende la hipocresía de los detractores y la manera en que se rasgan las vestiduras. Ojalá les indignara en la misma medida el robo de un libro al fraude en una elección, a la tranza de una casa blanca de 8 millones de dólares o al desvío de recursos para un monumento tan espantoso, como la Estela de Luz.
Es más, en el caso de los expresidentes si se hubieran robado un libro, como lo hizo el embajador en Argentina, tal vez hubiera cambiado su vida.
—Así, Vicente Fox hubiera mejorado su ortografía de sexto de primaria y no confundiría nunca al escritor argentino Jorge Luis Borges.
—Así, Peña Nieto le hubiera marcado su vida más de tres libros y con un poco de suerte hasta se acordaría de que La Silla del Águila la escribió Carlos Fuentes y no Enrique Krauze.
—Y Felipe Calderón, tal vez se hubiera dado cuenta de que su secretario de seguridad tenía vínculos con el narcotráfico, como fue reseñado por Anabel Hernández, en los Señores del Narco.
Es más, una propuesta que deberían implementar las librerías del país sería para que los expresidentes se pudieran llevar un libro de su tienda. Desafortunadamente para esa clase de políticos, se les ocurriría robar de todo, pero jamás un libro.
* Arturo Ávila Anaya, presidente IBN/B Analitycs y experto en Seguridad Nacional por Harvard (NIS).