El horror en México pareciera ser interminable. Entre las más recientes historias dantescas está la de los 3 jóvenes estudiantes de cine que fueron secuestrados, asesinados y disueltos en acido; todo ello en el estado de Jalisco.
Pero la muerte de los jóvenes universitarios no es el único capítulo deplorable. Apenas unos días antes de que se diera a conocer el lamentable destino que tuvieron los estudiantes, circuló un video en el que se observan los cadáveres de 6 policías estatales asesinados con el tiro de gracia. Dichas imágenes fueron grabadas en Zihuatanejo, Guerrero por uno de los sicarios que dispararon en contra de los uniformados. En el video se escucha una voz excitada que amenaza y se jacta del crimen mientras camina sobre los cadáveres.
Seguramente en este momento, a lo largo y ancho del país, se están desarrollando historias igual de dramáticas que las arriba descritas; asesinatos; secuestros; feminicidios; trata y tráfico de personas; etc. Historias que destruyen vidas, familias y sueños.
Mientras tanto, muy lejos de todas las lágrimas y sangre derramadas, están los que iniciaron y continuaron con el caos llamado “combate al crimen organizado”. Ellos, Felipe Calderón y Enrique Peña, justifican la masacre aludiendo que no había otra alternativa más que enfrentar a las mafias con todo el poder del Estado. Así nada más, la estrategia fue, y es, mandar a las fuerzas policiacas y militares a tirar y recibir balas. Después de miles de muertos y desaparecidos, ha quedado de manifiesto que no hubo proyección ni ejecución de un verdadero plan de acción.
Igual de alejados que los gobiernos de los últimos dos sexenios, se encuentran los candidatos que pretenden ocupar la silla presidencial. Los postulantes están más preocupados intentando vendernos quimeras, que pensando en cómo salir de la espiral de violencia, de la que por cierto, en menor o mayor medida también son responsables.
Por su parte y no menos condenable, está ese sector de la sociedad que se ha “acostumbrado” a la violencia; que se ha vuelto insensible; que criminaliza a priori; que solo le preocupa su “estabilidad” y que prefiere mirar hacia otro lado cuando le conviene. Muchos de los que conforman este sector son los que hoy se desgarran las vestiduras criticando y solicitando se vote, o no, por un determinado candidato, pero que nunca han sido capaces de levantar un pinche dedo para exigir se pare con el baño de sangre. ¡Hipocresía pura!
El horror sigue, seguirá, mientras las justificaciones absurdas, el desproporcionado apetito de poder y la doble moral sean más fuertes que la sensibilidad ante el dolor de un país que día a día observa cómo sus hijos más jóvenes son exterminados.