“Alejandro Nadal, te vamos a extrañar tus asiduos lectores”
Así el Mundo:
La tercera semana de marzo no fue la excepción, la caída de los mercados siguió sacudiendo al mundo. El Dow Jones disminuyó en esta semana 17.30%, el S&P 14.98% y el Nasdaq 12.64%. El IPC de la Bolsa Mexicana de Valores, que en esta semana operó durante cuatro días, como es natural, siguió la tendencia observada en las principales plazas de Norteamérica y del mundo, al registrar una reducción de 10.02%. Reitero, no estamos en una ínsula fuera de los circuitos financieros del planeta.
El Dow Jones muestra un deterioro considerable y claro que genera una gran preocupación en la estrategia de reelección del presidente Trump. Este índice registra en un mes una pérdida acumulada de 30%, borrando todas las ganancias obtenidas durante la administración Trump, situándose en un nivel inferior al que se tenía en el primer día de su mandato, de 19 mil 827 unidades.
La preocupación se ahonda porque en el mercado norteamericano más de 50% de los hogares posee acciones ya sea directa o indirectamente. Lo anterior se traduce en una sencilla relación: cuando el índice de las bolsas sube, existen ganancias para una parte significativa de la población; lo que implica que, en el contexto actual de altas pérdidas, la sociedad estadounidense proporcionalmente padezca el mismo detrimento. De entrada, sin considerar los efectos de una contracción económica, una porción de la población ya sufre daños. El virus está contagiando las aspiraciones políticas del presidente Trump.
Lo que más preocupa es que la caída no parece tocar piso, el importante rebote del viernes 13 de marzo, sólo fue un evento que no originó un comportamiento alcista consistente en el mercado accionario; fue como se había anticipado, flor de un día. La bolsa durante los primeros tres días de esta semana mostró una inercia descendente que parecía incontenible: ni el anuncio de la Reserva Federal del recorte de su tasa de interés objetivo a casi cero por ciento; ni el programa de estímulos de 1.3 billones de dólares, destinado a apoyar a personas en edad adulta, pequeñas empresas, aerolíneas y otros servicios, sirvió para generar una evolución positiva en los mercados. El ligero incremento observados el 19 de marzo, fue otra vez un simple rebote; el viernes 20 los índices bursátiles volvieron a mostrar el deterioro que ha postrado a los mercados desde hace dos meses.
¿Existirá algo más allá de las variaciones negativas de las pizarras bursátiles? La crisis global de los mercados ha provocado varias explicaciones y, sobre todo, lecciones que vale la pena exponer brevemente.
Primero. Cuando se habla de economía no debe olvidarse que es una ciencia social y que en ella no sólo existen variables relacionadas con la realidad, sino cuestiones que tienen que ver más con la percepción de un fenómeno. La pandemia del covid-19, devela una gran fragilidad porque el temor a la enfermedad y a la muerte ha llevado a una psicosis colectiva. La proporción entre el número de muertos y enfermos en relación con la población mundial sigue siendo infinitesimal, pero el impacto psicológico es incuantificable.
El epidemiólogo y estadístico de la Universidad de Stanford, John Ioannidis, comentó que el covid-19, además de “una pandemia que se da una vez en un siglo” podría ser también “un fiasco que se da una vez en un siglo” y que casi 130 países habían tomado medidas draconianas sin bases, capaces de hacer más daño al tejido social que beneficio a la salud pública. Las críticas no se hicieron esperar, en opinión de otros expertos ante una pandemia se deben de tomar medidas drásticas, considerando el peor de los escenarios.
La discusión ahí queda: ¿de verdad se está haciendo lo correcto?; lo cierto es que, una vez sembrado el miedo, cuya raíz suele extenderse hacia el terror, es difícil desenterrarlo; generar confianza lleva tiempo, porque requiere de encontrar verdaderas soluciones que transformen un escenario sombrío a otro optimista. Se estima un periodo de seis meses para tener lista una vacuna y poder masificarla. El presidente Trump, desesperado, anunció tratamientos con base en cloroquina para atacar eficazmente al virus, minutos después la Agencia Federal de Medicamento lo desmentía, aclarando que dicha sustancia no está autorizada para el tratamiento del Coronavirus. Cada día que pasa lleva a daños incuantificables.
Segundo. Es importante meditar si en realidad atrás del coronavirus existía ya un mundo económicamente enfermo. Ante a la propagación mundial del coronavirus se presentaban signos preocupantes: desaceleración económica; sobreendeudamiento en los mercados; toma de utilidades masivas de los núcleos de inversionistas que controlan las plazas; ¡ah!, y la existencia de burbujas en más de 20 mercados del mundo, incluyendo - dice Jesse Colombo - Wall Street y el mercado inmobiliario europeo. ¿Es factible que las instituciones financieras, las calificadoras y demás expertos, no hubieran observado la sobrecotización de las acciones en relación con el valor real o intrínseco de las empresas en los últimos años? ¿Acaso la crisis hipotecaria de octubre de 2008 no dejó lección alguna? Por lo visto, les preocupa más pronosticar la evolución de economías emergentes, como la mexicana, pero no contemplan lo que efectivamente está sucediendo en las potencias económicas y en los mercados líderes. ¿Cómo es posible que no vean lo que debe ser de mayor interés; lo que generan un mayor impacto a nivel internacional?
Tercero. Ante este escenario desolador, el coronavirus sólo fue un detonador; fue la chispa que inició un fuego voraz. La gran mayoría de los analistas consideran como un hecho que habrá una recesión global y algunos alertan que su profundidad puede ser mayor a la esperada. El grave problema es la coincidencia de shocks, tanto en la oferta como en la demanda. En las 15 economías más importantes del mundo se prevé desaceleración o contracción económica en 2020, lo que lleva a un rango de crecimiento muy inferior al 2.6% observado en 2019; existiendo un pronóstico de que en este año la economía global pudiera comportarse en un margen inferior incluso a cero por ciento.
La Organización Internacional del Trabajo, por otra parte, estima que más de 5 millones de personas podrían perder su empleo; llevando a pérdidas en el ingreso de los trabajadores que podrían oscilar entre los 860 mil millones a 3.4 billones de dólares. Los síntomas de la contracción de la demanda ya son visibles con el cierre de fronteras y el confinamiento de ciudadanos y su impacto se observa ya en el turismo, en los viajes internacionales, en las aerolíneas, en la industria automotriz y en otras ramas más del sector de bienes y servicios.
Cuarto. Contra los desastres que genera una guerra comercial, el mundo ha comprendido que requiere del impulso de la economía China. Este país es la segundo en importancia del orbe, aportando el 16% del PIB mundial y en 2020 se espera que tenga un crecimiento inferior a 6%, notoriamente bajo, si se considera que en los últimos 20 años ha llegado a alcanzar niveles de expansión de hasta 14%. La economía china estaba operando al 70% de su producción normal y con una disminución de 25% en la inversión en activos fijos hasta la primera quincena de marzo. La cadena de suministros en ramas como la industria automotriz y la electrónica se rompió y se tiene que recuperar a nivel mundial; ahora para que la economía asiática opere con su capacidad instalada, se requiere de la reactivación de la demanda de los países occidentales.
Sólo queda una pregunta por hacer: ¿tendrá el tiempo suficiente el presidente Trump y los republicanos para revertir la tendencia adversa de los mercados que parece significar el mayor riesgo para su reelección? La recomendación de Neel Kashkari, el presidente de la FED de Minneapolis, la están tomando en cuenta: “La acción correcta es reaccionar exageradamente para evitar el peor resultado”. Hay que mantener lo más posible el empleo de miles de trabajadores; de no ser así el desastre político sería inevitable.
Así México:
¿Más allá de que la caída de la Bolsa Mexicana de Valores rompe con la estructura de valor de las empresas, vale la pena preguntar si para el Gobierno su corrección debe constituir una prioridad democrática? Analicemos a detalle para responder la interrogante.
En la bolsa de valores existen alrededor de 164 mil cuentas, sin que se hubieran presentado variaciones significativas en los últimos años; esto es, a diferencia del mercado bursátil norteamericano, la intervención del Gobierno no significaría el salvamento de una porción importante de los hogares, sólo rescataría al 0.5% de la población ocupada del país que participa en el mercado accionario. Se tendrían que destinar enormes recursos para proteger a unos cuantos, cuyas condiciones económicas sobrepasan por mucho a las prevalecientes en el ciudadano medio del país.
Para los analistas la baja bursatilización de la sociedad obedece a dos causas: la falta de educación financiera y la situación económica del país; más bien deberían hacer referencia al ingreso promedio de los trabajadores mexicanos, que no les permite ahorrar, menos invertir. Sin memoria histórica, se olvidan de la amarga experiencia que sufrieron cientos de familias mexicanas en el crack bursátil de 1987. Padres e hijos, en aquellos años, vieron el derrumbe del patrimonio familiar, cuando ya no se tenía dinero para pagar hipotecas, colegiaturas y en general, para mantener un nivel de vida alcanzado con enormes sacrificios. Decenas de personas se suicidaron y no se generó un rescate para esas familias repentinamente empobrecidas. En nuestro México querido se ha rescatado a los que más tienen, nunca a las clases medias y a los pobres. Los gobiernos, sí, han sido insensibles.
Durante enero y octubre de 1987, los rendimientos accionarios crecieron en 690% y existía evidentemente una burbuja especulativa. En noviembre dio inicio una acelerada descapitalización del mercado. ¿Hubo culpables? Sólo uno, Eduardo Legorreta, dueño de Operadora de Bolsa, quien fue acusado de fraude por administración y violación a la Ley del Mercado de Valores. Estuvo sólo unos meses en la cárcel por cometer graves daños patrimoniales contra particulares y defraudar al fisco por 11 mil millones de pesos.
Pasarán muchos años para que la gente común y corriente retome la confianza y pierda la aversión al riesgo, sobre todo después de haber sufrido la calamidad financiera de 1987 y pasará más tiempo todavía, para que una porción significativa de la Población Económicamente Activa tenga ingresos excedentes para invertir en el mercado bursátil.
La burbuja que se está desinflando en la coyuntura actual pondría otra vez en riesgo a cientos de familias y sólo por esta razón no es tan mala la baja democratización del mercado accionario mexicano.
Vayamos a otro tema, el coronavirus está haciendo milagros: ha convertido a los empresarios más poderosos del país al keynesianismo. Ahora proponen eliminar el superávit primario y destinar esos recursos a apoyos económicos para el sector productivo. Por supuesto que es necesario que el Gobierno mexicano valore como apoyar a las Pymes y preservar el empleo de 21 millones de mexicanos; pero debe ser cauteloso y selectivo en lo referente a los estímulos a la inversión privada. Es decir, poco se va a hacer si el Gobierno entra en bancarrota y se inicia un escenario de creciente inflación por el desajuste de las finanzas públicas. Se le está pidiendo al gobierno todo: elevar el consumo privado; facilitar y estimular la inversión privada y elevar el consumo y la inversión pública; lo que no queda claro cuál es el compromiso que asumen los grandes empresarios del país.
Para avanzar deben existir compromisos concretos en materia de inversión, en un esquema de complementariedad entre los sectores privado y público: tanto debe corresponderte a ti y tanto a mí. El clima de cordialidad y conciliación es indispensable, pero no se le puede dejar sólo al gobierno la función de reactivar la economía y tampoco el que asuma los costos de los desequilibrios económicos que puede generar una política expansiva de gasto e inversión pública. Corresponsabilidad y cumplimiento en los acuerdos, eso es lo que debería ser exigible.
La comentocracia, por su parte, sigue enardecida contra el presidente de la República y sus principales colaboradores. Le preocupa que no se adopten medidas drásticas en la salud pública y como “Átropos”, están deseando cortarle el hilo de la vida a los infectados por el coronavirus. Hasta ahora el Gobierno Federal ha sido prudente en la instrumentación de medidas que agraven aún más la evolución económica del país, dentro de una óptica razonable: entre menos tiempo se paralice al país menores van a ser los daños en materia de empleo e inversión. ¿Pero en realidad en torno a la salud pública ronda la frivolidad y la inconsciencia?
Parece que no se quiere escuchar que el Gobierno de la República ha dividido la evolución del coronavirus en tres fases de contingencia: la de “importación viral”, en la que se presentaron decenas de casos que provinieron de personas que viajaron al extranjero; la de “dispersión comunitaria”, en donde los casos se encuentran por centenas y se pierde el origen de las infecciones; y la “de epidemia”, cuando el número de infectados se cuenta por miles y que se estima podría llegar después de dos o tres semanas de que de inicio la segunda fase. En aras de ser consecuente con el sentir de la gente, inducida en muchos sentidos por la propagación del miedo de los medios, en esta semana se suspendieron los saludos de beso y abrazo; se han interrumpido las clases en los diferentes niveles educativos y se han cancelado los eventos masivos de más de mil personas en espacios abiertos y cerrados. Aun sin entrar de lleno a la tercera fase, el 20 de marzo, se declaró “grave y prioritario” el tema del coronavirus en el país. ¿La adopción de medidas ordenadas conforme al tránsito de los efectos dañinos del coronavirus significa descuido?
Las medidas apresuradas llevan a un mayor costo social y hay que pensar que lo que pasa en México no resulta del todo comparable con lo que se ha suscitado en otros países, como Italia y España, que reaccionaron cuando la pandemia se encontraba avanzada. En un interesante artículo Jorge Zepeda Patterson señala: “puede entenderse la precipitación de los europeos en aplicarse quimioterapias masivas que barrerán con su economía, pero eso no significa que debamos inmolarnos…para mostrar que estamos en el mismo nivel de los europeos”. No sin antes comentar, que aun cuando se trata del mismo “bicho”, parece ser que se comporta de diferente forma, mostrando distinta capacidad de propagación cuando se localiza por arriba de los 22 grados de latitud norte. Al bicho le gusta el frio, esperemos que no haga estragos en México y que el calor lo ahuyente.
Sin entrar a la discusión desgastada de lo que es primero: la sociedad o la economía, el presidente de la República reiteró su convicción: primero los grupos vulnerables; primero los pobres. Blindar los programas sociales prioritarios, resguardar de los efectos de una contracción económica a enormes masas de la población, es más democrático que proteger los negocios y el bienestar de unos cuantos: de los 6 más ricos de México, cuyos recursos sobrepasan a los que tiene el 50% de la población más pobre del país; del 0.5% de la población ocupada que participa en el mercado bursátil; del 1% que concentra casi la mitad de la riqueza nacional. Más que pedir, es tiempo de que los hombres poderosos asuman riesgos en este país que los ha favorecido tanto; al que moral y económicamente le deben mucho.
Un último comentario: ¿desde cuándo somos tan serios en México? ¿No hacemos festiva hasta la muerte? La solemnidad para describir un fenómeno nos hace pensar que lo espontáneo u ocurrente, contradice a lo que observamos o a lo que queremos explicar; pero no pensamos que con mal humor la realidad se hace aún más deprimente. Salir, por catarsis, aunque sea por un minuto, de un ambiente denso, pesado, nos permite aligerar la carga. Recuerden: “un corazón alegre es el mejor remedio, pero un espíritu abatido reseca los huesos”.