Hace poco escuché un discurso de alguien que hablaba sobre la importancia de tener coherencia en nuestras vidas. Parece ilógico pedir coherencia a personas adultas, cuando supuestamente ya se cuenta con los elementos suficientes para serlo, pero al parecer la edad no necesariamente la proporciona.
Tal vez se trate de personas que logran tener equilibrio en sus vidas, armonía entre su ser físico y su ser espiritual. Personas en las que no existe un abismo entre lo que son y lo que aparentan, que no acostumbran sacrificar su esencia por darle gusto a los demás, que no son copia de otra copia.
Ser auténticos... ¿cuántos de nosotros actuamos con veracidad en nuestras relaciones? Seguramente muy pocos.
Para ser de esa forma, es esencial tener un profundo respeto por nosotros mismos, saber lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos y lo que queremos.
Las personas auténticas no se venden a otros por ganar adeptos personales, no buscan parecerse a nadie, ni cambiar para encajar en ningún sitio y con ninguna persona. Ser auténtico es ser coherente, ser en realidad lo que proyectamos.
Qué triste tener que estar interpretando a las personas, porque de antemano se sepa que no es cierto lo que piensan, ni lo que dicen, ni lo que hacen. Sino que son como camaleones que se mimetizan con las circunstancias y con las personas con las que saben que deben quedar bien, quizá siendo esclavos de sus propias cadenas, disfrazadas en apariencias.
De cualquier manera son personas a las que es difícil creerles. Qué bueno sería que la mayor parte de lo que somos fuera verdad. Que lo que decimos, lo que sentimos y lo que hacemos, no estuviera sujeto a ningún tipo de interpretación, por no existir ninguna duda de que no fuera verdadero.
La realidad es que la autenticidad y la coherencia son virtudes de muy pocos, de los que han descubierto su gran valía, de la gente que hace alarde de su propia libertad, de gente original y por demás irrepetible.
¡Buen fin de semana!