Tengo mis reservas y críticas al Presidente López Obrador; pero también mis coincidencias.
Hay temas, sin embargo, en los que es obligado refrescarle la memoria a los que tanto daño le han hecho al país y que hoy cínicamente exponen lo que nunca hicieron en su momento.
Es el caso, para bien o para mal, de las más destacadas renuncias al gabinete del gobierno federal. En su momento la de Germán Martínez al IMSS y la más reciente de Carlos Urzúa a Hacienda.
En el presidencialismo de suyo vertical y autoritario, era un sacrilegio deslindarse o renunciarle al Presidente. Y, por lo mismo, la tumba política, el destierro, sino es que la cárcel o la muerte incluso.
Ejemplos sobran. El Presidente hacía cambios y nadie pedía explicaciones, ni los medios de comunicación ni los actores políticos. Nadie le renunciaba al Tlatoani. Eso jamás sucedió.
Quienes querían hacerlo nunca se atrevieron y se quedaban en su puesto firmando documentos comprometedores hasta que el Gran Jefe lo dispusiera.
El relevo era color de rosa. El funcionario que se iba era un chingón y el Ejecutivo ponderaba sus servicios a la patria. Claro, había que agradecerle al Presidente, hasta la ignominia, todo su apoyo y su confianza.
Por supuesto, el equipo del despedido también renunciaba porque el relevo, otro chingón, arribaba con sus hombres de confianza a partir madres; lo primero que hacían era esculcar y cortar toda cabeza que oliera al que se iba.
Y todo mundo guardaba silencio por miedo, por comisión o por omisión.
Hoy, y qué bueno, es todo un escándalo porque los que renuncian exponen abiertamente sus razones, incluso contrarias a las del Presidente.
Pero ante esta nueva forma de gobernar, los que siempre callaron ahora piden explicaciones, se rasgan con fuerza inusitada y con fervor “democrático” las vestiduras ; y no solo eso, condenan las renuncias a pesar de su claridad.
Piden la libertad que nunca se atrevieron a ejercer.
Ojalá y que aprecien esta nueva manera de ventilar la vida pública del país y que, en el futuro, tengan los tamaños suficientes para rebelarse, para decirle no a sus patrones sin que los veten para siempre, los encarcelen o los maten.
Desafortunadamente lo que se observa en los opositores al régimen es la resistencia y una férrea nostalgia por los privilegios perdidos.
Siguen necios en regresar a la época de la riqueza mal habida, cuando lo que obtenían era a partir de chingarse a los demás, a sabiendas de que podrían hacerles lo mismo: La adrenalina de vivir al filo del machete, violentando siempre los derechos de los otros; avasallando sin piedad.
Eso extrañan algunos, sin duda, pero sería fatal para México que se impusieran y que regresáramos de nuevo al silencio ominoso y cómplice.