A nuestro próximo presidente López Obrador, le pegó bastante fuerte el resbalón de la bancarrota.
Nótese que no se trata de un error gravísimo, ni de algo que vaya a afectar de manera importante a su gobierno, pues realmente no pasa de ser un exceso verbal y conceptual, muy típico de cualquier ser humano que se equivoca.
En cuestión de forma, no pasa de aquí, no da para más el resbalón.
Sin embargo, en cuestión de fondo, creo que el detalle sí nos permite mayores interpretaciones, sobre todo por su contexto.
Unos días antes, el presidente electo se había reunido con el gobernador del Banxico, un técnico de primera que, según ha trascendido, no se amilanó ante los votos obtenidos en julio pasado, y le habló como hablan los funcionarios útiles: con la verdad, sin adornos, diciendo no lo que AMLO quería escuchar, sino lo que el presidente electo necesita saber.
El gobernador Díaz de León, le puso los pies sobre la tierra, le dijo que el dinero jamás alcanzaría para realizar todos los proyectos que desea, que no había recorte posible que pudiera financiar tantos temas, y que entonces, si quería tener un país con indicadores financieros y económicos razonables, tendría que hacer lo que hacen los mejores presidentes del mundo: establecer prioridades.
Esto significa hacer una lista, toda proporción guardada, como la que hacemos usted y yo en nuestros hogares, en donde establecemos lo que sí podremos comprar y lo que tendremos que posponer. Vaya, le ponemos nombre a nuestro dinero, y vamos escogiendo qué hacer primero y qué hacer después.
Así funcionan también los presupuestos públicos, con base en prioridades. Nótese que con base en prioridades y no a necesidades, pues desafortunadamente, nunca alcanza para resolverlas todas. ¿A qué presidente no le gustaría dejar un país perfecto y sin pendientes? ¡imagínese, serían héroes nacionales!
El problema con el presidente López Obrador, es que para establecer prioridades, también se tiene que hacer una lista con las cosas que no se van a hacer, ¡Y él no quiere anotar ninguna!
Es de reconocerse que tiene extraordinarias intenciones, que es incansable y que quiere firmemente acabar con todos los problemas del país, empero, la realidad mundial indica que a nadie la alcanza la vida entera para lograr tanto. Puede aspirar a ser un excelente presidente, pero no a convertirse en un mago grandioso. Sucede que el paraíso a la vuelta de la esquina, aún no existe, ni tampoco está en vías de ser inventado.
Andrés Manuel prometió muchísimo, y lo hizo durante al menos 13 años, desde 2005 que salió a formalizar su primera campaña. Por eso ahora se da de topes con la pared, porque no encuentra cómo decirnos que al fin no se va a poder.
Sinceramente, creo que no nos lo quiere decir, porque aún se resiste a aceptarlo, porque no quiere creerlo.
Su equipo económico, que hasta ahora, en opinión de su escribidor, luce responsable y competente, seguramente le dice a diario lo que le reiteró el gobernador de Banxico, es decir, que sí hay mucho por mejorar y eficientar, que sí pueden lograr ahorros importantes, que sí pueden alcanzar resultados satisfactorios, pero que no pueden ni podrán hacer magia, que no hay manera de cumplir con todo, ni siquiera con la mitad de las ideas, y que finalmente, ya va siendo hora de que se sienten a escribir las dos listas.
Su columnista supone que ya también le habrán informado que no hay tanto dinero oculto como pensaban, que no todo es dispendio, que los números son reales o casi reales, y que, en efecto, la campaña de tantos años, los tenía llenos de paradigmas y de verdades a medias, de esas que sirven mucho cuando eres el jefe de la oficina de los puntos de vista, pero que no valen nada cuando te cambias de escritorio para sentarte en el de presidente.
La realidad no pregunta, la realidad se impone. ¡Qué difícil ha de ser tener que gobernar!
Nuestro próximo presidente tiene que serenarse y dejar de pelear con la realidad, porque no hay manera de que le gane. El templete y la plaza pública ya no le sirven de nada, ahora le toca ser eficiente en el escritorio y en las salas de juntas, con su equipo de trabajo, en la toma de decisiones con base en los datos puros y duros del país.
Y claro, ahora también tiene que cuidar sus dichos, porque ya no le ganarán aplausos como antes, sino observaciones y comentarios desde el mundo entero. Debe de tener claro que él es el principal rostro del país, que él es y será la cara de México durante los próximos seis años.
Si quieres vender un caballo, no puedes andar hablando mal de él, porque luego nadie te lo va a comprar. Lo mismo sucede con un presidente, puesto que tendrá que vender las virtudes de su país en el mundo entero, ¡Por eso no puede mentir diciendo que el país está en bancarrota!
A estas alturas, lo único que está en bancarrota, es la oferta electoral que Andrés Manuel López Obrador le prometió a sus votantes.
Ojalá que pueda digerirlo, que sea responsable, y que logre ser el mejor presidente que hayamos tenido. A todos nos conviene.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado, le corresponde a usted.
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