Nos aproximamos al sexto mes de pandemia y las cosas no se logran controlar:
1. En Europa los rebrotes están a la orden del día; en América el primer ciclo parece interminable; en Asia se ha logrado controlar y África avisa la hecatombe.
2. Las economías, interconectadas e interdependientes, no logran ni estabilizar sobre bases sólidas el ajuste ni organizar con certeza la recuperación (si fuera posible llamarla así).
3. Los gobiernos, todos, no terminan por hacerse cargo. En el mejor de los casos dan soluciones paliativas: abren, cierran, restringen; liberan o confinan de manera general o parcial; dan apoyos a personas, a empresas, a mercados convirtiéndose en el cajero automático de ultima instancia; unos protegen el consumo (imposible a mediano y largo plazo), otros el empleo (imposible si no hay consumo); otros más al aparato productivo (insuficiente si se prolongan las pérdidas); y los más exuberantes protegen el valor de los mercados aunque el valor de bonos y acciones nada tenga que ver con la solvencia de quien los emite.
¿Qué sabemos ahora?
1. Que los ciclos de contagio están directamente relacionados con la calidad del confinamiento, distanciamiento social y el uso de mascarillas. Que se ha controlado mejor cuando han existido medidas coercitivas.
2. Que el número de muertes está directamente relacionado con la oportunidad de detección del contagio, la capacidad hospitalaria y el abastecimiento adecuado de medicamentos. Es cierto que hoy hay más probabilidades de curarse que hace cinco meses.
3. Que la economía sufrirá más en el sector de servicios, poco menos en el industrial y menos en el agropecuario. Que el contagio y la recuperación económica son distintos según la vocación de cada región: un lugar rural con vocación agrícola tiene menos problemas que una ciudad europea con vocación turística. Arrancar, parar, arrancar a medias, parar a medias, parecería menos eficaz que parar 8 semanas y arrancar con medidas de control.
4. Que la vacuna se tardará y de seguir como vamos, la recuperación económica se tardará aún más.
5. Ni la información disponible, ni las herramientas digitales al alcance están siendo utilizadas para controlar contagios, hacer coincidir demanda y oferta de servicios médicos e informar en tiempo real los riesgos individuales en radios de acción individual. Las generalidades estadísticas sirven de muy poco.
6. Todos los actores políticos, económicos y sociales están poniendo el acento en los efectos y todo hace indicar que no es suficiente, habría que dedicarse a las causas. Se trata de un virus contagioso que en la actualidad se combate evitando el contagio: con pruebas suficientes, rastreo eficaz, confinamiento inteligente y cuarentena obligatoria a los contagiados. No hay de otra.
7. Si fuésemos capaces de imaginar una utopía efímera, esta sería: acopiar alimentos y enseres para dos meses (apoyando económicamente a quien lo necesite), organizar los servicios públicos con guardias y relevos, forzar el confinamiento de, digamos el 80/85% de la población, limitar la actividad económica a la producción de alimentos, medicinas y energía. Se vencería al virus. Pero claro, los intereses que se afectarían son más poderosos que el interés colectivo. Si hacemos cuentas, es más económico y eficaz parar ocho semanas que estar a medias un año (16% vs 50%)
Pero como los gobernantes se empeñan en cuidar su lugar en la historia, seguramente seguiremos dando tumbos para que en poco tiempo, nadie se acuerde de ellos.