El día empezó a las 7.19 de la mañana.

Inevitable recordar el terremoto de 1985 para los que tenemos suficiente edad. Ese trágico amanecer que según algunas versiones le costó la vida a más de veinte mil personas.

Poco a poco nos fuimos enterando de las noticias. De los edificios colapsados, de la cara de susto de Miguel de La Madrid que no sabía si iba o venía, de las lágrimas de Zabludovsky frente al edificio derrumbado de Televisa, de la desorganización de los millones de personas que intentaban ayudar, pero que no sabían cómo, y del doloroso recuento de los daños.

Pasaron 32 años y volví a despertarme un 19 de septiembre a las 7:19 horas. Los noticieros recordaban el terremoto del 85. Yo también. Vivía en ese entonces en un condominio en Coyoacán, con mi esposa y dos hijos pequeños. No nos asustamos. Era un temblor más, y habíamos vivido muchos. Los chilangos estamos fogueados para esos menesteres. Pero después de conocer las dimensiones del temblor en el radio de pilas de un vecino, empezamos a tener miedo. Que se duplicó al día siguiente cuando un cómplice hizo retumbar otra vez en sus centros la tierra.

32 años después…

Me levanté y me fui a las oficinas de SDPNoticias, en Plaza de la República, en el mero Monumento a la Revolución, donde colaboro desde hace casi tres años. Había que redactar las VideoColumnas del día, y el tema lo era sin duda el aniversario del terremoto del que todavía no nos hemos recuperado.

A las once en punto bajé con el equipo para transmitir y comentar en vivo sobre el simulacro anunciado. Escuchamos la alerta sísmica y vimos a los empleados de los distintos edificios de oficinas, a maestros y alumnos de una escuela y a policías organizando el tráfico.

Mucha gente nos vio reporteando el simulacro.

Y regresamos al tercer piso del edificio que alberga las oficinas y los estudios de SDP.

Ante la incredulidad de todos, dos horas después empezó a temblar de a de veras.

Los jóvenes colaboradores del diario digital, Martha Solís y Poncho Gutiérrez empezaron a transmitir en vivo, justo mientras temblaba y el edificio se movía como un barco en altamar.

Decenas de personas bajaban las escaleras demostrando su estilo: histéricos, prudentes, caballeros permitiendo pasar a las damas, zapatos dejados en el camino, gritos y llantos.

Y nos ubicamos en el Centro del Monumento. Seguía temblando.

La tierra dejó de moverse, pero no así los corazones y las piernas de los asustados espectadores.

Qué paradoja, ¿no?

El mismo día de septiembre ocurrieron los dos terremotos más letales de nuestra historia.

Una nueva tragedia, que volvió a sacar esa solidaridad escondida de los mexicanos, que surge en los momentos de emergencia.

Vimos a miles de voluntarios tratando de ayudar. A un gobierno de la Ciudad mejor organizado que tres décadas atrás, apoyado por las instancias Federales.

A un grupo de voluntarios y profesionales alzando el puño para pedir silencio y poder ubicar a una niña que había sobrevivido.

Ese puño en alto debería convertirse en un símbolo de unión, de amor y del poder de los mexicanos.