El juicio comenzó en un día de lluvia en Nueva York. Afuera del juzgado del este en Brooklyn esperábamos transeúntes, ciclistas, despistados, curiosos, camarógrafos y reporteros la llegada del narcotraficante más famoso del mundo. Se hablaba de un operativo importante: un convoy de veinte camionetas negras, el cierre del puente de Brooklyn durante el traslado, helicópteros y patrullas. Pero pasaba el tiempo y lo único certero era la lluvia que caía sobre nosotros. Si en las azoteas de los edificios cercanos había francotiradores, estos estaban tan bien escondidos que yo nunca los vi.

En la espera, pensaba en las décadas en las que nada se sabía sobre El Chapo Guzmán: en dónde se escondía, cómo era su rostro, qué ropa usaba, cuál era el tono de su voz. Después de su primera fuga del penal de Puente Grande en 2001, él desapareció por completo. A diferencia de otros narcotraficantes mediáticos como Servando Gómez Martínez, La Tuta, que con frecuencia mandaba mensajes a través de vídeos, de El Chapo solo sabíamos que tal vez algún día lo capturarían, que estaba por ahí, en el monte, en la sierra, dentro de alguna cueva, en la revista Forbes. Para ser el hombre más buscado del mundo, la gente desconocía por completo su identidad. Se conocían más imágenes de Osama Bin Laden que de El Chapo. Las fotografías más antiguas de Joaquín Guzmán se remontaban a 1993, después de haber sido arrestado por primera vez en Guatemala, él portando una gorra beige, con gotas de llovizna sobre su chamarra gris.

Su actuar subrepticio alimentaba su leyenda de fantasma, propiciando cuentos y fantasías: Vi pasar al Chapo por el malecón, iba en un convoy de cincuenta camionetas, me saludó de lejos; Me invitaron a un bautizo y El Chapo llegó en avioneta, yo nomás lo vi de lejos, güey, pero ahí estaba, rodeado de su séquito; El Chapo llegó al restaurante donde cenaba anoche con mi esposa, nos quitaron los celulares a todos mientras él comía tranquilo, antes de irse pagó la cuenta de todos los comensales.

De la discreción absoluta pasamos a una fuga espectacular que involucraba túneles, motocicletas y funcionarios corruptos, un encuentro con Kate del Castillo y Sean Penn, mensajes de texto con la actriz cargados de una inusual ternura, una entrevista para la revista Rolling Stone, preparativos para realizar la película sobre su vida. Después vino la balacera en Los Mochis, la captura improvisada, la extradición a Estados Unidos que tanto luchó por impedir.

Tenemos información que Joaquín El Chapo Guzmán ingresó al juzgado durante la madrugada, escuché que dijo un reportero. Y ahí estaba el gran capo, a tan solo unos metros dentro de ese recinto fuertemente custodiado por la policía. Lo imaginaba sereno, tratando de mantenerse impávido, molesto y confundido por escuchar tantas conversaciones en inglés a su alrededor, extrañando las comodidades de una cárcel mexicana, ignorando que mientras se le acusa de traficar toneladas de drogas hacia Estados Unidos, cada vez son más los estados que legalizan el consumo recreativo de la marihuana.

Joaquín Guzmán Loera, desencadenado y vestido de civil, sonriente cuando uno de los candidatos a integrar el jurado admitió ser su admirador. Joaquín rogándole al juez a través de una carta que le permita abrazar a su esposa. Mi reino por un abrazo. Mis catorce mil millones por un poquito de contacto humano. El Chapo en el banquillo de los acusados extrañando el aire de La Tuna, el canto de los gallos, el sabor del tequila y la carne asada mientras olvida poco a poco las letras de las canciones favoritas de su memoria. Más arrepentido de ofrecerle un sol y un cielo entero a Kate del Castillo que de sus muertos, la violencia y su responsabilidad en el reguero de sangre que hay en México.

Tal vez hubiera pedido permiso para mirar brevemente por la ventana, ver el día gris y el tumulto formado abajo en la calle, esperando cualquier pizca de su información, mientras comprueba por él mismo si es verdad que los rascacielos de Manhattan son tan altos como dicen. Tal vez pensaría que en otras circunstancias, después de haber tomado otras decisiones, con otra vida y otra historia, le hubiera gustado conocer Nueva York, de vacaciones, con su familia.

¿Qué pensaría El Chapo de la lluvia? Preso de por vida, será difícil que vuelva a sentir gotas del cielo caer sobre su rostro. La libertad es muy bonita, dijo El Chapo en la vídeo - entrevista para Rolling Stone. La libertad es muy bonita. Sí Señor. 

Twitter: @marianomoreno7