Los esfuerzos por concretar paridad en todos los niveles que vivimos en pleno año 2019 comenzaron con pasos muy pequeños de representación femenina hace más de 100 años. A pesar de que la historia mexicana ha sido testigo durante sexenios completos de la falta de mujeres a nivel de gabinete presidencial, fue en tiempos de Adolfo Ruiz Cortines cuando una mujer se integró por primera vez al equipo más cercano de un presidente, también se desempeñó como subsecretaria de Cultura de la Secretaría de Educación Pública durante la gestión de Jaime Torres Bodet, en la administración de Adolfo López Mateos.
Se trata de Amalia González Caballero, maestra normalista que amó la cultura y las letras tanto como a México mismo. Tras estudiar una licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Arte Teatral y Declamación en el Conservatorio Nacional de Música, desarrolló un fuerte vínculo con la política cultural y educativa.
En la política mexicana hay una coincidencia interesante entre las mujeres que se inclinan por el poder, y es que además de ser estudiadas, son mujeres que hacen de la escritura una herramienta de empoderamiento, dejando en sus letras gran parte de las ideas que constituyen su zócalo, su manera de conducirse y sus ideas ante las circunstancias propias de los momentos históricos que han vivido. Mujeres que además de ser íntimamente políticas, sensibles y constructivas, han sido grandes intelectuales que han aportado a los debates de la vida nacional y que inclusive, han construido hitos en la literatura y la política pública.
Igual Elvia Carrillo Puerto que Griselda Álvarez Baja, Amalia González Caballero, promovió el derecho de la mujer a votar y ser votada, siendo clave en la argumentación dada por el mandatario mexicano. Amalia tuvo una influencia directa al presidente, de quien era fiel consejera para diversos temas.
Este esfuerzo se consolidó cuando Adolfo Ruíz Cortines, mediante un decreto con fecha de 17 de octubre de 1953, reconoce la igualdad política de las mujeres y abre la puerta a que ejerzan el derecho al voto en ambos sentidos, un paso que resultaría tardío en comparación con las democracias del mundo, pero determinante para todas las mujeres de México.
Amalia Ruiz fue embajadora de México en Suecia, funcionaria del Departamento Central del Distrito Federal, ministra plenipotenciaria, fundadora y presidenta del Ateneo Mexicano de Mujeres y del Club Internacional de Mujeres en 1932, entre otras actividades más.
Durante su paso por la ahora Ciudad de México, creó la Oficina de Educación y Recreaciones Populares, que después fue conocida como “Acción Social”, en donde implementó las primeras intervenciones culturales de teatro ambulante. Logró llevar funciones de teatro a las colonias más precarias, en las que instalaba carpas y escenarios urbanos para montar obras. El teatro era un privilegio por el que sólo algunos podían pagar y la conciencia de clase en Amalia Ruiz González fue tal, que implementó un programa integral de difusión cultural, democratizando el acceso de los capitalinos al arte y creando una apropiación ciudadana de los espacios que pocas veces se ha visto.
Uno de los teatros de masas que aún conserva su esencia popular, en aquel entonces colocado al aire libre, fue justamente situado en el Parque México.
En su visión para el desarrollo de políticas públicas feministas, comprendió que a través de la educación y la cultura, podían transformarse vidas y despertar nuevos horizontes a los que la niñez no privilegiada pudieran aspirar.
Fue así que fundó la Escuela Héroes de Celaya, en la delegación Azcapotzalco, pensada para las hijas de las mujeres en condición de cárcel. En general, la población carcelaria fue una de las que mayor preocupación y acción despertó en Amalia, llevando obras con diferentes temáticas también a los espacios de reclusión.
En su vida diplomática y política, tuvo una profunda reflexión sobre la diferencia social y también sobre la libertad laboral para las mujeres y consciente de la imposición de cuidado sobre las niñez que desde aquel momento se habituaba, impulsó la creación de guarderías para locatarios de mercados.
Dentro de su legado, se encuentra la construcción del Museo Nacional de Antropología e Historia, del Museo de Arte Moderno y del Museo de la Ciudad de México; los esfuerzos hechos para las primeras excavaciones del centro ceremonial de San Juan Teotihuacán y la restauración del Templo de Tepotzotlán.
Amalia también fue la primera mujer en representar las subsecretarías de las Embajadas de México en Suiza, Finlandia y Austria. Como una mujer hija de su época, a la altura de los tiempos con más debate, escribió en los años de 1946 a 1952 en el periódico Excélsior. Su columna periodística “Siluetas en fuga” tuvo como contenido las reflexiones más profundas sobre su trayectoria y actividad política. En el ámbito de la escritura, incursionó en el ensayo y periodismo, donde fue directora de una de las primeras revistas para mujeres llamada “Hogar”, de 1946 a 1948.
Amalia González Caballero utilizó el apellido “Castillo Ledón” por parte de su primer esposo, quien fue Gobernador de Nayarit.
Con un espíritu insurrecto y eminentemente crítico, utilizó las obras de teatro para representar las peores costumbres de su tiempo y remarcar las críticas a los vicios de la sociedad, enfatizando el sinsentido al que los estereotipos de género conducen en temas como matrimonio, por ejemplo, con la obra Cuando las hojas caen, que cuenta la historia de una pareja con dificultades para procrear, que al no tener “sentido biológico” para estar unidos por la idea de que el matrimonio es una institución cuya finalidad es la de la procreación, deciden divorciarse y la protagonista de la obra, al estilo de los tiempos romanos en los que la tutela de la mujer se pasaba entre padres y esposos, busca volver a su hogar familiar para encontrar el cobijo del cuidado paterno y ser considerada por la sociedad nuevamente como una “hija de familia”.
Otra de sus obras, también crítica contra las costumbres heteronormativas, fue La verdad escondida en la que señala fuertemente una doble moral, que bien puede ser tildada de hipocresía, dentro de las relaciones de pareja.
En esa obra, el protagonista es nada más y nada menos que el presidente Plutarco Elías Calles, a quien ejemplifica en la relación con su hija la manera en la que los mecanismos del poder absoluto oprimían las decisiones y determinaciones de las mujeres.
Su fallecimiento el 3 de junio de 1986 nos recuerda la obra Réquiem para Amalia, escrita y dirigida por Medardo Treviño e interpretada por Angélica Aragón en la que se le rinde un homenaje a la memoria de esta orgullosa militante del Partido Nacional Revolucionario.